El lobo detrás de la puerta: Un retrato social muy negro donde cualquiera puede ser el lobo. Éste podría ser el resumen de este thriller psicológico brasileño, criminal y negrísimo. Una investigación implacable que conduce a algo terrible e inesperado.
La película te deja sin respiración y no una vez sino más, pues en ella el secuestro de una niña, hija única de una familia de clase media baja en una barriada brasileña, sirve de pretexto para diseccionar unos caracteres y un estado de cosas que llevan a un diagnóstico social tan realista como aterrador y sin salida.
El implacable inspector de policía (Juliano Cazarré), que es el encargado de dirigir la investigación e interrogar al triángulo formado por los padres de la niña (Fabiula Nascimento y Milhem Cortaz) y la amante (Leandra Leal, principal sospechosa del secuestro), nos guía -con su estilo escueto y socarrón- por los entresijos de un entramado psicológico y moral de tal magnitud, digno de Ligazón, de Valle-Inclán. Efecto agrandado por el habla portuguesa de la versión original.
Pero más aún, al ahondar en las raíces del crimen, el investigador nos conduce a un diagnóstico social tan claro como difícil de olvidar, donde los personajes secundarios que en la trama aparecen y desaparecen, añadiéndose a ella como en una danza macabra, sólo contribuyen a hacer que lo ocurrido a esta familia se convierta en un hecho exponencial.
Lo más terrorífico de El lobo detrás de la puerta es que, guiándote sólo de las apariencias, crees tener al lobo perpetuamente delante, ya bajo formas amables, ya bajo formas de dominación, siempre presente aunque escondiéndose. Y cuando por fin sabes la verdad, sigues pensando lo mismo.
Es un lobo que parece domesticado y previsible, pero qué zarpazos. Por eso estamos ante un thriller negrísimo e imperdible en que todos los indicios apuntan, sólo que están cruzados, y son las mentiras las que al final dicen la verdad.
Una sociedad desestructurada y sin más expectativas que pasárselo bien por los medios que sea, cada cual persiguiendo su propio placer y la forma de salir adelante sin pringarla. Y donde ese placer ha de lograrse a costa de los demás. No hay amabilidad que no encubra un robo, aunque a veces el robo sea psicológico y, sobre todo, mutuo. En ese contexto, todo lo que pasa en la película es lógico hasta el absurdo.
Sólo hay uno que trabaja y en torno a él gravitan los que quieren vivir de él. Y él, que está ocupado, no da abasto porque le llueven solicitudes de parte de las que están desocupadas mirándose el ombligo (da la casualidad de que son mujeres), que están a verlas venir esperando que él las haga felices, las lleve y las traiga, se fije en ellas, las atienda. Están algo chifladas, y él es un lobo.
¿Dónde está el lobo? ¿En esos dientes del hombre cuando sonríe y agacha la cabeza?, ¿En la tontería ovejuna de la mujer? ¿En el afán vengativo y depredador de «la otra»?
El lobo detrás de la puerta supone el estreno como director del brasileño Fernando Coimbra. Es una obra de arte.
Rodada en portugués, se estrena el 18 de julio en España.
Hace tiempo que el lobo feroz acecha a los españoles pobres detrás de la puerta de este gobierno.