La obra He nacido para verte sonreír representa estos días, en el teatro de la Abadía, el amor de madre como una planta carnívora devorando la vida del hijo.
Hijo único por más desdicha. Y sin embargo, aunque por poco tiempo, hay resquicios de ánimo que podrían inducir a pensar que aún hay esperanza. Cuando la madre no está, el chico recobra su vida, hasta podría ser, en esos escasos minutos que ella le deja a solas, director de orquesta, cualquier cosa es posible. Pero cuando ella reaparece, la vida le abandona de nuevo y queda yermo, vacío y ausente de sí mismo.
Es de nuevo «carne de madre»: su hombrecito soñado al que confiarle sus más íntimos anhelos de mujer, su psicólogo, su paño de lágrimas ante los problemas del hogar. No hay duda que esta madre, loca de la limpieza, ha limpiado de su retoño hasta el menor atisbo de vida. Su discurso monológico recuerda mucho a la protagonista de Cinco horas con Mario, de Delibes, e Isabel Ordaz lo borda: al igual que allí Lola Herrera en el papel de esposa veladora, Isabel Ordaz vela aquí al hijo antes de que se lo lleven… Sólo que aquí no hay cuerpo presente sino alma ausente: que no quiere darle a su madre el gustazo de regresar porque donde ella esté no puede haber más vida que la de ella. La obra va por la segunda temporada, por algo será.
Pues bien, esas partes del texto tan parecidas a las de la obra de Delibes, estas frases tan terruñeras, tópicas y típicas como nacidas de mujeres que sólo saben vivir por y para el hogar, tienen un gran éxito entre quienes creen que son el reflejo actual de una España guerracivilista que aún no ha muerto. No creo personalmente que este tipo de mujer abunde ya ni hijos que lo soporten.
De refilón tenía ante mí a un japonés que se tronchaba a la vez que se extasiaba con la diatriba de esta madre burguesa sobre la corrupción de las costumbres actuales, con frases del tipo «cómo está el servicio», y una de tres: o bien este japonés es un amante de lo hispano y creía estar asistiendo a un reality show sobre la actualidad española de lo más auténtico, o se sentía reconocido en ella como la persona de su propia madre, o simplemente es un enamorado de la Ordaz por las series de televisión. Su cara era un poema en cosas que a mí me resbalaban por manidas, casi tenía miedo más que nada de perderme el momento cumbre en que ella pronunciara por fin la frase que da título a la obra: «Yo he nacido para verte sonreír».
Por suerte no me la perdí aunque me dejó totalmente indiferente. Esperaba una sacudida pero esa chispa no me llegó. Y lo que pase después de ese momento, es un misterio, tanto si el hijo vuelve en sí (tragedia rápida) como si se aleja para siempre, perdido en las brumas del más allá (tragedia a fuego lento).
El texto, muy bien escrito, revela a un autor (Santiago Loza) de sensibilidad exquisita para los epítetos como instrumento de análisis de un malestar que parece generalizado, ya que no sólo afecta a esa madre sino que parece un mal asimilable por muchos temperamentos que nos son familiares. Y sobre todo dice mucho lo que le apasiona a él el tema de la madre. Una tragedia en sí mismo, lo dijo dolorosamente Marguerite Duras, y otros muchos estarían de acuerdo con esta afirmación.
- Dirección: Pablo Messiez
Una producción del Teatro de La Abadía e Ignacio Fumero Ayo.
Espacio escénico: Teatro de la Abadía: Sala José Luis Alonso
Escenografía y vestuario: Elisa Sanz
Iluminación: Paloma Parra
Reparto: Isabel Ordaz, Fernando Delgado-Hierro
Fechas. Hasta el 19:03:2018 de marzo. De miércoles a viernes, 20:30: sábado, 18:00h y 21:00h;
domingo, 19:30h - Fecha de la función comentada: 19 de enero de 2018