La figura del rey poeta Al-Mu’tamid Ibn Abbâd (Beja, Portugal, 1040–Agmat, Marruecos, 1095) vuelve a la actualidad por dos conciertos, uno en el Teatro Bellas Artes de Madrid y otro en Sevilla ofrecido por la Fundación Tres Culturas en el marco del programa Alqantara y el Foro Tanmía.
Un conjunto de músicos portugueses, españoles y marroquíes interpreta sus poemas en las lenguas de los tres países herederos del legado andalusí: Filipe Raposo, Janita Salomé y Quiné Teles de Portugal; Eduardo Paniagua y César Carazo de España; El Arabi Serghini y Jamal Ben Allal de Marruecos. El concierto se complementa con la proyección de imágenes que documentan el viaje por el territorio de la vida del rey poeta, actualizando todo el imaginario de una relación territorial y cultural secular.
Pero no hay que olvidar otro aspecto, la importancia que para el ajedrez tuvo este rey, un auténtico mecenas del juego. Una historia cuenta que Ibn Ammar de Silves o Abenamar (1031-1086), favorito de Al-Mu‘tamid, derrotó al rey castellano Alfonso VI (1040-1109) en una partida de ajedrez por la ciudad de Sevilla.
En 1078, Ibn Ammar se trasladó al campamento castellano con un ajedrez de sándalo, ébano y aloe, con incrustaciones de oro y plata, una auténtica obra de arte realizado por los artesanos más famosos de Al Andalus, siendo recibido con todos los honores por el rey Alfonso VI de León, el cual se encontraba asediando Sevilla y era gran aficionado al noble juego.
Como Ibn Ammar esperaba, Alfonso se quedó prendado del espectacular tablero y sus piezas, y quiso poseerlo. Tras una tentativa de compra por una elevada suma y ser rechazada, Ibn Ammar accedió, pero tendría que derrotarle en una partida para conseguirlo, si perdía debería aceptar la petición que el árabe desease. Alfonso cedió.
Así se jugó la partida. La apuesta era elevada, puesto que el ganador decidió el destino de Sevilla. Ibn Ammar ganó la partida y le pidió al rey castellano que respetase la ciudad. Aunque la cólera de Alfonso VI fue notable y, en un principio, pareció no estar dispuesto a cumplir su promesa, los consejos de sus notables le recordaron que el más grande de los reyes de la cristiandad no podía faltar a su palabra y deshonrarse. Alfonso VI sostuvo su palabra y no atacó Sevilla, abandonando su conquista, quedándose, eso sí, con el tablero y las piezas del juego de ajedrez.
Ibn Ammar tenía la reputación de ser invencible jugando al ajedrez; según el historiador Abdelwahid Al-Marrakushi. Otras fuentes apuntan que, en realidad, el sitio no se levantó hasta que Al-Mu‘tamid no acordó pagar un cuantioso tributo a Alfonso VI.
Por cierto, Ibn Ammar luego cayó en desgracia tras traicionar a Al Mu’tamid, quien lo mató de un hachazo con sus propias manos.
Al Mu’tamid de la familia de los abadies (Banû Abbâd), es considerado el poeta más brillante de Al-Ándalus en el siglo XI. Nació en la hoy localidad portuguesa de Beja en 1040 y fue nombrado príncipe regente en Silves en 1052.
Entre 1069 y 1090 fue rey del reino taifa de Sevilla, sucediendo a Al-Mu’tadid, su padre. Después de haber sido destronado en 1091 por la dinastía almorávide, la cual pasó a controlar todo el sur de la península ibérica, fue exiliado en Tánger y llevado a Agmat, 18 kilómetros al sur de Marraquech, Marruecos. Allí pasaría los últimos años de su vida, preso y desterrado, sus poemas más bellos y más profundos los hizo en esta situación penosa, falleciendo en la mayor de las miserias en 1095.
Su condición de rey-poeta le permitió escribir del amor con gran libertad sobre sí mismo y el mundo en el que vivió. Escribió a lo largo de toda su vida, incluso después de ser destronado y despreciado; y lo hizo de forma tan abierta e intemporal, que parece estar susurrándonos a la luz de la contemporaneidad, las cuestiones más esenciales del ser.
En una de sus poesías alude al ajedrez, recordando su vida escribió: Todo tiene su término fijado, y hasta/muere la muerte como mueren las cosas. / El destino tiene color de camaleón, /hasta su estado fijo se muda. /Somos para su mano un juego de ajedrez:/ quizá se pierde el rey por causa de un peón./ Que la tierra se hace erial, los hombres mueren./ Díle a este mundo vil:/Secreto de Ultramundo, Agmat lo esconde…
Sus palabras todavía hoy, pasados diez siglos, llegan profundamente al alma, compartiendo la intimidad y presencia de un espíritu envuelto en sensibilidad, sensualidad y pasión por vivir. Entre sus poemas más conocidos, ‘La aurora ladrona’, ‘El corazón’, La amada’ y ‘A mi cadena’.
El lugar donde está enterrado se conoce como la tumba del forastero (qabr al-garib, en árabe) debido al epitafio que el mismo rey poeta escribió y que empieza: «Tumba de forastero, que la llovizna vespertina y la matinal te rieguen, porque has conquistado los restos de Ibn Abbad».
El cantautor andaluz Carlos Cano (Granada, 1946-2000) le dedicó una canción, ‘El rey Al Mutamid dice adiós a Sevilla’ cuya letra está tomada de los propios versos del rey poeta. Asimismo también Paco Ibañez y con letra de Fanny Rubio cantó ‘El rey Almutamid’.