Dijo el papa Francisco, haciendo honor a uno de esos titulares con los que se prodiga y que tan bien sientan al cambio de imagen que se pretende fomentar desde El Vaticano, que el comunismo robó la bandera de los pobres a la iglesia de Roma (No puedo evitar sentir una cierta preocupación, sabiendo donde vive, por la salud del pontífice, últimamente quebradiza).
En esta España nuestra, donde se beatifica a los mártires de la cruzada por centenares gracias al patrocinio de la jerarquía vaticana, miles de víctimas del régimen al que la iglesia apoyó -entre ellas muchos comunistas- siguen ausentes de un enterramiento digno porque, entre otras razones, la iglesia a la que el comunismo robó la bandera de los pobres mantiene un miserable silencio, cuando no una indiferencia bochornosa, ante los crímenes del Estado al que respaldó de manera tan explícita como enaltecedora.
Por eso debería su santidad eludir titulares como el que nos ocupa y atender a quienes desde España representan lo mejor de su institución. Es el caso de la teóloga y monja benedictina Teresa Forcades, quien de modo reiterado ha pedido a la iglesia católica que pida perdón por ese respaldo al régimen que persiguió, encarceló y asesinó a miles de seres humanos que enarbolaban, precisamente, esa misma bandera a la que alude Francisco.
Este apoyo de la iglesia a Franco no fue sólo general, pues según recuerda Forcades, “hay familiares que aún hoy buscan a personas desaparecidas durante el régimen y que mencionan a personas destacadas de la Iglesia como delatores que dieron listas de nombres. Ésa es una herida abierta”, afirma la teóloga benedictina-, y ante esa colaboración con el franquismo de la iglesia católica, aún hoy no hemos hecho una reevaluación crítica y no hemos pedido perdón por nuestra asociación con un régimen violento y antidemocrático que asesinó a centenares de miles de personas”.
Tiene además en cuenta Forcades las consecuencias de ese apoyo, que le reportó a la iglesia no solo los privilegios que tuvo entonces con la impartición de una enseñanza confesional y demás atribuciones, sino los que todavía mantiene, casi cuarenta años después de la muerte del caudillo Francisco, al que prestó palio y preces. Como en la dictadura, la relación que todavía conserva la Iglesia con el Estado no es la ideal ni para el Estado ni para la Iglesia, porque en opinión de Teresa Forcades lo ideal es la separación Iglesia-Estado, si se quiere respetar el pluralismo democrático.
La monja, que en Cataluña impulsa el movimiento Procés Constituent para configurar una candidatura política para las elecciones autonómicas de 2016, asegura con históricas razones: “Siempre que la Iglesia se ha asociado con el poder, siempre ha ido en detrimento de su misión, que es el anuncio libre del evangelio”.
Déjese usted de mandarnos titulares, papa Bergoglio, y al grano, esto es, al evangelio y a su aplicación, de la que su iglesia renegó cuando llamó cruzada a una oleada de barbarie durante y después de la Guerra Civil, cuyo más flagrante testimonio yace todavía en fosas y cunetas, sin que de sus labios ni de los labios de sus obispos haya salido una sola frase de perdón.
Extiendo esa misma recomendación al Seminario de Oviedo, que ha pagado un curso para curas este pasado mes de junio, impartido por la Fundación Carmen de Noriega, a fin de que sus sermones enganchen. Nada mejor que el Evangelio “como estrategia para reforzar la relación con la comunidad”, tal como rezaba uno de los objetivos de esos cursos.
La bandera de los pobres, no creo que sea de ninguna entidad en absoluto, sea política o religiosa.
Lo único real es que los pobres existen y han existido; no sé si alguna vez existirá una igualdad social que permita decir que no hay pobreza. Tampoco creo que la solución de la pobreza surja de una religión, cualquiera que sea, porque hoy debe ser una búsqueda socio-política-económica y no única; que al final, al menos por hoy, se ve en muchos países como un condicionamiento que haga posible la redistribución de la riqueza.
Al menos en mi país, donde la riqueza incrementó su concentración como nunca antes, bajo autoritarismo y rematando bienes que el estado edificó en décadas, cada vez hay menos que tienen más, y desde 1975 en adelante, las familias de mayor fortuna del país todas tienen la misma religión y compromisos con ella: son católicos fervorosos. Van por un camino espiritual y otro terrenal-pragmático; en el segundo su convicción es contraria a cambios profundos en el modelo económico neoliberal y consideran a las políticas redistributivas de ingresos algo cuasi-satánico.
Dan «limosnas» a los templos, pero resisten la justicia remunerativa en la sociedad y ni siquiera dan el ejemplo de «sueldo ético», incluso solicitado por sus obispos públicamente.
Estoy sintiendo que es algo muy similar, para tales casos, de lo que en su época, debieron haber conocido Calvino y Lutero para sus críticas y nueva propuesta cristiana.