Ilia Ehremburg: hay personas sombrías con ideas optimistas y también están los pesimistas alegres. Bujarin era de una naturaleza asombrosamente íntegra: quería rehacer la vida porque la amaba.
Ni con dogmatismo ni con cólera: la revolución rusa del 17 fue el más anhelado e importante acontecimiento político del siglo XX y mantuvo a millones de ciudadanos, sobre todo los más sufridos y explotados, y los que aspiraban a un mundo más justo y menos supeditado a los capitalismos e imperialismos devastadores, en la esperanza de su consolidación. Su caída supuso la frustración del sueño que la alentó.
No es fácil argumentar las causas de la victoria y derrota. El acoso mundial desde sus inicios -más de una decena de países sufragando una rebelión interior contra ella- la debilidad del ser humano, aunque sea revolucionario, para huir de los ancestrales vicios del poder y la personalidad dictatorial basada en el uso de la fuerza, la pusieron en peligro desde sus inicios, pero sobre todo cuando comenzaba a consolidarse.
Sus primeros años se debatieron entre la lucha por mantenerse firme ante el terrible acoso interno y externo que quería derrotarla, y el debate revolucionario entre socialdemocracia y marxismo leninismo tanto en el Parlamento como en discusiones masivas entre obreros, campesinos e intelectuales, para la mayor transformación social y política que conocieron los siglos, inspirada en textos de los grandes creadores revolucionarios del siglo XIX, cuyas teorías intentaban aplicar en medio de las convulsiones que vivían.
Triunfarían los que apostaban por un estado militar y represivo absolutamente centralizado frente a los más marxistas que buscaban dar pasos que terminaran con la consolidación del Estado hasta su necesaria desaparición.
Fue tal su impacto que los gobiernos militarizados y de un capitalismo salvaje tuvieron que abrir paso a vías socialdemocráticas e incluso a lo largo de los años, sobre todo tras la hecatombe mundial provocada por el fascismo y nazismo, impulsar beneficios sociales para las poblaciones, que paliaran el efecto de pura explotación a que estaban sujetas por banqueros, capitalistas, y regímenes monolíticos.
En esta reflexión sobre lo que no es un simple aniversario, sino un motivo de estudio para aplicarlo al presente y al futuro, vamos a transmitir las palabras de uno de los hombres más importantes y lúcidos que participaron en ella, que al margen de epítetos, descalificaciones o elogios, marca con su vida y obra ese auge y decadencia que va de 1917 a 1937: me refiero a Nicolás Bujarin, agudo economista, comunista convencido y tal vez el hombre en el que había puesto sus esperanzas, ya en su decadencia final, Vladimir Lenin, y al que Stalin consideró el mayor enemigo de su ascenso dictatorial y su equívoca transformación de la URSS en estado totalitario al tiempo que se negaba a aplicar sus teorías económicas que buscaban un desarrollo pensado en beneficio de la población y no en el egocentrismo militar, autártico y de deformación del partido bolchevique. Por eso, como hizo con otros fundamentales comunistas que habían llevado a término la revolución de octubre, le torturó y asesinó para consolidar su poder absoluto.
Escribe Bujarin al triunfo de la Revolución, palabras vigentes para nuestro tiempo histórico:
Tratando de obtener las mayores ganancias, los capitalistas buscan fuerzas de trabajo, más baratas y al mismo tiempo la mayor explotación posible. Se persigue así la «cacería» de trabajadores, lo que se llama en Occidente «el efecto llamada». Y al tiempo en aras del máximo beneficio se desplazan mercancías y capitales cada vez más lejos de su país de origen.
Y en un discurso en La Sorbona, ya en 1936:
El fascismo, tanto en la teoría como en la práctica, ha llevado a un extremo las tendencias autoindividuales, ha erigido un estado totalitario todopoderoso sobre todas las instituciones y lo despersonifica todo, a excepción de los dirigentes y superdirigentes… La despersonificación de las masas es proporcional a la glorificación de los dirigentes.
A su regreso a la URSS comienza su persecución directamente ordenada por Stalin. Al fin él y su mujer son detenidos. Bujarin sería torturado y como otros dirigentes de la revolución, Zinoviev, Kamenev, incurriría en esa confesión no sabemos los procedimientos empleados para que cientos de ellos que no escaparían a la pena de muerte confesaran las mismas o parecidas palabras, diría en su proceso:
Con brillante aplicación de la dialéctica marxista-leninista Stalin fue totalmente correcto al refutar toda una serie de posiciones teóricas del desviacionismo derechista del que yo era el único reprobable.
Antes de morir dirigió una escueta a nota a Stalin, que lógicamente éste no contestó. Decía en ella:
Koba, ¿qué necesidad tienes de matarme?
Pero las palabras más importantes, antes de que fuera asesinado, son las que escribió para los comunistas:
Me dirijo a vosotros, la futura generación de dirigentes del partido, cuya misión histórica consiste en aclarar la monstruosa red de crímenes que en estos días está creciendo una vez más, extendiéndose como el fuego, asfixiando el partido.
La política de Stalin nos conduce a la guerra civil. Tendrá que abordar las revueltas con sangre. será un estado policiaco.
El gran escritor Alekxandr Blok, otra víctima revolucionaria, en breves palabras nos describiría lo que pensaban muchos de quienes acompañaron a Lenin, Trotsky, Kamenev, Zinoviev, Bujarin y cientos de nombres que podríamos añadir, aquellos días de octubre del 17:
¿Qué hacer si me engaño un sueño, como todos los sueños, y la vida despiadada me atizó con un látigo cruel?
Pero el comunismo, teoría y práctica de una vida distinta, que culmina en la desaparición del Estado tal como se viene configurando desde siempre, y en una sociedad no escindida en explotadores y explotados, y que hasta ahora no ha podido aplicarse, responde a las palabras que un día me dijo mi amigo Saramago:
El comunismo ha muerto: Viva el comunismo