Camino de la Cruz (Kreuzweg): ¿estamos aquí para sufrir? 

Con dos premios inexplicablemente conseguidos en la Berlinale 2014 y tres más de la Semana del Cine de Valladolid (Seminci), la película Camino de la Cruz, del alemán Dietrich Brüggemann, es la historia de una adolescente que vive (y muere) en una familia católica fundamentalista alemana.

cartel-Camino-de-la-cruz Camino de la Cruz (Kreuzweg): ¿estamos aquí para sufrir? Tediosa hasta la irritación, con planos-secuencia estáticos que duran varios minutos, y en particular la interminable perorata que inicia la narración, una clase de catequesis, Camino de la Cruz llega a hacerse por momentos insoportable.

Y no es que el tema sea baladí ni que esté al margen de la actualidad (no hay más que recordar las manifestaciones multitudinarias, en países occidentales, en contra del matrimonio entre personas del mismo género, o en contra del aborto; el integrismo religioso es una realidad incontestable. Después de ver esta película me pregunto cómo serán las cosas en la intimidad de esas familias). Pero es que del millón de posibles maneras de contar la historia de una adolescente inmersa en un ambiente fundamentalista católico (igual podría ser protestante, ortodoxo, islamista o de cualquier otro credo) que literalmente acaba con su vida, el realizador ha optado por la más aburrida de todas: catorce capítulos, que se titulan como el ritual de las estaciones de semana santa, en los que la protagonista va llevando a cabo su personal camino del calvario

Maria, de 14 años, es una adolescente de hoy educada en una religión medieval: un catolicismo integrista que ve a satanás en cada amistad nueva, cada letra impresa y cada canción, que prohíbe todo y predica una concepción guerrera de la fe (“los católicos son soldados de dios”), lo que obliga a los “fieles” a estar en permanente combate, contra ellos mismos y contra el mundo en su totalidad. A base de sermones, preparación para la confirmación, confesiones y broncas familiares, la niña decide convertirse en santa, “sacrificarse” a cambio de lograr la curación de su hermano pequeño, mudo de nacimiento. A fuerza de dejar de comer “para no caer en la tentación de la gula”, y de quitarse la ropa “para pasar frío”, María acaba convertida en una chica anoréxica con un fallo pulmonar irreparable.

La película no ataca la religión, solamente denuncia los efectos devastadores que una forma de entenderla, un orden intransigente, una familia, una madre especialmente y un ambiente realmente tóxicos, pueden causar en el cuerpo y el espíritu de una niña en plena etapa de formación.

Camino de la cruz es una película muy aburrida y además estúpida, al dar por bueno que el sacrificio de la niña salvará al hermano que –oh, milagro- dice la primera palabra, su nombre, mientras la chica agoniza. Estúpida también por aprobar implícitamente la teoría del sufrimiento y la renuncia de todo como camino para una supuesta y más que discutible “salvación eterna”.

Mercedes Arancibia
Periodista, libertaria, atea y sentimental. Llevo más de medio siglo trabajando en prensa escrita, RNE y TVE; ahora en publicaciones digitales. He sido redactora, corresponsal, enviada especial, guionista, presentadora y hasta ahora, la única mujer que había dirigido un diario de ámbito nacional (Liberación). En lo que se está dando en llamar “los otros protagonistas de la transición” (que se materializará en un congreso en febrero de 2017), es un honor haber participado en el equipo de la revista B.I.C.I.C.L.E.T.A (Boletín informativo del colectivo internacionalista de comunicaciones libertarias y ecologistas de trabajadores anarcosindicalistas). Cenetista, Socia fundadora de la Unió de Periodistes del País Valencià, que presidí hasta 1984, y Socia Honoraria de Reporteros sin Fronteras.

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