Dubai, 20 de junio de 2013
Mi colega, la periodista austriaca con la que comparto el viaje, no viene a Dubai, دبيّ en árabe. Ya lo conoce y lo compara con un parque de atracciones urbano. Me desconcierta a la vez que me intriga. Estoy deseando conocer la ciudad que alberga la torre más alta del mundo y esa isla, ganada al mar de forma artificial y que asemeja una palmera, que todos hemos visto en fotografía.
No os cuento nada de las temperaturas porque nada ha cambiado con respecto a los días anteriores. No hace falta mirar al cielo para saber que no veremos ni una nube.
La Zheikh Zayed road (la carretera que une Abu Dhabi con Dubai) nos da la bienvenida por cuarta vez. Por delante 150 kilómetros y más de una hora de viaje. Aquí también hay muchos speed control (controles de velocidad). Lo que no vemos son coches con mucha antigüedad. Lo que ahorran en gasolina pueden invertirlo tranquilamente en buenos vehículos.
Por primera vez siento el pulso de una gran ciudad. Dubai, capital del segundo emirato en extensión, con más de dos millones de habitantes, bulle. Llega gente de todos los emiratos. Aquí estamos en el preludio de su fin de semana. El jueves es “nuestro viernes” y eso se nota en la calle, sobre todo si circulas en coche.
Pero antes de meternos de lleno en sus calles, la primera parada obligada es el Burj Khalifa, el edificio más alto del mundo con 828 metros de altura. La base uno de esos enormes centros comerciales que recibe cada año más de 50 millones de visitantes. Una delicia, a la vez que locura, para los amantes de las compras.
Mil quinientos millones de dólares, casi 28.000 paneles de cristal, 57 ascensores y más de 12.000 personas procedentes de 30 países participando en su construcción, son algunos de los números y datos de la historia de la construcción de este gigante, que ilustran las paredes de los pasillos de acceso a los ascensores. Uno de ellos nos traslada al piso 124, en menos de un minuto, a 528 metros de altura.
No hay aglomeraciones y cuando traspasas las puertas de cristal y accedes al at the top, así se conoce el mirador, sientes de verdad, si no has sido astronauta, claro, que estás en el techo del mundo. En horizontal la mirada se pierde entre la calurosa bruma. Tienes que bajarla para descubrir una ciudad en miniatura, que hace cinco minutos me parecía llena de gigantes acristalados. No en vano Dubai pugna por convertirse en la ciudad con más rascacielos del planeta.
Pero desde aquí todo es pequeño. Algunos espacios insignificantes y otros simplemente desaparecen. A pesar del precio, que se reduce considerablemente si consigues la entrada por Internet de forma anticipada, merece la pena subir sin prisa. Una buena medida adoptada en el mirador para los amantes de la fotografía es que los paneles protectores de cristal, tienen una abertura para poder sacar instantáneas o vídeo sin reflejos. Si son millones, las personas que visitan este edificio, es inimaginable el número de fotografías obtenidas desde aquí que circulan por el mundo.
En días despejados nos cuentan que puede verse la torre desde 95 kilómetros de distancia. Desde aquí la vista es impresionante y tratamos de localizar nuestros próximos destinos “terrenales”, la ciudad del oro y el mercado de las especias.
Para los que habéis estado en los típicos mercados de otros países árabes estos mercados no son semejantes. Bulliciosos si, pero más modernos. Sin muchos recovecos, bajo una construcción de madera que te saluda y protege del riguroso sol, los turistas vienen a buscar oro. Nos cuentan que el oro, aquí es uno de los “regalos” más buscados.
Prefiero las babuchas de mil colores que cuelgan en la pared o el constante trasiego de personas y mercancías. No te atosigan demasiado, aunque los vendedores de “relojes gangas o de ropa de marca” te abordan.
En las especias es diferente. Los olores preceden a los sabores, agradables, difíciles de descifrar muchos. Basta dejarte llevar por uno de los vendedores para hacerle feliz contestando que no sabes qué es lo que te muestra. Y en muchas ocasiones no puedes mentir. Son más de 80 especies diferentes las que se acumulan en los establecimientos, no muchos, es cierto. El tamaño de estos mercados no puede compararse con los de otros países árabes.
Hasta azafrán español nos muestra. Is very expensive (es muy caro) nos dice. Lo se, también en España.
Con solo cruzar la calle encontramos otra tradición, esta nada cara. Un paseo por el cauce de agua salada, el Creek, que se adentra en la ciudad desde el golfo pérsico. Las abras, pequeñas embarcaciones de madera tradicionales, lo recorren durante todo el día. Antiguamente, la única manera de cruzar de una orilla a otra eran estas embarcaciones. Hoy lejos de desaparecer, no solo son utilizadas por turistas, sino por los propios dubaitíes, para desplazarse.
Diez personas bien alineadas a ambos lados, van y vienen sin cesar. El privilegio de tener una de estar barcas para mi solo me permite volver loco al barquero con mis preguntas y mis movimientos, sobre todo cuando nos cruzamos con “el autobús amarillo” que navega por el agua. Mahed es callado, conduce con maestría la barca con su pié izquierdo, pero su sonrisa da muestras de la hospitalidad y afabilidad que he recibido de este pueblo durante todos estos días.
El trayecto es corto pero suficiente para refrescarnos y dirigirnos al hotel intercontinental de Dubai. Punto y seguido con una buena comida, donde por segunda vez en menos de una hora encontramos otro producto español. En la zona de los postres, queso manchego, eso sí cortado de aquella manera.
Nos queda por visitar la palmera, uno de los desarrollos urbanísticos por excelencia en Dubai. Tienen que explicarte que estás dentro. Todos hemos visto esas fotos aéreas donde el diseño es casi perfecto, pero a nivel del mar apenas se aprecia su peculiar característica. Muy avanzada la construcción, vemos hoteles de lujo y grandes construcciones destinadas a viviendas particulares.
Una de las ramificaciones del tren elevado de Dubai, tiene acceso directo desde uno de los centros comerciales más grandes de la ciudad que termina en el hotel emblemático de esta zona, el Atlantis de Palm, en cuyo interior hay una verdadera sorpresa para los amantes del mar. Su visita no es gratuita, y mucho menos si quieres bucear dentro, pero el acceso de turistas es incesante y podemos observar, tomando un café o un te, las evoluciones de más de 100 especies marinas en un acuario gigante. Que mejor visión para un día largo, duro y difícil.
Oscurecerá antes de que lleguemos a Abu Dhabi. Necesito el tiempo que no tengo. Me voy con la certeza de que no me importaría vivir aquí para sentir y contar los cambios vertiginosos que están experimentando estas ciudades. El taxista que me lleva al hotel me saca de mis pensamientos y parece que los ha leído. Me dice que el problema es que mucha gente no entiende lo que está ocurriendo aquí. Vienen, están tres, cuatro, cinco días y se van. Hay que vivir esta cultura, sus tradiciones y su forma de vida para comprender. Pero eso sí que es otra historia.
Mañana día libre pero con comida en el Ministerio de Cultura, comida con encanto nos adelantan. Allí estaremos. Será mi último día.
Enlace:
Cuaderno de bitácora de Javier Barrio en los Emiratos Árabes Unidos