Tanto por devoción como por obligación profesional uno acostumbra a ver la ceremonia o gala de los Premios Goya de cada año, que en algunas ocasiones invitan a la cabezadita regeneradora, caer en los brazos de Morfeo mientras el actor o actriz de turno suelta esa sarta de dedicatorias en la que solo falta citar a los 33 reyes godos.
Los Premios Goya de este 2018 han tenido varias novedades, a saber: empezando por unos presentadores que en mi opinión no han estado a la altura de sus chanantadas, con lo buenos que son en otras ocasiones. Han aparecido por doquier unos abanicos reivindicando el papel de la mujer en la profesión, que debe tenerlo por derecho propio, ya que llegado el caso son tan buenas como cualquier hombre, o incluso mejores a la hora de la verdad, como lo demuestra ese premio doble a la mejor película y mejor dirección a la película, La librería, de la directora Isabel Coixet, mujer a la que admiro como directora y como persona por el valor que ha tenido de decir lo que ha dicho frente al nacionalismo rampante que campea por su tierra, Cataluña.
Pero por encima de todo, para mí ha habido algo muy especial, que por primera vez he oído en unos Premios Goya, y que dice mucho más que algunas de esas frases biensonantes que a veces suenan a enlatadas. Se trata de una frase pronunciada por el actor Javier Gutiérrez, que fue distinguido con el Goya al mejor actor por su interpretación en la película El autor.
Una frase que tal vez haya pasado inadvertida para la mayoría del gran público, atento a la parafernalia del evento, todo glamour y bambalinas, pero que para los que nos movemos dentro de la profesión ha sido un acto de fe, una confesión de que, detrás del evento en cuestión, más allá de la alfombra roja, trajes preciosos, sonrisas de oreja a oreja y frases hilvanadas para la ocasión, existe la otra cara de la moneda, la otra realidad de la profesión, que difícilmente desfilará por alfombra alguna, ya sea roja, azul, verde o marrón oscuro.
Porque Javier Gutiérrez tuvo la vergüenza torera de acordarse, en su gran noche de triunfo, ahí es nada, de los que podríamos considerar los menos favorecidos de la profesión, y pronunciar la frase: “Cuando no suena el teléfono”. Es decir, de la gran mayoría de actores y actrices que viven o intentan vivir de una profesión tan maravillosa como difícil, que es la suya, la única que tienen, pero que por pura necesidad tienen que compatibilizar con las cosas u oficios más variopintos, manteniendo la esperanza de que llegará su papel, de que algún día sonará el teléfono…
Es posible que más de un lector piense que no sea el momento más adecuado de hablar de estas cosas, de la otra cara de la moneda, cuando todavía están calientes los fogones de la gala de los Premios Goya, pero desde hace mucho tiempo tengo claro que si el médico tiene la obligación de salvar vidas, los periodistas tenemos el deber de explicarlas, que para eso estamos.
Y como se da la circunstancia de que el traje del que suscribe sirve de cobijo y arropa a las dos profesiones, periodista y actor, creo estar en disposición de escribir unas líneas sobre los afectados de “cuando no suena el teléfono”, que son –somos- la gran mayoría de actores y actrices de nuestro país. Datos que provienen de la Fundación AISGE, (Artistas, Intérpretes, Sociedad de Gestión), que es la encargada de recaudar los derechos de imagen.
Según el Estudio de diagnóstico sobre la situación laboral de Actores y Bailarines en España, de septiembre de 2016, los datos de la profesión, a grandes rasgos, son los siguientes: Del total de artistas españoles, el 8,17 % ingresas más de 12 000 euros anuales. Superan los 30 000 solo el 2,15 %. El 57 % de nuestros intérpretes no consiguen empleo en el sector. De los actores y bailarines que sí trabajan (43 %), más de la mitad no supera los 3000 euros de ingresos anuales. Quienes logran alguna ocupación complementaria se dedican en su mayoría a docencia, labores comerciales u hostelería; nada que ver con el gremio artístico. Las mujeres sufren una tasa de desocupación seis puntos por encima de los hombres, cobran menos y trabajan sin contrato en más ocasiones. Datos que hablan por sí solo de cómo está la profesión…
Gracias, Javier Gutiérrez, por haberte acordado en tu noche de gloria, aplausos y parabienes, de los cientos, miles de actores, actrices, bailarines, que están esperando a que suene el teléfono. Al menos, alguien se ha acordado de que existen.