Juan Rebollo nació en Mollina (Málaga) y como tanto niños de la década de los 50 pasó por el seminario. De allí salió y se licenció en Ciencias de la Información en la Complutense. Durante tres décadas ha ejercido el periodismo, entre otros medios, en Diario SUR (Málaga), Área (Campo de Gibraltar) y Canal Sur, donde desempeñó varios cargos de responsabilidad directiva. Ello le deparó en 1990 dos premios, la Mención de Honor a la Labor Periodística Continuada del Ministerio de Cultura y el Andalucía de Periodismo.
Ahora, alejado del oficio de periodista, ha publicado su cuarta novela, “Bajo el cielo protector” (CórdobaLibros, 2014), cuyo protagonista pasó de niño por el seminario y vivía en un pueblo de Málaga.
En contra de lo que solemos decir quienes alguna vez nos hemos introducido en el mundo de la literatura de ficción, Juan Rebollo reconoció en la presentación de su obra en Córdoba que su novela cuenta con elementos que parten de su vivencia, aunque no es, en modo alguno, autobiográfica.
El autor insiste en que se trata de una obra plagada de contenido espiritual, religioso, y lo tiene, pero también es una narración de dos épocas bien distintas de la historia de España, una primera, la del paso por el seminario en una sociedad atosigada por las penurias y la religión, y, otra, la que antecedió a la primera victoria socialista en unas elecciones generales tras la reinstauración democrática que se plasmó en la Constitución de 1978.
No deja de ser también “Bajo el cielo protector” una novela llena de valores, como la meritocracia, pero sobre un fuerte enfoque de espiritualidad, “en una sociedad en la que los valores cotizan a la baja, en un momento en el que ser religioso no se lleva y cuando la acción se impone a la reflexión”, como dice el propio autor.
Trata de desmarcarse de modas y reivindica valores eternos en un momento de amodorramiento individual y colectivo, tal y como él lo describe, a través del uso, en cierto modo, de esa sensación de crisis que nos embarga hoy día cada pensamiento y cada acción para hacer una reivindicación también menos espiritual, para llevarnos a una reflexión intelectual, donde coloca al personaje principal de su novela como una persona de éxito, hecha a sí misma, capaz de afrontar los retos, el principal de ellos el de tomar decisiones en momentos trascendentes y el de ejercer su mérito en una España donde, y cito al propio Juan poco antes de presentar la obra en su pueblo de Mollina, hay que recuperar los valores eternos “porque la gente hoy está desorientada”.
El hilo conductor de la narración es Daniel Domínguez Guzmán, un andaluz que como otros muchos hizo mérito de sus capacidades y triunfó en Madrid. Y también como otros muchos andaluces de la época tardofranquista pasaron por el seminario y conocieron allí sus primeros atisbos de una vida que no era como la que había recorrido en el entorno rural que les había marcado hasta ese momento. Son muy reconocibles los Daniel Domínguez hoy día en nuestra sociedad.
Daniel, como muchas personas de su época, salió del ámbito rural, en el que arranca la historia en la década de los cincuenta del siglo XX, y se forjó una carrera de éxito en un momento épico de la historia de España, alrededor del que se resuelve la trama, poco después del 28 de octubre de 1982, aunque no en el Madrid de la Transición, en el que se desarrolla parte de la novela y al que le siguió uno de sus hermanos, Juan, también a través de la ruta del éxito, sino en la Málaga de esa época.
Santiago, el tercero de los hermanos, apostó por permanecer en el núcleo familiar de Llano de Tiberia, el pueblecito malagueño que es el lugar de partida de la historia, donde la narración vuelve para darle el giro que la orienta hacia el final que busca el autor y que se sitúa como referencia ancestral del protagonista principal y de los secundarios.
Cierran el círculo familiar que forma el núcleo de personajes dos mujeres trascendentes, además, en la historia: Ana, la madre de los hermanos, y Magdalena, la compañera de Daniel.
La novela de Juan Rebollo no busca dificultar su lectura ni enmascararse dentro de un lenguaje complicado. Cuidando la narración, respetando escrupulosamente a la literatura, la novela discurre entre personajes, hechos y épocas hasta llegar a un final probablemente inesperado para el lector pero, una vez conocido, perfectamente coherente con el planteamiento del autor.
Juan Rebollo tiene un gran sentido de cercanía a la hora de escribir. Sitúa a Llano de Tiberia en su natal provincia de Málaga, como centró la acción de sus anteriores obras, “Claveles rojos” y “La rosa de Gibraltar”, en esta última zona gaditana que tan bien conoce por su trabajo como periodista y donde estuvo en la primera fila de lo que aconteció alrededor del submarino nuclear británico “Tireless”, hecho que le inspiró “La rosa de Gibraltar”, su primera novela, editada en 2008.
De ese sentido territorial se escapa “El diagnóstico”, con el que empieza a recorrer un camino continuado a través de la novela que le lleva a publicar desde entonces, allá por 2012, tres obras en tres años.
Pero, frente a “La rosa de Gibraltar”, “El diagnóstico” y “Claveles rojos”, sospecho que “Bajo el cielo protector” se aleja de la temática que se asemeja al género del suspense, el “thriller”, y se introduce en la espiritualidad y en la realización personal. El propio autor reconoce que se sitúa en la línea de la corriente del padre del existencialismo, el filósofo danés Soren Kierkegaard, en la que la condición humana marca el propio significado de la vida desde la libertad y la responsabilidad individual.
No creo que Juan Rebollo haya perdido ni frescura ni agilidad en su prosa por este tránsito, sino, que, al contrario, mantiene ambos atributos vinculando su objetivo espiritual con su narrativa.
Buen ejemplo de ello es la reflexión que el autor coloca en la mente del protagonista principal, Daniel, cuando regresa obligado por circunstancias familiares a su natal Llano de Tiberia: “Meditó acerca –se lee en la novela- de que él también podría haber sido uno más de los hombres del pueblo que a aquellas horas dormitaban delante de una chimenea o alrededor del brasero, guarecidos en su particular visión de la vida, su propia medida del tiempo y su peculiar interpretación de las circunstancias, ajenos a movimientos culturales y a corsés intelectuales”.
En contra de la tristeza de la novela “El cielo protector” (1949), de Paul Bowles, de 1949, que aparece vinculada en la obra de Rebollo, esta atesora una gran carga de fe. Fe en lo divino, en lo desconocido, en lo que supera el raciocinio humano, en lo que sólo la creencia permite hacerlo parte de la vida de las personas. Y fe también en la persona misma, en sus capacidades, en su mérito, en su suficiencia para decidir y resolver.
“Bajo el cielo protector” es, quizás, una novela fuera de los cánones de nuestros días, una obra que se sale de estereotipos comerciales que hacen caja y que probablemente tampoco entra en arquetipos para recibir el plácet de la oficialidad religiosa.
Quizás en ello esté el gran mérito de esta obra de Juan Rebollo.