Argentina: la política no es un juego de bridge o de ajedrez

Roberto Cataldi[1]

Platón sostenía que la política a través del Estado procura favorecer el bien común y no el bien particular, y Aristóteles que ésta examina el bien de la ciudad-estado (comunidad). Ambos consideraban a la política una ciencia y a la vez un arte destinado al buen gobierno.

Claro que si observamos el panorama mundial coincidiremos que estas posiciones son más bien ideales, están muy alejadas de la realidad actual.

Existe la percepción generalizada del desastre ya consumado y del mayor desastre inminente por los juegos de una geopolítica que ocasionan desconcierto y sufrimiento. Las dirigencias y ciertas elites consideran la política como si fuese un juego de bridge o de ajedrez, cuando en verdad se trata de una noble actividad centrada en el bienestar integral del ser humano, la sociedad en su conjunto y la convivencia pacífica.

La Argentina es un caso particular, no único, casi destruida por las malas políticas en todas sus áreas, fundamentalmente en su economía, y moralmente alicaída. Hoy con malas artes es llevada a una elección que produce más angustia, en presencia de dos candidatos que no están a la altura de las circunstancias y no definen el camino a seguir. Uno archiconocido, asumiendo desde hace tiempo el papel de presidente como ministro de economía y por cierto gran responsable del desastre actual, y el otro un desconocido, definido como «cisne negro» o «emergente esotérico», aunque ambos tienen en común un determinado e inocultable perfil egocéntrico y autoritario.

Un grupo de prestigiosos intelectuales se pronunció a favor de la continuidad del gobierno actual, representado por el superministro y candidato (Massa) que nos aseguraría la vida en democracia, ya que el otro (Milei), quien jamás ejerció el poder, nos llevaría a una autocracia y, yo me pregunto, cómo llamar lo que actualmente vivimos en el país con un Parlamento paralizado desde hace tiempo, el flagrante desconocimiento de las leyes (incluyendo la Constitución Nacional), una justicia politizada que no investiga la corrupción (salvo excepciones), medidas absurdas e ilegítimas por doquier que no resisten un análisis, y hasta un juicio político a la Corte Suprema entre otros atropellos y abusos, donde la actitud contraria a la separación de poderes resulta más que evidente…

Me pregunto: ¿podemos estar de acuerdo con apoyar esta alternativa basándonos en estas situaciones fácticas? En fin, un intelectual debe tener una mirada muy amplia y desprejuiciada, con conciencia anticipatoria, de la misma manera que un estadista se caracteriza por anticiparse a los problemas. Sin embargo unos y otros, a pesar de sus buenas intenciones, pueden estar equivocados.

Y si algo tengo en claro es que no apoyaré la corrupción. Al respecto, no entiendo a la gente que se escandaliza por ciertas declaraciones disparatadas, pero no se indigna por la corrupción que carcome los cimientos de la Nación y con su voto le da un cheque en blanco a quienes está demostrado que robaron…

Las dadivas aceptadas y que se reparten demagógicamente no deberían oscurecer la conciencia a la hora de votar. Como si la corrupción no tuviese nada que ver con la pobreza, el hambre, la salud, la educación, la cultura, la seguridad, el trabajo, en fin, como si no afectase la moral de la sociedad.

Algunos sostienen que hay que votar al candidato que asegure la «gobernabilidad». Pues bien, en la Argentina gobernabilidad es tener la calle tranquila, sin protestas, y sacar las leyes que envía a su antojo el ejecutivo, aunque éstas sean injustas, convirtiendo al Parlamento en una escribanía. No creo que esa forma de proceder nos reasegure la vida en democracia y apuntale el régimen republicano. Es más, en estos días el superministro invocó con impudicia a Raúl Alfonsín, seguramente para ganar la simpatía de los radicales, olvidándose que Alfonsín se jugó por entero al enjuiciar a los militares represores (Nunca Más), aguantó a pie firme trece paros generales de la CGT (léase la inmaculada dirigencia sindical peronista), y más allá de los errores cometidos, aseguró el Estado de Derecho, algo que el candidato oficial y su movimiento jamás respetaron.

Es de ingenuos pensar que el mayor responsable de la inflación actual (logró duplicarla) así como de otros desastres de gestión, si resultase vencedor, el 10 de diciembre se convertirá en otro ser (como en una metamorfosis, digamos kafkiana), y promoverá el cambio, el que podía haber hecho cuando asumió hace más de quince meses…

Él y Cristina, hoy se reparten la suma del poder. No se puede ser oficialismo y oposición a la vez, a menos que se subestime la inteligencia de los ciudadanos. Además mentir no significa lograr engañar. No sé si leyó Il Gattopardo, pero no tengo dudas que es un avezado cultor del gatopardismo.

Milei nunca formó parte de la casta que combate pero que ahora necesita para que le dé oxígeno. Y más allá de su agresividad, incontinencia verbal y declaraciones disparatadas que lógicamente ahuyentan a muchos, al punto que hay quienes lo llaman «el loco». Incluso Macri (quien según dicen lo tutea pero Milei lo trataría de usted y de presidente, algo común en los exmandatarios de los Estados Unidos, no aquí), propone un cambio frente al statu quo del oficialismo.

