Busquemos cada día la pasión como base de esa alegría con la que poder trotar sin daño individual ni colectivo. Debemos ser nosotros mismos en la persecución del equilibrio sin provocar pena a nadie.
Los hechos nos han de permitir reconocer quiénes somos y los perfiles de nuestros compañeros de viaje. Nos asomaremos a la amistad como cimiento de los más óptimos objetivos. No fomentemos, por favor, el ansia.
Nos ennobleceremos con los pasatiempos más edificantes. Tapemos los agujeros que nos han ahogado en otros instantes. No aceptemos que se perpetúe lo nefasto.
Averigüemos los porqués y extendamos las soluciones con el fin de otorgarnos lo que provoca experimentarnos como capaces. Respetemos las ocasiones. Los provechos, además, deben ser compartidos.
No nos aclaremos únicamente con conceptos abstractos y extraños. Lo sencillo funciona. Naveguemos por sitios que nos inserten en las premisas más honestas. No tomemos sin resistencia los planos negativos. Hemos de aprender con ellos, pero han de quedar atrás tan sólo como formación y punto.
La vida merece nuestros intentos sin obsesiones. Apliquemos remedios que nos conduzcan por la felicidad. Estamos creados para ella. Donde no esté no hemos de detenernos. Cada jornada trae su bien, que hemos de multiplicar desde la fe en los otros. Visualicemos la esperanza y hagámosla realidad. Por favor.