La recuperación del «nieto 114», de hijos de desaparecidos durante la dictadura militar de Argentina, causó una conmoción colectiva que muchos comparan con llegar a la final de la Copa Mundial de la FIFA hace un mes. Una compensación histórica a la herida que atravesó 30 años de democracia y que comienza a sanar, informa Fabiana Frayssinet* desde Buenos Aires.
«Sin palabras», «emoción, «alegría», fueron algunas repetidas expresiones en las redes sociales que alcanzaron un récord de réplicas el 5 de agosto, cuando se anunció la recuperación del nieto de la presidenta y fundadora de la organización Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto.
Un «sin palabras» incapaz de definir una sensación mayoritaria, aunque no unánime, reflejada en todos los medios de comunicación, sin distingos ideológicos.
«La lucha incansable por buscar la sangre, nunca pudo ser discutida, es tan natural, tan lógica, tan correcta, que nadie puede permanecer indiferente a eso», sintetizo a IPS la abogada Marta Eugenia Fernández, de la Universidad de Buenos Aires.
La organización busca desde 1977 a los niños nacidos en cautiverio o secuestrados junto a sus padres, durante el régimen militar (1976 -1983), que dejó 30.000 personas muertas y desaparecidas, según organizaciones humanitarias.
La búsqueda de su nieto duró 36 años, la edad que hoy tiene «Guido», como quiso llamarlo su madre, o Ignacio Hurban, como lo registraron los padres que lo criaron, en Olavarría, una ciudad a 350 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, aparentemente desconociendo su origen.
Guido, pianista, compositor y arreglista, se hizo una prueba genética porque tenía dudas sobre su identidad y el resultado dio 99,9 por ciento positivo.
Su madre, Laura Carlotto, una militante del desaparecido grupo guerrillero Montoneros, dio a luz en cautiverio, en el Hospital Militar, el 26 de junio de 1978, y dos meses después fue asesinada, como miles, en una de las más cruentas dictaduras de América Latina, una región cuyo siglo XX estuvo jalonado por ellas.
El padre era Oscar Walmir Montoya, músico como su hijo, pareja y compañero de militancia de Laura y ejecutado poco después de la detención de ambos en noviembre de 1977.
«Laura Carlotto y Oscar Montoya no volverán a la vida. El daño es infinito e irreparable. La recuperación del hijo de ambos es una reparación inmensa para ese daño infinito», analizó el periodista Luis Bruschtein en el diario Página12.
«La noticia del reencuentro del nieto de una abuela insignia de esa lucha, es tan cinematográfica como ver a Lionel Messi (astro argentino de fútbol) pateando un gol en el minuto 89», ilustró Fernández.
Casi un mes después de la clausura de la Copa Mundial de la FIFA (Federación Internacional del Fútbol Asociado), celebrada en Brasil y en el que Argentina perdió el título frente Alemania, el 13 de julio, otros protagonistas de esa pasión nacional, acudieron a esa metáfora.
«No sólo el fútbol puede unirnos», dijo el mítico exjugador argentino Diego Armando Maradona. Mientras, Messi llamó a continuar la lucha porque «quedan muchos más» nietos por recuperar. Según las Abuelas de Plaza de Mayo, unos 400 niños más secuestrados durante la última dictadura militar (1976-1983) están aún desaparecidos.
Antes del Mundial de Brasil, Messi y otros jugadores de la selección nacional de fútbol, apoyaron la causa de las Abuelas con un video que trascendió las fronteras argentinas.
Pero la sociedad sigue dividida 30 años después de la reinstauración de la democracia y de la publicación en 1984 del Informe «Nunca Más», elaborado por la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas, perpetrada por los militares durante su represión ilegal.
No es difícil escuchar en la calle argumentos como el que dio a IPS la jubilada Edith Gómez, quien habló de los niños secuestrados como los «hijos de los subversivos» y, como argumentan otros, consideró que fue mejor «que los haya criado gente de bien».
Sin embargo, eso está cambiando, según la psicoanalista Viviana Parajón, gracias a la adopción en la última década de «los derechos humanos como política de Estado».
Parajón consideró que las nuevas generaciones, que ni siquiera fueron protagonistas o víctimas directas de la dictadura, están incorporando conceptos como el repudio a los crímenes de lesa humanidad.
Se refiere a medidas como la instauración del «Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia», el 24 de marzo, cuando se produjo el golpe militar, que aprobó el Congreso legislativo en 2002 y que en 2005 declaró como feriado el entonces presidente Néstor Kirchner (2003-2007).
También se incorporó a los contenidos escolares el tema de la memoria de la dictadura y de otros genocidios.
«Hasta hace unos años la cuestión de los desaparecidos era adoptado por un sector muy pequeño de la sociedad, el resto tenía posturas que iban desde la indiferencia hasta la teoría de los dos demonios», recordó a IPS.
Se conoce así en Argentina la tesis que justifica que los abusos de derechos humanos perpetrados por el Estado durante la dictadura, fueron equiparables – y respondieron – a la violencia armada de las organizaciones guerrilleras.
«Lo nefasto y horroroso es que lo hicieron transcender y aniquilaron no solo aquella generación sino varias más», opinó la psicoanalista, para quién en este sentido, la recuperación de Guido tiene un efecto «sanador» social.
«Es como un nieto de todos… una reparación de ese horror», analizó.
«Nos despierta del letargo, nos sacude la fibra más íntima porque todos somos en lo personal hijos, padres o abuelos y en lo social compartimos una misma historia, y eso como la sangre o el ADN no se borra, permanece ahí latente hasta que un hecho sorpresivo, nos enfrenta con esa identidad común, que tampoco puede ser discutida ni arrebatada», coincidió Fernández.
La psicóloga y periodista Liliana Helder recordó en la Televisión Pública Argentina que tras otros genocidios históricos como el de los judíos y armenios, que hay estudios que muestran que «dos o tres generaciones después, viven las consecuencias de aquello, cuando aquello ha quedado inconcluso».
«La aparición de cada nieto, es un poquito de desinfectante en la herida», consideró.
Pero en una historia como la de Carlotto y Guido, que concluye como el final feliz de una película, en el que la abuela de 83 años al fin puede abrazar al nieto arrebatado antes de morir, nada mejor que dejar que el protagonista lo explique.
«Si lapidando al poeta se cree matar la memoria, que más le queda a esta tierra que va perdiendo su historia», cantó en su composición «Para la memoria» el hasta ahora Ignacio Hurban, quien en otro ribete cinematográfico, participó hace dos años en el ciclo «Música por la identidad», organizado por las Abuelas de Plaza de Mayo.
«El ejercicio de no olvidar nos dará la posibilidad de no repetir», dice otra estrofa de la canción del ahora Guido Montoya Carlotto, compuesta cuando todavía desconocía su verdadera identidad y antes de pasar a simbolizar la recuperación de la identidad de su país.
- Editado por Estrella Gutiérrez