Lecturas, dictados y encantamientos del Quijote

Tuve la suerte de tener un maestro que nos obligaba a escribir un dictado diario. Y el texto del que salían sus dictados era una adaptación juvenil del Quijote con los clásicos dibujos de Gustave Doré. Maravillosos también.

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Y hace bastantes años, adquirí en una librería de viejo un ejemplar de aquellos, de aquel tiempo. Una edición escolar de 1958, impresa en Zaragoza por la Editorial Luis Vives.

Contiene propuestas de trabajo para el alumnado, explica el sentido de cada capítulo, el tono o la dicción con la que había que leerlo, además de explicaciones gramaticales, de prosodia y de vocabulario. Asimismo constan otras notas y cuestionarios a los que debíamos responder.

Apenas recuerdo fatigarme por ello, si es que esas instrucciones se aplicaron de verdad. Era bellamente exhaustivo.

No obstante, a don Antonio Jiménez, que ése era el nombre de mi maestro, le resultaba irritante acercarse a nuestro pupitre y descubrir que habíamos sobrepasado la última palabra que él había leído y ya habíamos añadido las siguientes de lo que él todavía no había leido. Eso era posible porque –en no pocas ocasiones– ya conocíamos de memoria lo que seguía.

Porque quizá habíamos echado un vistazo al texto o porque lo reteníamos de alguna de sus lecturas anteriores. De modo que he vivido dentro del Quijote toda mi vida.

El texto completo creo haberlo leído cuatro veces de principio a fin, incluyendo las dedicatorias al Rey y al Duque de Béjar, los sonetos y versos laudatorios, y hasta he repasado luego sus historias pastoriles.

Haberlo disfrutado es mérito de don Antonio Jiménez, en aquella escuela de los años 50/60 del siglo XX, en Las Villuercas, donde los pájaros se colaban de vez en cuando, infiltrándose entre las tejas desde el exterior, y luego se ponían a volar por el techo de la clase intentando escapar. Nosotros interrumpíamos la enseñanza con un enorme alboroto y saltábamos por los pupitres intentando cazar a los pobres gorriatos (gurriatoh, en nuestro lenguaje local de entonces).

Pobres pajarinos. En ese momento, éramos unos piratas al abordaje. Incontrolables. Nunca obedecíamos a la reprimenda inmediata del maestro, ni a sus golpes si llegaba el caso. Salvo excepciones, ganábamos a los inocentes volátiles por agotamiento. Era un mundo salvaje.

A veces, los pájaros terminaban en alguna sartén de la casa del maestro o de la familia de algún alumno.

Quizá allí, en aquel mundo duro, de dictadura y canciones obligatorias, contradictorio también, a la vez feliz y sombrío, pobre y rico, era más fácil entender el mundo de don Quijote.

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Don Antonio Jiménez con sus alumnos. La foto fue tomada probablemente en 1959. El segundo por la izquierda de la primera fila, con una rodila en el suelo, es el autor de este texto.

Todas las mañanas, cerca de donde viví mis primeros años había un herrador, tío Juan Alonso, que herraba todas las mañanas a unos cuantos caballos, mulas y asnos, delante de un yunque que estaba anclado en plena calle. Veíamos al herrador atender a los hombres que iban al campo y a sus docenas de bestias, al subir hacia la escuela. 

La última vez que leí entero el Quijote fue en la edición de Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, anotada y comentada por Francisco Rico. Muchas más veces he vuelto a leer capítulos sueltos, por motivos filosóficos, íntimos, de actualidad o motivado por cualquier conversación.

También lo he leído parcialmente en francés, porque el bouquiniste parisino Jérôme Callais me buscaba ediciones raras, infantiles o eruditas, singulares, del Quijote en francés para la colección de mi amigo José Antonio Guardiola, que las coleccionaba en idiomas como el albanés, el alemán, en ruso, italiano, turco, o serbio, cuando ambos cubríamos la última etapa de las guerras balcánicas como reporteros de TVE.

Jérôme Callais me mostraba ejemplares que ya habíamos adquirido, repetidos, u otros quijotes recortados, infantiles o juveniles, que yo le compraba para mantener la relación. Por eso, yo mismo terminé con una cierta colección de traducciones del Quijote en francés. No todos fueron para Guardiola.

