El pensador alemán Hans Magnus Enzensberger aplica en su último ensayo la inteligencia natural al análisis de los problemas contemporáneos
A finales del siglo XVIII el filósofo Jeremy Bentham ideó un sistema arquitectónico de vigilancia en las cárceles, de forma ovoidal, que permitía controlar en todo momento a los reclusos sin que estos apreciaran que estaban siendo observados. A este procedimiento lo denominó panóptico.
El escritor alemán Hans Magnus Enzensberger utiliza este nombre para titular su último libro (“Panóptico. Veinte ensayos fulminantes”. Malpaso) porque los textos aquí publicados funcionan a modo de observaciones sobre diversas realidades de la sociedad contemporánea al margen de las interpretaciones habituales y políticamente correctas.
Algunos capítulos del libro se publicaron en forma de artículos en el diario Der Spiegel y otros fueron escritos expresamente para este volumen. El primero de ellos lo dedica Enzensberger a explicar los distintos significados de la palabra panóptico, una experiencia que se trasladó a la organización del trabajo en las fábricas y hasta llegó a aplicarse a métodos diversos de tortura.
Una mirada lúcida sore la sociedad contemporánea
En estas páginas Enzensberger reflexiona sobre problemas a los que diariamente se enfrentan las personas normales y de los que también se ocupan los Gobiernos sin que casi nunca lleguen a proporcionar resultados satisfactorios. Uno de estos ensayos lleva el título “Del sentido común y sus detractores” porque, efectivamente, Enzensberger no hace sino aplicar el sentido común para analizar los problemas y las circunstancias a las que se enfrenta la gente. La mayoría, dice Enzensberger, está atrapada en una complicada red de normativas que no comprende y cuando desde el poder le anuncian reformas (una palabra que antes se asociaba a la esperanza) todo el mundo intuye que van a aparecer nuevos problemas.
A lo largo de la historia, para desviar responsabilidades se han promovido teorías conspiratorias, complots y contubernios contra entes y colectivos inaprehensibles como rosacruces, masones, jesuitas, judíos… hasta derivar en la CIA, el Vaticano o Wall Street o las actuales Wikileaks y Fake News. A su divulgación han contribuido cientos de libros y productos de Hollywood cuyo volumen de información ha terminado por provocar la impotencia del informado. Hoy, la metáfora del Gran Hermano de “1984” de Orwell y los procedimientos de la Gestapo, el KGB y la Stasi, se han quedado cortos en relación con el control al que tienen sometidos a los ciudadanos Google, Microsoft, Apple, Amazon y Facebook con sus redes sociales, cámaras de vigilancia, escuchas telefónicas, satélites de alta resolución, bases de datos de complicados algoritmos y reconocimientos faciales biométricos que lo saben todo sobre cualquier persona. Y falta poco para que todas nuestras transacciones económicas, incluso aquellas más nimias, puedan ser controladas cuando deje de utilizarse totalmente el dinero en efectivo.
Reflexiona también Enzensberger sobre el paralelismo entre la ciencia y la religión, ambas en posesión de la Verdad (con mayúscula), de su organización jerárquica (diáconos, sacerdotes, obispos y cardenales versus licenciados, doctores y catedráticos), de sus centros (iglesias, monasterios y catedrales vs. universidades, academias y laboratorios), de sus sacerdotes e investigadores y de la canonización laica que suponen los premios como el Nobel. Y que también la ciencia busca ahora la vida eterna.
Afirma Enzensberger (“Cómo inventar naciones desde el tintero”) que la mayoría de las naciones actuales han sido inventadas en los dos últimos siglos por un puñado de eruditos desde sus escritorios basándose en cuentos, tradiciones y relatos orales rescatados de antiguos manuscritos, fábulas y proverbios. Desde entonces la aparición de nuevos Estados sólo ha provocado guerras, xenofobias y algunos de los enfrentamientos más sangrientos de la historia, como había predicho el filósofo Johann Gottfried Herder en el siglo XVIII, todo ello en virtud de un nuevo derecho, el de autodeterminación, preconizado por ideólogos tan dispares como Lenin y Woodrow Wilson.
Entre la ironía, el humor, el escepticismo y la crítica, el autor alemán reflexiona también sobre la absurda obligatoriedad de la edad de jubilación, sobre el nuevo malestar en la cultura, sobre el valor superior del tiempo libre sobre el tiempo de trabajo, de la sustitución de los antiguos privilegios por nuevas ventajas y derechos especiales, sobre el sexo en las sociedades contemporáneas o sobre los conceptos macroeconómicos que los Gobiernos utilizan para convencernos de los aciertos de sus políticas, casi siempre desastrosas, y de las tesis de los teóricos de la Economía, ajenas a los conocimientos de la gente común, que también suelen terminar en fracasos estrepitosos sin que a éstos nadie pueda exigirles responsabilidades.