La pobreza extrema es un contradios

Reflexión en el aniversario del Día Internacional contra la Pobreza

Juan de Dios Ramírez-Heredia[1]

Sí, es un contradios en el sentido con que el Real Diccionario de la Lengua Española dice que esa expresión define algo vituperable, incalificable e inaudito.

En el momento de desarrollo económico que vivimos en esta parte del planeta, por más duro que parezca, padecer la pobreza extrema es un contradiós como mínimo tan evidente como el que manifiesta el presidente de los banqueros de España, José María Roldán, cuando dice que el que un banco tenga que pagar a alguien por pedir un préstamo es un contradios; de la misma manera que lo es cobrarle a un cliente un dinero por llevar sus recursos al banco. Eso es en nuestro sistema financiero, dijo en unas declaraciones al periódico “Cinco Días”, una contradicción, un contradios.

Ofende al más elemental sentido que se tenga del Estado capitalista, o de la tan cacareada “sociedad libre de mercado”, que en medio de la opulencia, de los restaurantes abarrotados los fines de semana, de los aeropuertos que no dan abasto a tantos vuelos llenos de pasajeros que han aprendido en nada de tiempo las ventajas de los “viajes a bajo coste”, o de los establecimientos repletos de mercancías que los consumidores arrasamos en las rebajas y fuera de ellas, existan  personas que carecen de lo más  indispensable para subsistir.

La extrema pobreza también es un contra Dios

También lo es porque para los creyentes la fe supone la aceptación de los principios que emanan de la divinidad, donde el amor, la solidaridad y el respeto mutuo imponen la obligación de evitar que tu prójimo pueda sufrir males que cada uno de nosotros podamos aliviar o evitar.

Recuerdo que uno de los mensajes del Evangelio que más me impactó en mi juventud fue aquel en que se nos dice que si alguien tiene dos camisas y su vecino no tiene ninguna, una de ellas ya ha dejado de pertenecerle porque debe entregarla al que va con el torso al descubierto. He buscado la cita y la he encontrado en San Lucas el evangelista: “El que tenga dos mantos, comparta uno con quien no tenga nada que ponerse. El que tenga comida, compártala con quien no tenga nada que comer.”

¿Puede la política resolver este contra Dios?

Yo creo que sí. Y no solamente lo creo. Pienso que solo desde la acción política se puede poner remedio al dramático panorama que estos días estamos contemplando. Acción política, eso sí, valiente y comprometida que desoiga las recetas falsamente progresistas de quienes dicen que están muy preocupados por los pobres, pero se niegan a soltar la segunda camisa que les sobra. De la misma forma que tampoco lo resolverá el viejo comunismo totalitario y estaliniano del que ya hemos tenido la dolorosa experiencia de la revolución rusa de 1917 y que firmó su acta de defunción con la caída del muro de Berlín en 1989.

El tiempo no pasa inútilmente sin dejar huella tanto en las personas como en los sistemas por los que se rigen. Yo estaba en Berlín el día en el que los alemanes de una y otra parte empezaron a derribar el muro. Incluso me traje algunos trozos que como reliquias regalé a mis amigos. Sin embargo, lo que no me pude traer fue la expresión de alegría contenida de quienes suponían que las nuevas libertades que acababan de conquistar acabarían con un modelo de sociedad donde la libertad condicionara la lucha contra la miseria, el hambre y la exclusión que en los paraísos liberales están a la orden del día.

Recuerdo, hace ya muchos años en mi primer viaje a la India, que me dijeron en la embajada española que unos trescientos millones de las personas que vivían en aquel subcontinente no tenían más que lo puesto. Carecían de todo e iban por las calles de las ciudades o por los campos como pudiera hacerlo cualquier animalito abandonado. Los últimos datos de que dispongo, publicados por “Ending Extreme Poverty: A Focus on Children” dicen que la cifra de niños que viven en India en una situación de extrema pobreza supera los 116 millones.

Actualmente en el mundo hay unos mil millones de niños y niñas que viven en situación de pobreza; y unos seiscientos millones en situación de extrema pobreza. Según los últimos informes publicados, se estima que alrededor del 30 % viven en India. A pesar de los recientes avances en desarrollo humano, en este país muchos menores siguen sufriendo malnutrición, deficiencias sanitarias, explotación laboral y una alta tasa de mortalidad infantil a causa de la pobreza. En contrapartida en este importantísimo país se han fabricado muchas armas nucleares y mantiene misiles balísticos de corto y medio alcance capaces de llevar bombas nucleares. Lo que es, sin duda, un contra Dios.

La mitad de los seres humanos NUNCA ha hecho una llamada telefónica

Vivimos en un mundo injusto y profundamente egoísta. Cuando hay países como Mozambique cuyos habitantes han de vivir con un euro al día, cuando el 40 % de la humanidad no conoce la luz eléctrica y la mitad de los seres humanos jamás ha hecho una llamada telefónica, no debemos rasgarnos las vestiduras porque miles, millones de personas, llamen a nuestras puertas o extiendan lastimeramente su mano implorando una caridad “por amor de Dios”.

Si algún día los desahuciados del mundo, los condenados a morir de hambre o de enfermedades vulgares que en el mundo de los ricos se curan con una “aspirina”, hicieran su particular “marcha verde” hacia los lugares donde el 20 % de la población consume el 80 % de lo que la tierra produce, tal vez seriamos más considerados con quienes, sin hacernos daño, ponen una nota de alegría o de esperanza en el vagón del metro, tocando su  violín o su acordeón a esas horas de la mañana en que vamos al trabajo sin dar saltos de alegría, precisamente.

Algunos datos deberían avergonzarnos, sobre todo los relacionados con la pobreza, con los salarios bajísimos de muchos trabajadores y con la desigualdad existente en el seno de nuestra sociedad. Lo he leído en muchos informes. En nuestro país, el 1 % de la población española más pudiente acapara la cuarta parte de la riqueza nacional, según Oxfam Intermón, que sitúa a España como el tercer país más desigual de toda la Unión Europea y donde más ha crecido la desigualdad desde 2007 en todo el continente. España, con 10,2 millones de personas con una renta por debajo del umbral de la pobreza, lo que se traduce en una tasa de pobreza del 22,3 %, es el tercer país europeo en desigualdad, por detrás de Rumanía y Bulgaria y empatado con Lituania.

Pero todavía hay quien se muere de hambre

¿Cómo es posible, cuando sobra tanta comida? La cantidad de comida disponible en el mundo supera en un 20 por ciento a la necesaria para alimentar a todos los seres humanos. Los investigadores observan que, en general, cuanto mayor es el nivel de vida de una nación, más comida se derrocha. Los resultados aparecieron publicados en Environmental Science & Technology.

Y esto, estimado lector, estimada lectora, es como mínimo un contradios o un contra Dios. Como usted prefiera.

  1. Juan de Dios Ramírez-Heredia es abogado y periodista. Presidente de Unión Romaní

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