«Nietzsche decía que la música era un hechizo. Una bruja que pervierte y absorbe. Y que no tenía nada que ver su procedencia con las musas ni las sirenas, como decían otros filósofos».
Eso escribía el periodista y productor musical Julián Ruiz en el diario El Mundo el 14 de septiembre de 2017.
Friedrich Wilhelm Nietzsche fue muchas cosas. Un intelectual, un pensador, un filósofo, claro está, un filólogo. Y un poeta. Y un músico para quien la música es algo trágico, algo melancólico. No estoy muy de acuerdo con eso, pero no me voy a poner a discutir con un gigante del siglo diecinueve a quien aún estudia todo el mundo en Occidente. Me quedo con esta frase suya escrita en una carta enviada a un amigo, el también músico alemán Johann Heinrich Köselitz (más conocido por su pseudónimo Peter Gast):
«La vida sin la música es sencillamente un error, una fatiga, un exilio»
No nos movamos de Alemania, ni del siglo diecinueve. Visitemos a otro de aquellos pensadores que aún hoy sostienen gran parte de la peripecia mental de nuestras vidas. Para Arthur Schopenhauer, la música era la auténtica expresión del mundo, al cual es capaz de superar:
«La música, al pasar por encima de las ideas, es también enteramente independiente del mundo fenoménico al que ignora sin más y, en cierta medida, también podría subsistir aun cuando el mundo no existiera en absoluto, siendo esto algo que no cabe decir de las demás artes».
Aquellos pensadores tenían una idea de música que tal vez no tenga nada que ver con la música de la que te he hablado en este libro, de la música pop, pero no importa. Porque la música no deja de ser aquello que los humanos inventamos, o recuperamos del universo, para hacer bailar al silencio. Y el silencio contiene todas las probabilidades de la música. Por tanto, sólo contiene su deseo.
Pido disculpas a todos cuantos se dediquen a la música y hayan querido verse al menos nombrados en un libro así, también a quienes querían detectar reflejados en mis palabras sus propios gustos. Este libro no estaba escrito con la intención de agradar a los unos ni a los otros. Su única razón de ser era expresar cuánto vengo amando la música que he tenido la oportunidad de comprender, disfrutar y aprender a utilizar para lograr mi felicidad y la de quienes me aman.
Para que mi amigo David Menaza no pueda reprocharme gran cosa, menciono a tiempo a alguien que no había aparecido hasta ahora, a una de las muy grandes de la música country estadounidense, Emmylou Harris.
Y como Marga Barrio, cuando leyó el original de este libro, me dijo que se había quedado extrañada de que no mencionara ni a Cat Stevens ni a The Band lo hago ahora: Cat Stevens y The Band (lo que me lleva a recordar un libro excelente sobre música: Imposible vivir así. The last waltz, escrito por Miguel López).