En unos momentos en que tanto el teatro como el cine están por los suelos, infravalorados hasta unos extremos hasta ahora desconocidos, viene a nuestros escenarios de la mano del Centro Dramático Nacional una obra, El viaje a ninguna parte, que nos retrotrae a una España de posguerra cubierta de secarral, pobreza y hambruna, donde unos cómicos intentan subsistir haciendo teatro en esa compañía de los Iniesta-Galván, formada por una familia que reparte y comparte la ilusión acompañada de necesidad de comer cada día, que no es poco.
El viaje a ninguna parte fue una novela escrita en 1985 por el inefable Fernando Fernán Gómez, maestro en el oficio, que ya fuera llevada a la pantalla tiempo después y dirigida por el mismo autor. En esta ocasión, en la versión de Ignacio del Moral y la dirección de Carol López, se ha huido de la versión cinematográfica para centrarse en el teatro por el teatro, de cara al espectador, que contempla cómo este grupo de cómicos de la legua deambula por los pueblos de Castilla La Mancha buscando la oportunidad de representar alguna obra para poder seguir comiendo caliente, si ello es posible.
El campo de actuación de la compañía Iniesta-Galván será un secarral, un secarral manchego sinónimo de un tiempo y unas circunstancias. La decadencia de esta compañía ambulante se palpa en el ambiente, mientras un invento más moderno, el cine, se abre paso entre el público, surgiendo debido a ello el lógico enfrentamiento entre teatreros y peliculeros, que de la mano de los hermanos Lumière se abren paso en la nueva sociedad, que va cambiando de gustos.
Pero la obra es mucho más que eso, ya que también viene a ser un homenaje al teatro de aquella época, a los cómicos a los que por ejemplo no se les permitía pernoctar en hostales u hoteles porque eran “gente del mal vivir”. Un homenaje en el que la humanidad, la melancolía y el humor van de la mano, reflejado todo ello en los rostros de unos personajes entrañables que responden a nombres como Julia Iniesta, Carlos Galván, Maldonado, Solís, Juanita Plaza, Ceferino, Carlitos Galván, Arturo Galván o Rosa del Valle. Una “troupe” que ve cómo se acaba su tiempo sin poder impedirlo.
El viaje a ninguna parte puede verse también como una metáfora, un símil de un tiempo pasado que se hace presente por mor de lo que está pasando. Porque si la compañía de los Iniesta-Galván tienen que hacer frente a los peliculeros, que les quitan el pan, ahora son unos y otros, teatreros, peliculeros y gente de la cultura en general, los que se ven indefensos frente a los actuales gobernantes que han convertido tanto al teatro como al cine en un nuevo secarral no manchego, sino español al haberle aplicado esa certera puñalada en la yugular del arte que responde al nombre del 21% de IVA. Ahora, más que nunca, y recordando a los viejos cómicos, podría decírsele al ministro responsable de este desaguisado: “¡¡¡Señoritoooo!!!”.