Sucedió lo que todo el mundo esperaba: el partido de centroderecha Likud, liderado por el primer ministro Benjamín Netanyahu, se alzó con la victoria en las elecciones legislativas celebradas esta semana en Israel. Pese a los sondeos a pie de urna, que vaticinaban un empate virtual entre la derecha y la bicéfala coalición de centroizquierda Unión Sionista del laborista Isaac Herzog y la liberal Tzipi Livni, los conservadores lograron imponerse.
Hay quien cree que se trata de una victoria pírrica, puesto que ninguna de las grandes agrupaciones cuenta con la mayoría necesaria para contemplar la formación de un Gobierno estable, lo que deja entrever la opción de frágiles y efímeras alianzas.
En efecto, la proliferación de partidos bisagra, dispuestos a apoyar a cualquiera de las grandes corrientes ideológicas a cambio de pingües beneficios económicos, convierte el escenario político del Estado judío en una auténtica pesadilla para el ciudadano de a pie, obligado a afrontar el constante deterioro de la situación económica, que desembocó en el espectacular empobrecimiento de la clase media.
A las desigualdades sociales se suma la alta tasa de desempleo, amén del vertiginoso incremento del precio de la vivienda. Nada o muy poco que ver, al menos aparentemente, con la obsesión de Bibi Netanyahu por acabar de un plumazo con el programa nuclear iraní – peligro potencial para la supervivencia de Israel – o el deseo de los centristas – laboristas y liberales – de reanudar el diálogo con la Autoridad Nacional Palestina, interrumpido hace cuatro años por el Likud, apostando por la creación de un Estado palestino. Aún así, la izquierda prefiere hacer caso omiso del espíritu y la letra de los Acuerdos de Oslo.
Huelga decir que durante la jornada electoral, es decir, antes del cierre de los colegios, los principales partidos políticos habían iniciado consultas destinadas a asegurarse la mayoría parlamentaria. Una tarea sumamente difícil, teniendo en cuenta el hecho de que ninguna de las corrientes mayoritarias contará con bastantes escaños para contemplar alianzas duraderas con las formaciones afines.
Benjamín Netanyahu tendrá que recomponer los pactos con Bayt Yehudí o Israel Beteinu, agrupaciones que se sitúan la derecha del Likud y que contemplan el control de los territorios palestinos ocupados, así como la expansión de los asentamientos judíos de Cisjordania.
Para Isaac Herzog, la alternativa viable hubiese sido un acuerdo con el izquierdista Meretz, los comunistas árabes e israelíes de Hadash y los integrantes de la Lista Árabe Unida, tercera fuerza política del país. Sin embargo, los dirigentes de la Lista parecen poco propensos a forjar alianzas con las agrupaciones sionistas. Su electorado, que representa al 20 por ciento de la población árabe de Israel, no lo consentiría.
Quedan los liberales de centroizquierda de Yesh Atid y los de centroderecha de Kulanu. Los primeros podrían decantarse por la Unión Sionista de Herzog; los segundos, por sus excompañeros y socios del Likud.
La gran incógnita será la postura de los partidos religiosos, que cuentan con una veintena de escaños en la Cámara, y que suelen arrimarse al carro del… mejor postor.
En resumidas cuentas, el partido de Netanyahu tiene muchas probabilidades de contar con una mayoría parlamentaria que le permita capear el temporal.
Detalle interesante: el pasado martes, poco después del cierre de los colegios electorales, el presidente de Israel, Reuven Rivlin, instó a laboristas y conservadores a formar un Gobierno de Unidad Nacional. Pero tanto Netanyahu como Herzog rechazaron la propuesta. Su ideología y sus respectivos programas de gobierno son (o al menos, parecen)… diametralmente opuestos.
¿Más inestabilidad política en perspectiva? ¿Más amenazas para los equilibrios o desequilibrios regionales?
Para el ciudadano de a pie, ello se traduce por… más de lo mismo.