Brendan Gleeson (Gangs of New York, El irlandés) y Taylor Kitsch (El único superviviente, John Carter) son los protagonistas de La gran seducción (The Grand Seduction), comedia dirigida por el guionista, actor y realizador canadiense Don McKellar (Exótica, El Violín Rojo, A Ciegas), remake de otro filme canadiense –Seducing doctor Lewis– dirigido en 2003 por Jean-François Pouliot. Lo que era una buena idea entonces sigue siéndolo doce años más tarde.
Prácticamente todos los habitantes de Tickle Cove, un pueblecito costero que apenas pasa del centenar de habitantes -y que recuerda mucho a esas comunidades kitsch que aparecen en los añejos capítulos de la serie Se ha escrito un crimen (1984-1996) de la inefable señora Fletcher, que se niegan a desaparecer de nuestras pantallas- están sin trabajo y viven del subsidio del paro que cobran puntualmente en el banco, cada mes y de manos del único empleado de la entidad, amenazado con ser sustituido por un cajero automático.
Son gentes sencillas, buenas, crédulas y la mayoría demasiado mayores para encontrar otro trabajo. Eran pescadores y ahora son víctimas del hundimiento del sector. Su única esperanza está centrada en conseguir que en el pueblo se instale una fábrica de reciclado de plásticos (de la basura), para lo que es condición sine qua non que encuentren un médico que se avenga a residir en la localidad. El pueblo entero se pone manos a la obra para convencer a un cirujano plástico que ha encontrado casualmente un vecino…
La gran seducción es la empresa de toda una comunidad para impedir que se les escape el futuro. A partir de aquí se acumulan las mentiras, las invenciones, las situaciones rocambolescas, hasta construir una enorme mascarada humorística que les ayudará a conseguir la fábrica y los ansiados puestos de trabajo.
Una comedia amable, quizá demasiado azucarada. Una fábula, en suma, con final feliz imposible en tiempos de crisis como los que atravesamos, aunque una bocanada de aire fresco para una tarde de cine en este caluroso final de verano, a la que no falta el punto amargo y crítico de unos industriales corruptos.