Joaquín Roy[1]
El resultado de las insólitas elecciones catalanas, decretadas por el gobierno español (y no por el Parlament catalán y su President) ha tenido un balance que deberá quedar en los anales del constitucionalismo español. La posible constitución del govern catalán, liderado por Carles Puigdemont, huido a Bruselas, debe ser considerada como consecuencia de la supervivencia de la ideología y de la aplicación de las matemáticas parlamentarias.
La contundencia de las acciones del gobierno español (intervención de la autonomía catalana, por aplicación del artículo 155 de la Constitución española) y de los tribunales (encarcelamiento cautelar de varios consellers y dirigentes de asociaciones cívicas que coadyuvaron a la celebración del referéndum ilegal del 1 de octubre), no parece que haya surtido el efecto de disuasión de los anhelos independentistas. Los partidos que han estado al frente de la aplicación de los sentimientos separatistas, que llegaron a aprobar una Declaración de Independencia unilateral, han logrado un nuevo éxito.
No solamente todo parece ser un triunfo de la ideología, sino que se refuerza nuevamente por las matemáticas parlamentarias. La novel formación bautizada como «Junts per Catalunya» (JpC), jibarización de la coalición antes conocida como «Junts pel Si«, que fue el ariete de ataque de la alianza de los restos de Convergéncia Democrática, el antiguo invento de Jordi Pujol, ha superado a la histórica Esquerra Republicana. Con sus votos combinados (66) y el apoyo de la anticapitalista CUP, JpC supera la mínima de 68 escaños para formar gobierno.
Por otro lado, el éxito más espectacular ha estado protagonizado por el impresionante ascenso de Ciutadans, fundado por el catalán Albert Rivera, y liderado en el contexto parlamentario catalán por Inés Arrimadas, andaluza de nacimiento. De ubicación centrista, Ciutadans es encuadrable en los diversos formatos liberales de Europa. Esta formación puede haber sido acusada de actuar como una rama del conservadurismo del Partido Popular, y se ha convertido paradójicamente en enemigo frontal de Mariano Rajoy. Arrimadas ha captado millares de votos que no solamente expresan su oposición al independentismo, sino también su incomodidad a compartir espacio con el PP.
Si los votantes que han apoyado tozudamente a Puigdemont, al igual que los que han seguido fieles a Esquerra, lo han hecho por lealtad ideológica, y no se han amilanado por los argumentos esgrimidos por el gobierno español en cuanto al deterioro de la economía catalana, los que han regalado su voto a Arrimadas han sido impelidos por desconfianza del historial del PP. El panorama catalán actual refleja en cierta manera una oscilación hacia el centrismo liberal, que curiosamente fue el origen del partido de Jordi Pujol, antes de la huida hacia delante de su sucesor Artur Mas.
En ese contexto se entiende también el techo de los argumentos de la propia Esquerra Republicana, a pesar de sus reclamos de capturar un espacio socialdemócrata, con tan buenas intenciones como la hercúlea tarea de los socialistas catalanes, bajo la dirección de Miquel Iceta, cuyo historial profesional inspiraba confianza. Pero los efectos de la cruenta ruptura entre sus sectores catalanista y «españolista», entre los grupos «obreros» y los «intelectuales», ansia de toda socialdemocracia, todavía tiene un efecto de zapa. De ahí que la llamada de Iceta para ser el presidente del consenso de los sectores «constitucionalistas» se vino abajo por la fuerza no de la ideología, sino de las matemáticas. Los independentistas tienen la mayoría, sin necesidad de mendigar votos en el cónclave parlamentario.
La izquierda diversa de los «comunes», una macedonia de excomunistas y afines a Podemos, puede considerarse perdedora doble, por no poder ejercer su fuerza en coaliciones para la investidura. Por su parte, la CUP ha visto rebajada la tropa a la mitad, pero conserva la baza del apoyo necesario para la «restauración» de Puigdemont. Curiosamente, los anticapitalistas quizá deban refugiarse bajo el siempre condenatorio «grupo mixto» con el supercapitalista Partit Popular catalán, que se quedará con apenas 3 diputados (de 11 en la anterior legislatura).
Rajoy liderará a nivel estatal el partido con mayor número de escaños en el congreso español y estará a la cola en el catalán. No sería nada de extrañar que los expertos en escudriñar las motivaciones de este descenso a los infiernos se centren en la actuación errática de varios miembros del gabinete de Rajoy, y los propios silencios del presidente, escudándose en la letra fría de la Constitución.
Los sectores independentistas se felicitaban cada vez que la vicepresidenta del gobierno Soraya Santamaría justificaba las acciones de su superior. Un impecable trabajo de campo revelaría que gran parte del nuevo voto independentista proviene de la decisión de última hora de catalanistas moderados que en el momento de insertar la papeleta se convertían en pragmáticos inversionistas de la utópica república.
Los sectores que se han opuesto a la reforma del reglamento de votación debieran reflexionar, ya que una parte importante del tozudo voto independentista proviene de la Catalunya «profunda» del interior y de las ciudades medianas. El voto en las grandes ciudades (más de base inmigrante) es más caro que en el interior (de hondas raíces cuasi étnicas).
De ahí que la combinación de los argumentos ideológicos y el rechazo de las advertencias de argumentos económicos (huida de empresas del territorio catalán, descenso del turismo) hayan hecho posible este resultado. ¿Es la ideología, estúpido, se diría en el contexto de Clinton? También es la matemática… y la geografía.
- Joaquín Roy es Catedrático Jean Monnet y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami.
- Columna distribuida por IPS