Un hermoso y original drama intimista alemán situado en un decorado poco habitual: las enormes estanterías donde el gran hipermercado tiene almacenados todos los productos que deben irse reponiendo a medida que los agotan los clientes.
Un relato romántico dividido en tres grandes capítulos que tratan sobre la vida de tres empleados, tres historias de dimensiones emocionantes que evolucionan al ritmo que marcan los palés y las carretillas elevadoras que se trasladan incansablemente por los pasillos de ese laberinto desconocido, en el que se mueve una comunidad de trabajadores solidarios que ni siquiera adivinamos que existen.
El introvertido y solitario Christian (Franz Rogowski, “Transit”) empieza a trabajar en un gran hipermercado de Dresde. Bruno (Peter Kürth, “Babylon Berlin”), jefe de la división de bebidas, le toma bajo su protección y le enseña el oficio.
En el pasillo de los dulces conoce a Marion (Sandra Hüller, “Toni Erdmann”), de la que se enamora. Se encuentran en la máquina del café y en cada encuentro crecen los sentimientos de Christian acabando por ser su único aliciente ya que pasa la jornada subiendo y bajando cajones de botellas, siempre bajo la incómoda luz de interminables neones que alumbran gigantescos pasillos de inalcanzables estanterías. Pero Marion está casada y un día no acude al trabajo…
Tercer largometraje dirigido por Thomas Stuber (“Herbert”, “Teenage Angst”), “A la vuelta de la esquina” –basada en un relato breve escrito por Clemens Meyer– se apoya en la química que se va generando entre todos los protagonistas de esta historia de la vida misma, que han sido ciudadanos de dos Alemanias bien distintas y están llenos de recuerdos y nostalgias, y sobre todo en la pareja formada por Sandra Hüller y Franz Rogowski quienes, he leído en una publicación francesa, “son la pareja de actores de moda en la cinematografía alemana”.
No me extraña: en mitad de ese universo geométrico formado por barras verticales y estantes horizontales con los que se ha compuesto esta hermosa producción, ellos son capaces de generar ternura, emoción e incluso algunas moderadas dosis de felicidad. Lo que decía: como la vida misma.