Viste con sus mejores galas, y no porque vaya con un ornamento especial, que así es, sino porque se comporta como todos los de bien, excepcionalmente.
Sale de la bruma para entrar en ese albero donde el paso es firme con sequedad en la boca. No se contiene. Sigue.
Mira el destino de la vida, y él, sabiendo que hay desigualdad, pese a ella, se convierte en el héroe que todos hemos esperado. Es soberbio.
Salva los escollos de una realidad que quita fingimientos. Es él, eres tú, como nosotros, como todos: avanza con pureza.
En verdad, cuando ves a un amigo en la batalla de su vida, de la existencia, de ese reflejo de lo cotidiano, captas lo cercano que es lo bueno y lo malo, el principio y el fin, lo sencillo y lo complejo.
Por eso, conviene que caigamos en la cuenta de los milagros diarios. Hay que saber mirarlos. Para ello hace falta tener tiempo (por tanto, ir sin prisa), así como el afán de entender lo que sucede en el entorno. La voluntad mueve montañas. Sin ella no mejora la mente.
Entretanto, les digo, para que lo advirtamos, que este amigo va con sus mejores galas.