Roberto Cataldi [1]
Desde muy joven advertí que el mundo estaba mal conformado, demasiada hipocresía, engaño e injusticias, de allí los movimientos contestatarios de mi generación. Luego comprendí que el mundo no tiene solución, al igual que las pasiones humanas, pese a todo pienso que no debemos claudicar en nuestros sueños y valores.
Hoy no es suficiente con esperar que la razón nos provea las soluciones a los problemas de la vida. Por otra parte, las viejas religiosidades siguen firmes en querer ahogar la razón crítica. Y estimo que no es necesario creer que lo que emerge oscuramente del mundo tiene que ser oscurantismo y que el mito siempre es superstición. La espiritualidad es un atributo del ser humano.
En mi adolescencia leí la biografía de Florencia Nightingale, cuya tarea humanitaria en la Guerra de Crimea pasó a la historia. Solo recordamos la “carga de la brigada ligera”, pero fue la primera gran guerra. Allí se enfrentaron las tropas del Zar con las de Inglaterra, Francia, el Imperio Otomano y el reino de Piamonte Cerdeña. Los turcos defendían un imperio que se derrumbaba y querían evitar que los islamitas se hicieran con el poder. Los ingleses se sumaban a los turcos pero en el fondo estaba su vieja rivalidad con los rusos. Francia quería recuperar su lugar en el mapa imperial europeo.
La religión fue una excusa, pues el Zar estaba al frente de una cruzada contra los musulmanes, mientras las potencias europeas veían en Rusia una seria amenaza. En el tapete, la disputa entre católicos y griegos ortodoxos por el control de la iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén y de la iglesia de la Natividad en Belén.
A la Guerra de Crimea, donde participó León Tolstoi, luego excomulgado a perpetuidad por la Iglesia Ortodoxa Rusa, no se le reconoce su importancia en la génesis de las dos conflagraciones mundiales. En esa guerra aparecieron por primera vez en el campo de batalla el telégrafo y la fotografía. Por su parte, la ciencia y el arte comenzaron a intervenir en las cuestiones morales, compitiendo con la religión. El conflicto actual entre Ucrania y Rusia por la península de Crimea no es nuevo, tiene su historia. Arthur Clarke, quien sostenía que toda tecnología si es suficientemente avanzada resulta indistinguible de la magia, consideraba también que el secuestro de la moral por parte de la religión era la tragedia más grande de la Humanidad.
San Agustín puso toda su confianza en el poder de la razón, apasionadamente deseaba entender. Los maniqueos le habían prometido la comprensión de los misterios de la vida sin necesidad de recurrir a la fe. “Me mandaban creer en Manes”, decía Agustín, y fue maniqueo por nueve años, finalmente aceptó que la Iglesia le propusiese creer en aquello que no podía ser demostrado por la razón. Leyó la Biblia con fruición, pero un texto del apóstol Pablo fue el núcleo de su conversión. El platonismo le dio una penetración más profunda en el mundo del espíritu y una respuesta al candente problema del mal.
Martín Lutero clavó en las puertas de Wittenberg sus 95 tesis, escandalizado por la corrupción del clero y la venta de indulgencias. Este año se celebran los 500 años de la Reforma Protestante, cuyo nudo central fue la libertad religiosa. Lo curioso es que en la Guerra de los Campesinos, que costó más de 100 000 vidas, Lutero estuvo del lado de los príncipes y en el Sacro Imperio Germánico persiguió a los practicantes de otros credos y promovió la quema de brujas que dejó en Alemania unas 25 000 víctimas. Karl Jasper sostuvo que el programa nazi se habría inspirado en el monje agustino. Hitler concurrió a las elecciones de 1933 con un cartel donde estaba la imagen de Lutero y la cruz gamada. En 1938, la Noche de los Cristales Rotos habría sido en honor de su 450 cumpleaños. Cada vez que en Alemania resurge el nacionalismo reaparece la figura de Lutero.
Baruch Spinoza fue excomulgado de la sinagoga por haber hablado libremente y se convirtió en un sobreviviente que siempre estaba en riesgo de morir por sus escritos; excomulgado de la grey sefaradí holandesa, sostuvo que las religiones no buscaban la verdad sino el sometimiento del hombre a la casta religiosa.
Con el ataque a las Torres Gemelas surgió la imagen del musulmán terrorista. En efecto, los musulmanes serían intolerantes con el estilo de vida de Occidente, la democracia y el republicanismo, vicios muy peligrosos para las sociedades teocráticas del Islam. El Dáesh, denominación que irrita a los yihadistas y que es blanco de la islamofobia, con su mise en scene de crueldad atemoriza a Europa, pero fundamentalmente busca disciplinar a los musulmanes. Y ante el peligro no quedaría otro camino que una nueva Cruzada. Claro que en el bando de los musulmanes radicalizados también existe el temor de que la globalización occidental arrase con sus tradiciones y que sus pueblos sean nuevamente sometidos. Los dos relatos son funcionales a cada bando. Para frenar una negociación nada mejor que un atentado que deje muertos, sobre todo civiles. Burlas, caricaturas, profanaciones religiosas han sido la excusa que costó numerosas vidas. Se busca el choque de civilizaciones mediante la ignorancia y el fanatismo. Los talibanes, en su gran mayoría analfabetos, no conocen en profundidad el Corán, pero eso no les impide ser fanáticos y cometer crímenes. Con la guerra civil en Afganistán las mujeres fueron obligadas a dejar la blusa y la pollera para retomar la burka y quien no la usaba podía recibir un disparo en la pierna o que le arrojaran ácido en la cara. En toda religión la mujer fue objeto inquisitorial y, a pesar de que hace tiempo se le reconoce que tiene alma, es discriminada.
Hoy ninguna de las tres grandes religiones monoteístas que en algún momento llegaron a convivir pacíficamente, tiene como meta declarada promover la violencia, el fanatismo o la intolerancia. La aproximación a Dios, la creencia en otra vida después de la muerte, la ayuda al desvalido, la prédica de la virtud, inducen al hombre a seguir el camino del bien.
Cuando Carlomagno llegó a Roma, el papa León le colocó sobre los hombros un manto de púrpura imperial y lo saludó como “cesar, augusto y emperador de Roma”. Al proclamarlo soberano “por gracia de Dios”, sentó el precedente de que los futuros emperadores serían coronados únicamente por el Papa, lo que derivó en un interminable conflicto de poderes, conflicto envuelto en sangre que llegó hasta Napoleón Bonaparte. La fórmula sirvió de inspiración en el tiempo a otros, pues, doce siglos después, Francisco Franco se presentaba ante el mundo creyente y el pueblo español como “Generalísimo de España por obra y gracia de Dios” (…)
- Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldo Amatriain (FICA)