Nicolás del Hierro
Cualquier amante del movimiento romántico dentro de la poesía podía conmemorar el próximo 22 del presente mes el aniversario de un niño que naciera en el Paraje de la Vega, término de Almendralejo (Badajoz); un niño que hace 206 años, al inscribir su nombre en el registro, le asignarían nada menos que cinco apelativos: José Ignacio Javier Oriol Encarnación, y que luego fuera conocido poéticamente como José de Espronceda, y admirado como el “Príncipe del Romanticismo”.
Encuadradas, pues, la vida y la obra de Espronceda dentro del Romanticismo, no estaría de más reconsiderar el modo con que dicho movimiento llega a España y algunas etapas que al mismo se le otorgan desde aquel convulso y, a pesar de ello, transformador y fructífero siglo XIX español.
Nace el ejercicio romántico a impulsos de una rebelión contra el Neoclasicismo y frente a una sociedad y un poder absolutista. Pretendiendo hallar la libertad a través de la propia manifestación, se busca con las obras el intimismo y la profundidad, pero también con la pretendida emancipación del totalitarismo. De ahí que buena parte de los autores de la época se ubiquen en un plantel de librepensamiento. A pesar de ello, si nos fijamos en varias de las obras que por entonces se escriben y publican en España, comprobaremos que están plagadas de manifiestos patrios e ideológicos.
¿Influye, pues, en esta proclama literaria el momento político que vive nuestro país en los años de su llegada y desarrollo? Probablemente sí. Aunque lo cierto es que en cada creador y en cada estilo no dejan nunca de operar los sentimientos propios y las ideologías personales. Verbigracia, aun viviendo la misma época no podemos considerar en iguales líneas las obras de Quintana y Nicasio Gallego con las de Larra y Espronceda; incluso, ni las de Bécquer y Zorrilla, con mayor proximidad hacia aquél.
Frente al rigor con que obedecen las reglas sus predecesores neoclásicos, los románticos liberan su yo creativo del mismo modo que andan libres y, paradójicamente perseguidos, por sus ideales. Prueba de ello fue el numeroso trasiego de idas y venidas que supuso el exilio y la vuelta de no pocos literatos, artistas y pensadores de la época.
Larga, larguísima sería la lista de nombres que le dieron fama a las letras españolas el siglo XIX, dentro y fuera del Romanticismo, comprometidos unos con los acontecimientos políticos y en desacuerdo los otros con tan variado mosaico como ofreciera una de las centurias con mayor transformismo ideológico que haya tenido que soportar la historia de España; pues si mal comienza el siglo en su primera década con la invasión napoleónica, no acabaría mejor con la pérdida de las últimas colonias que poseyera la nación, mientras soportara unos interiores de guerras civiles entre carlistas, reyes y reinas imperantes, débiles o absolutistas, que se consideraban merecedores de trono y tronío, incapaces algunos y soberbios los otros.
Pero como todo mal oculta parte de su positivismo, a la invasión napoleónica el pueblo respondió con el alzamiento del Dos de Mayo y éste lo reflejaron los poetas, narradores y pintores impulsados por el Romanticismo, buscando a través del mismo la razón que impone la libertad y los derechos del sentimiento.
Mayor lucha y más duradera hubo de ejercerse contra los avatares políticos y las ambiciones sucesorias que los rivales y pretendientes al trono mantuvieron durante decenios y decenios con vengativas incursiones y cruentas trifulcas, como si la unidad del pueblo en la guerra de la Independencia sólo hubiera supuesto una simple postura contra el invasor. Y no menos duro fueron también los finales del siglo, desapareciendo con ellos los últimos reductos de la España colonial. Pero aquí, como en la derrota del francés, la pérdida daría motivo a otro de los grandes movimientos de nuestra literatura: la posición literaria de los intelectuales proclamando la Generación del 98.
Por ello, y a impulso de la misma idea, podemos asegurar que todo gran movimiento artístico y cultural nutre sus raíces en la rebeldía. No en vano, casi siempre el hombre necesita del propio dolor o de la presión ajena para rebelarse. Y consideramos que no fue de menor calibre el que aquí abordamos, sobre todo la metamorfosis que se oculta tras el ejemplo del Romanticismo, y por él y con él, poetas como el propio Espronceda.