Gabriel Boric Font asumió este 11 de marzo de 2022 como el presidente más joven y el más votado en la historia de Chile, para iniciar un gobierno que promete ser feminista, verde, descentralizador y progresista, informa Gustavo González (IPS) desde Santiago.
«Ante el pueblo y los pueblos de Chile, sí, prometo». Con estas palabras, Boric, de 36 años, cumplió el ritual de aceptación del cargo de presidente de este país sudamericano, en un reconocimiento a los seis pueblos originarios, representados en la Convención Constitucional que trabaja en la redacción de una nueva carta fundamental que remplazará a la impuesta bajo la dictadura de Augusto Pinochet en 1980.
Tradición e innovación
Pasado el mediodía hizo su entrada al salón de honor del legislativo Congreso en Valparaíso (120 kilómetros al oeste de Santiago), el rey Felipe VI de España, según el protocolo que en su condición de monarca lo consagró como el más importante de los invitados extranjeros y por tanto el último en llegar a la ceremonia.
En contraste con la tradición, unos veinte minutos después juró por primera vez un mandatario sin corbata ni uniforme castrense, mientras en las tribunas de invitados especiales se observaban las delegaciones de las Madres de la Plaza de Mayo de Argentina y de la Agrupación de Familiares de Detenidos-Desaparecidos de Chile, además de personalidades como la escritora nicaragüense Gioconda Belli, opositora al régimen de Daniel Ortega, y la expresidenta brasileña Dilma Rousseff.
«Sepan que vamos a dar lo mejor de nosotros para estar a la altura de los desafíos que tenemos como país», afirmó Gabriel Boric tras recibir la banda presidencial.
En el aforo reducido de la ceremonia a raíz de la covid-19, con quinientos invitados en lugar de los mil doscientos habituales, Boric invitó a dirigentes gremiales de las pequeñas y medianas empresas y, en cambio, se abstuvo de convidar a los grandes empresarios, lo cual desató una protesta de Juan Sutil, el derechista presidente de la poderosa Confederación de la Producción y el Comercio.
Fue el socialista Álvaro Elizalde, como presidente del Senado, quien le ciñó la banda presidencial a este exdiputado y exdirigente estudiantil, símbolo de una nueva generación política que comenzó a irrumpir con las luchas de estudiantes secundarios en 2006, se legitimó en las movilizaciones universitarias de 2011 y alcanzó protagonismo acompañando el estallido social iniciado el 18 de octubre de 2019.
Sebastián Piñera, el derechista mandatario saliente, le entregó a su vez a Boric la piocha (broche) de Bernardo O’Higgins, el llamado padre de la patria, con la cual se selló la banda tricolor que, en otro gesto innovador, fue confeccionada por costureras del Sindicato Revolucionario Textil, una agrupación de trabajadoras forjada en las protestas contra el gobierno anterior.
La jornada de cambio de mando incluyó la posesión del equipo que acompañará al presidente, expresión también de los nuevos rumbos. El primer ministerio en la historia con franca mayoría de mujeres, catorce en un total de veinticuatro, con la médica Izkia Siches como jefa del gabinete, en el cargo de ministra del Interior.
La exdiputada socialista y nieta del expresidente Salvador Allende (1970-1973), Maya Fernández, en el Ministerio de Defensa, la exdiputada comunista y líder estudiantil Camila Vallejo como vocera (portavoz) presidencial desde la Secretaría General de Gobierno y la periodista Antonia Orellana, del partido de Boric (Convergencia Social), en el Ministerio de la Mujer y Equidad de Género, son protagonistas de esta innovación ministerial.
Un gabinete que reconoce el papel de la coalición Apruebo Dignidad, formada por los cuatro partidos del Frente Amplio y el Partido Comunista, que lanzó la candidatura del flamante presidente, pero que también incorpora a socialistas, radicales (socialdemócratas) y de otras fuerzas de la antigua Concertación por la Democracia, que apoyaron a Boric en la segunda vuelta de las presidenciales donde derrotó por amplio margen a José Antonio Kast, candidato de la extrema derecha.
Un modelo de equilibrio político, que incorpora a independientes y tecnócratas, con que el gobierno tendrá que enfrentar innumerables desafíos, donde será vital una gestión económica que lidiará con la situación internacional derivada de la crisis en Ucrania y de la pandemia, pero que también deberá responder a demandas sociales en áreas como las pensiones y equidad salarial.
En vísperas de asumir el cargo, Siches y su colega de Justicia, Marcela Ríos, anunciaron que el nuevo gobierno retirará 139 causas penales con base en la controvertida Ley de Seguridad del Estado que entabló la administración de Piñera contra detenidos en las jornadas del estallido social, que acumulan ya más de un año de encarcelamiento.
Mientras se celebraba la ceremonia de transmisión de mando, frente al Congreso, en el centro de Valparaíso, se apostaron agrupaciones de víctimas de mutilaciones oculares y de otras prácticas represivas de la policía de Carabineros, que exigen justicia.
Y es que la búsqueda de la paz política y social representa igualmente un desafío severo para Boric, tanto por las secuelas de la represión al estallido social heredadas de Piñera, quien impuso igualmente la militarización de la llamada macrozona sur de la Araucanía para combatir la insurgencia de comunidades mapuches.
Terminar con la violencia en la Araucanía y controlar los estallidos xenófobos en el norte contra las masivas oleadas de emigrantes, sobre todo venezolanos, es otra tarea urgente, no solo en materia de seguridad, sino también de justicia, derechos humanos y relaciones fronterizas.
Hay tareas pendientes en cuanto a la reforma de Carabineros, mientras la ministra Fernández tendrá que entenderse con una Fuerzas Armadas, especialmente el Ejército, donde proliferaron actos de corrupción al punto de que todos los comandantes en jefe que sucedieron a Pinochet están hoy bajo investigación penal por enriquecimiento ilícito.
Entre gestos y desafíos, los analistas coinciden en que Chile inicia ahora un nuevo ciclo político, marcado una vez más por la transición, palabra que acompaña la historia de este país sudamericano de 19,4 millones de habitantes desde que el 11 de marzo de 1990 terminó la dictadura de Pinochet y comenzó el ciclo democrático.
Transición, porque no será fácil desmontar los soportes de un neoliberalismo que impuso sus términos en la gestión económica y financiera a todos los gobiernos posteriores, consagrando un país aparentemente próspero pero desigual, gran exportador de materias primas y productos básicos, donde predominan los servicios y el capital financiero.
El gobierno de Boric con su impronta progresista, despierta expectativas en cuanto a nuevos equilibrios en la región latinoamericana, aunque sin duda no habrá un acercamiento privilegiado a los gobiernos de Nicolás Maduro en Venezuela, de Daniel Ortega en Nicaragua, o de Miguel Díaz-Canel en Cuba.
En cambio es posible prever buenas relaciones con el peruano Pedro Castillo, el boliviano Luis Arce y sobre todo con el argentino Alberto Fernández, único orador, junto a Boric, en el almuerzo que el nuevo mandatario ofreció a las delegaciones internacionales.
Tal vez la arena internacional será menos compleja para el gobierno chileno que la interna, donde los proyectos de transformación tendrán que pasar el cedazo de un parlamento legislativo multicolor donde Apruebo-Dignidad no tiene mayoría.
Más propicio será el acompañamiento desde la Moneda al trabajo de la Convención Constitucional, donde priman los aires progresistas, que debe entregar el texto de la nueva ley fundamental antes del 4 de julio de este año, para someterla al plebiscito de la ciudadanía.