El 24 de febrero de 1981, el diario madrileño El País amanecía con un editorial en portada en el que quedaba claro de qué lado estaba el rotativo madrileño tras una noche no de cuchillos largos, sino de fusiles ametralladores y hombres armados apuntando al corazón de la democracia, como era el Congreso de los Diputados, secuestrado por el teniente coronel Tejero y sus conmilitones, a los que al parecer la democracia les venía demasiado ancha.
Nuestra Carta Magna, la Constitución que nos habíamos dado los españoles años antes, fue de alguna manera la tabla de salvación de un país que había renacido a la democracia unos años antes tras la larga noche que supusieron 40 años de dictadura.
Han pasado 33 años desde aquella fatídica fecha, ha nacido una nueva generación de españoles que afortunadamente no vivió aquello, aunque no les vendría mal a algunos leer el citado editorial de periódico en el que, entre otras muchas cosas, se decía que algunos jugaron en tal ocasión a “aprendices de brujos”. No vaya a ser que trocando las armas por la verborrea fácil, los otrora aprendices de brujo se tornen “ángeles custodios”, de la buena nueva, sumidos en la creencia de que son ellos, y solamente ellos, los que vendrán a salvar al país.
Fueron muchos los españoles que aprobaron la Constitución en 1978 por la cual nos seguimos rigiendo en estos momentos. De un censo de 26.632.180 personas, votaron a favor el 88,54%, mientras que el 7,89% lo hacía en contra. Y como dato curioso, baste decir que los ciudadanos de Cataluña, que ahora parecen ser los más antiespañolistas, votaron a favor de la Carta Magna nada más y nada menos que el 90,46%, y en contra el 4,97%. Es decir, más que en el resto de España (¿?).
Somos también muchos los que creemos que la Constitución que un día nos dimos no es inamovible, y que por lo tanto puede ser reformada, respetando, eso sí, las reglas del juego democráticas. El país puede ir, llegado el caso, a dotarse de una Constitución de tipo federal, donde las distintas Comunidades Autónomas tengan su encaje con identidad propia dentro de un Estado común que se llama España. Con un Senado territorial que sea operativo, o que desaparezca, ya que el actual resulta a todas luces inoperante. Pero lo que no es de recibo es eso que algunos argumentan que como ellos no votaron la actual Constitución no les sirve, ya que siguiendo esa norma tendríamos que hacer una nueva cada cuatro años; es decir, cada vez que ante unos nuevos comicios de incorporan nuevos ciudadanos a las urnas.
En eso estamos cuando algunos van vertiendo cual buena nueva filosofía por los cenáculos en que se han convertido los distintos programas de televisiones varias que ellos no van a ser “la UCI de ningún partido del Régimen del 78”, mientras tildan de casta a todo lo que no les suene a “pureza nueva” en que parecen haberse erigido. Y lo curioso del caso es que uno de esos nuevos líderes de última hornada quiere emular al viejo profesor Tierno Galván, quien fuera alcalde de Madrid. ¿No sabrá el sujeto en cuestión que en base a sus criterios, el viejo profesor pertenecía a la más pura de las “castas”? Que nos lo digan a algunos de los que le conocimos.
No cabe duda de que vamos a vivir unos meses interesantes de aquí a las próximas elecciones municipales y generales, donde los ciudadanos darán su confianza a las distintas opciones políticas, todas ellas respetables, por supuesto. Habrá que prestar atención a los distintos programas, aunque ya vamos conociendo el balbuceo de algunos de ellos. Los que vivimos en un mundo de realidades, tal vez porque ya hemos vivido mucho, sabemos que la política es “el arte de lo posible”, y que una de las primeras posibilidades tal vez pueda consistir en ofrecer milagros, promesas que cual flores silvestres crecen tanto en tierra de secano como de regadío. Si ir más lejos, algunos lo están haciendo ya.