Es obvio que muchos, por no decir todos, queremos saber cómo sería en los hechos ese cambio de llegar al poder. Por lo pronto, si el extravagante candidato llegase a la presidencia, su debilidad institucional le impediría armar una autocracia al estilo de Putin. Su partido no ganó ninguna de las veinticuatro gobernaciones (incluyo CABA), no tiene mayoría en el Parlamento, y no contaría con el apoyo de las fuerzas armadas ni del poderoso círculo rojo, en consecuencia le sería difícil imponer alguna de las estrafalarias propuestas que esgrime con énfasis de campaña, pues sería un presidente muy vulnerable, aunque tendría la oportunidad de actuar con inteligencia si eligiera ministros capaces en áreas claves: economía, salud, educación, trabajo, relaciones exteriores, entre otras.

Además estaría obligado a cultivar el diálogo con la oposición para aprobar sus proyectos. Y el apoyo ya declarado de importantes sectores de Juntos por el Cambio (Macri, Bullrich y otros dirigentes) implicaría un compromiso de moderación en aquellos temas que son sensibles para la sociedad.

También habría un reacomodamiento regional, con el Brasil de Lula, principal socio comercial, una condena explícita a las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua por las que el gobierno actual revela una inocultable simpatía, sin mencionar la invasión de Rusia, el problema de Medio Oriente y las relaciones con China e Irán, entre otros temas geopolíticos calientes.

Algunos analistas sostienen que el superministro sería más peligroso por haber violentado reiteradamente las leyes. El movimiento que representa manejó el Estado como si se tratase de una empresa propia, queriendo perpetuarse en el poder como lo ha evidenciado durante décadas, y considera «pueblo auténtico» solo a sus partidarios, los otros son antipatria.

En fin, a los votantes se le presentan dos opciones, y no haría tanto hincapié en las categorías izquierda-derecha, ya que a menudo y ateniéndonos a los resultados terminan siendo una trampa ideológica.

En la Argentina existe un empobrecimiento planificado, progresivo y perverso bajo el rótulo de la «igualdad» que terminó destruyendo en gran medida el tejido social (pobrismo y sometimiento), un capitalismo de amigos, y una dirigencia teñida de privilegios, nepotismo y negocios opacos. Está claro que millones de argentinos no quieren más de lo mismo…

La abstención y el voto en blanco están sobre el tapete, sin embargo el peligro que acecha a la Argentina es patético y exigiría como diría Sartre «ensuciarse las manos». En efecto, un intelectual amigo acaba de comunicarme que se tapará la nariz y votará al excéntrico candidato.

Por otro lado, muchos venezolanos que residen aquí escapando del chavismo, recuerdan que en 1998 allí ganó ampliamente el voto en blanco, sacándole a Hugo Chávez una ventaja de casi ochocientos mil votos, quien entró segundo y terminó haciéndose del poder, lo continuó Maduro a su muerte y, millones de venezolanos han tenido que abandonar su patria.

La abstención y el voto en blanco tienen su historia en el país. El radicalismo en el pasado se abstuvo de votar en varias elecciones. Mi padre solía contarme que el radical Elpidio González era ministro de Yrigoyen cuando el general Uriburu dio el primer golpe de Estado de la historia argentina (el capitán Perón participó del golpe) y estuvo dos años preso en la isla Martín García. También fue vicepresidente del gobierno de Marcelo T. de Alvear. Ya en el llano, agobiado por las deudas y la pobreza, mi padre lo vio en la calle vendiendo anilinas, betún para zapatos, ballenitas y cordones…

Frente a esta situación el Congreso Nacional aprobó una ley de pensión vitalicia para que el exvicepresidente tuviese un mejor pasar (la ley disponía pensión de «privilegio» para expresidente y exvicepresidente), pero Elpidio González la rechazó, dijo que teniendo dos manos para trabajar no necesitaba «limosna»; falleció en 1951, a los 76 años y en la pobreza; un hombre probo que muchos ciudadanos y políticos ignoran.

Cabe mencionar que Perón en el exilio pidió a sus seguidores que votarán en blanco, y el voto en blanco resultó ser el ganador (1957). De todas maneras los tiempos cambian, las situaciones contextuales son otras, ni siquiera el mundo actual se parece al de hace apenas un lustro.

Una destacada periodista española nos decía: ustedes necesitan una Merkel, no una Cristina. No lo dudo. En estos días Hugo Beccacece en La Nación sostenía: «Sea quien sea el ganador, el futuro se presenta oscuro y doloroso. ¿Qué harán con nosotros el presidente victorioso y el candidato derrotado?».

Estimo que la incógnita está en la mente de todo ciudadano que vote o no, angustiado por esta encerrona que armaron los políticos, donde la crisis, la decadencia y la debacle cultural se entrecruzan con la decepción y la incertidumbre.

  1. Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)
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