En la última y magnífica novela de Felipe Alcaraz Serpentario o La agonía de un régimen, se plantea como crónica ficción lo que va camino de convertirse en una realidad social insoslayable.
El azar ha querido que en torno a la fecha de este pasado 22 de marzo, marcada por una de las convocatorias populares más multitudinarias en la historia del régimen del 78, se produjera también la muerte de quien ha sido considerado como arquitecto de la Transición que dio lugar a ese régimen, Adolfo Suárez González.
En ese libro de Alcaraz, que forma parte de la trilogía Los días de la gran crisis, se configura la imaginaria realidad de que los movimientos ciudadanos surgidos como consecuencia del retroceso democrático a que ha dado lugar esa crisis/estafa, puedan generar un proceso constituyente que acabe con el régimen constituido, sostenido por un bipartidismo caduco y no representativo de esa mayoría de la población afectada y expoliada por la dictadura financiera.
Los casi tres kilómetros que median entre la estación de Atocha y la Plaza de Colón se quedaron cortos para acoger a los cientos de miles de manifestantes que se dieron cita el pasado sábado en ese espacio urbano para recibir a Las marchas de la Dignidad. Los medios de propaganda sostenedores del régimen en declive, inepto e incapaz para dar pan, techo y trabajo a millones de ciudadanos, han pretendido reducir el número de concurrentes hasta cifras irrisorias que constituyen la más flagrante evidencia de su ausencia de la realidad. Sus portadas del domingo son todo un dechado de indignidad que entronca con los tiempos más negros del viejo régimen franquista, cuando la intrahistoria de España no tenía reflejo en la prensa y radio del Movimiento.
Esos medios, en lugar de informar sobre los hechos reales y analizar qué puede ocurrir en un país para que se junte un millón de personas indignadas en la calle, se quedaron con el extraño percance desarrollado al término de la convocatoria y coincidente con la emisión de los telediarios, esos espacios informativos que desconocieron hasta el pasado sábado, en su mayoría, el desarrollo de Las marchas de la Dignidad.
¿Qué ocurrió realmente para que la policía interviniera en la Plaza de Colón cuando los convocantes estaban todavía en el uso de su derecho a la libertad de expresión y manifestación, cantando sobre el escenario el coro de los esclavos de Nabucco, la ópera de Verdi, y el Canto a la libertad, de José Antonio Labordeta?
La Coordinadora de las Marchas dio a conocer en un comunicado lo siguiente, que requeriría investigación: “Dos o tres encapuchados, ajenos a la manifestación, que fue absolutamente masiva y pacífica, tiraron unos petardos cerca del cordón policial que protegía la sede del PP [en la calle Génova] con el fin de provocar a la policía. El dispositivo policial, en un ejercicio de inaudita irresponsabilidad profesional, procedió entonces a cargar hacia Colón cuando se desarrollaba el acto final de la manifestación y con una plaza llena de familias”.
Para la prensa y propaganda del régimen solo fueron noticiables esos disturbios, que a mí me han recordado los que se dieron la primera vez ante el Congreso de los Diputados cuando un grupo de supuestos manifestantes, que empuñaban una ridículas banderolas rojas y negras muy cerca de las vallas, iniciaron las acciones violentas que motivaron la intervención de la policía. Fue en esa manifestación donde los antidisturbios a punto estuvieron dar de palos a un policía camuflado, que hubo de identificarse (“que soy de los vuestros, ¡coño!”).
Gramsci habla de lo mucho que tarda lo viejo en morir y lo nuevo en aparecer. Tengo la sensación de que como consecuencia de la crisis/estafa que está padeciendo la mayoría de los ciudadanos, contribuyendo a conformar en España la mayor desigualdad social de Europa -por encima de la misma Grecia-, ese mundo nuevo surgió en las plazas del 11-M y se desbordó históricamente en la calle el pasado sábado, con la certidumbre de que el desbordamiento prosiga, en paz y libertad. Que quien forjó el viejo régimen del 78 falleciera al día siguiente, puede ser un síntoma de que no hay quien pare lo que se avecina: la recuperación de la democracia por parte de quienes la hacen posible, pues eso es lo que la palabra dignidad significaba en las voces de quienes la llevaron hasta el corazón de Madrid.
No hay quien detenga los procesos sociales. En España se está dando uno nuevo cuya herramienta fundamental es la resistencia pacífica. No convendría violentarla tratando a quienes los protagonizan como delincuentes, ya sea registrando autobuses e identificando a los viajeros, o irrumpiendo a golpes en una plaza porque se haya dado un hecho distante y aislado de provocación no identificada.
No sé si será verdad que «no hay quien detenga los procesos sociales». Ya me gustaría. Sin embargo, una parte muy numerosa de la sociedad española , especialmente importante entre los más jóvenes, está absolutamente alienada y encanallada después de años de telebasuras y mentiras. Creo que, mayoritariamente, los europeos no entendemos lo que están haciendo con nosotros, aplastar nuestros derechos hasta que estemos al nivel de los chinos para que las empresas europeas ganen tanto dinero como las chinas con las mismas preocupaciones -es decir, ninguna- por los derechos sociales o esa nimiedad estúpida llamada democracia. Monsanto quiere poder competir con las mismas armas que el Partido Comunista Chino y Goldman Sachs quiere saquear impunemente lo que le queda del planeta. Rajoy, Merkel, Cameron y compañía no son sino los mamporreros necesarios para llegar al fin previsto.
Verdaderamente, creo que la no violencia está sobrevalorada.
Totalmente de acuerdo con el comentario 1#..