Seguramente (porque no la he leído y no hago otra cosa que especular), en la novela “La Higuera”, del Premio Nacional de Literatura Ramiro Pinilla -que según dice la autora es el original sobre el que ha hecho la adaptación del guión de “La higuera de los bastardos”- los sádicos falangistas que en la guerra civil sacaban a “los rojos” de sus guaridas y les daban el paseíllo final, serán algo más auténticos que las caricaturas que protagonizan la última película de la directora y montadora navarra Ana Murugarren (“Esta no es la vida privada de Javier Krahe”, “Tres mentiras”).
Falangistas, requetés, el consabido cura y unos cuantos personajes más de la época negra del “movimiento nacional”, que encarnan en esta historia actores importantes de nuestro cine como Carlos Areces (Algo muy gordo), Karra Elejalde (Ocho apellidos catalanes), Jordi Sánchez (Señor, dame pacencia), Pepa Aniorte (Cuerpo de élite) y Ramón Barea (Fe de etarras), caricaturas de caricaturas adornados con todos los tópicos imaginables.
Con la guerra civil tocando a su fin, Rogelio (Karra Elejalde) es un miembro de la Falange que cada noche sale con sus compañeros a dar paseíllos a “los rojos”. El día que asesinan a un maestro y a su hijo mayor, el pequeño se le queda mirando fijamente y Rogelio entiende que esa mirada es una advertencia de que se vengará un día. El chico entierra a los muertos y en la tumba planta un brote de higuera.
Trastornado, y convertido en una especie de eremita, Rogelio decide cuidar día y noche de esa higuera. Otro habitante del pueblo, Ermo (Carlos Areces), el codicioso chivato que denunciaba a sus paisanos para quedarse con sus bienes, no se separa de Rogelio convencido de que bajo la higuera se esconde un tesoro.
Presentada como un cuento, con narrador inicial en inglés, “La higuera de los bastardos”, donde se mezclan ideología, fanatismo y memoria desvirtuada, asesinos y hacedores de milagros, es un proyecto fallido sobre el personaje absurdo de un “iluminado” -inspirado también, siempre según la directora, en el loco que se niega a bajar del árbol en “Amarcord” de Fellini, y el Simón subido en su columna del desierto de Buñuel-, o, lo que es igual, que para redimirse el “malo” se tiene que pasar a la locura.
Partiendo de unos hechos tan terribles como reales de nuestro pasado más reciente, las “sacas” nocturnas de sospechosos de oposición al “alzamiento nacional” dirigido por aquel militar acomplejado que terminó siendo un brutal dictador durante 40 años, “La higuera de los bastardos” es una especie de falla de cartón piedra que no añade nada, incluso resta, a la tarea de preservación de la memoria de un tiempo tan oscuro.
De nuevo, nos están contando la historia quienes no la han vivido.