A principios del siglo XXI entrevisté a dos chicas jóvenes que viajaban en una furgoneta (o carromato) para leer historias del Quijote en distintas escuelas del sur de Francia. El texto que recitaban a los escolares y estudiantes era una traducción de Aline Schulman. Hace demasiado tiempo y ya no estoy seguro, pero creo recordar que una de las quijotescas mozas era la misma Aline Schulman.

En esos libros impresos en francés, el vocabulario varía, las líneas son distintas entre ediciones distintas del Quijote.  

El texto de Aline Schulman dice así:

Dans un village de la Manche dont je ne veux pas me rappeler le nom, vivait il n’y a pas si longtemps un de ces gentilhommes avec lance au râterlier, bouclier en cuir à l’ancienne, levrette pour la chasse et rose éflanquée. Du bouilli où il entrait plus de vache que de mouton… 

Es una traducción que intenta modernizar el viejo vocabulario, adaptarlo en la medida de lo posible a lectores menos rurales que quienes fuéramos alumnos de don Antonio o de don Juan Domínguez, que también fue maestro querido por mí, aunque en mi cabeza quedó como más matemático que fiel a Cervantes. Vete a saber si mi recuerdo es correcto. En todo caso, cuando empecé a publicar artículos en el diario Hoy, con apenas veintiún años, don Juan guardaba el ejemplar para mí. Se lo daba a mis padres para que me lo entregaran cuando fuera a visitarlos al pueblo.

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Recientemente, rescaté un ejemplar del Quijote impreso en Bélgica, donde no figura año de la impresión –seguramente es de finales del siglo XIX o principios del XX– publicado por cuenta de las francesas Éditions Paul Duval/Livraire Éditeur Elbeuf), donde no figura tampoco año de edición. En ese ejemplar, la traducción francesa empieza así:

Dans un bourg de la Manche, dont j’aime mieux oublier le nom, vivait, il n’y pas longtemps, un de ces gentilshommes qui ont une lance rouillée, une rondache bossélée, un cheval étique et un levrier. Un ragoût, plus souvent de vache que de mouton…

Invito al lector a comparar las diferencias con la traducción anterior.

En una edición de 1913 (Librairie Hachette, París), que entresaco de mi pequeña colección cervantina, el lugar de La Mancha no es « bourg » ni « village » sino « une contrée de l’Espagne qu’on appelle la Manche ». Se trata de una traducción bastante libre, según veo.

En otra edición de la parisina Librairie Garnier Frères, que guardo como un tesoro, y que no está datada, aunque que se publicara probablemente en la misma década que la anterior, se cita como traductor al hispanista histórico Louis Viardot que trabajó una versión fidelísima al texto cervantino terminada en 1836. La primera y la segunda parte de ese Quijote en francés se publicaron en dos volúmenes distintos. En uno de ellos sigue constando el precio: 25 francos.

Para quien lo desee, el texto de Viardot se puede localizar en los archivos de Internet

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En otra ocasión, en París también, entrevisté en su casa del barrio de Batignolles-Monceau al prestigioso hispanista Jean Canavaggio, una entrevista que hice para un programa Informe Semanal que construía –con su habitual meticulosidad icónica y conceptual– mi amigo Pedro Soler. No recuerdo el año, pero debía ser hacia 2001 ó 2002.

Canavaggio, considerado el mayor cervantino francés, fue autor de una señalada biografía de Miguel de Cervantes. Guardo un ejemplar entre mis distintas versiones del Quijote. Canavaggio contaba a quien quisiera saberlo que descubrió las aventuras de don Quijote en cómic, cuando tenía siete años.

Terminaría siendo autor de libros diversos sobre la obra original y sobre Cervantes, desde un Dictionnaire Cervantès hasta la preparación cuidada de la obra cervantina publicada en la exquisita Bibliothèque de La Pléiade. Pensaba con ironía que el Quijote era más citado que leído. Añadía Jean Canavaggio que le entraba hambre leyendo los avatares de Sancho Panza. Afirmaba también –con una cierta pena– que los españoles se iban desquijotizando poco a poco.

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Una vez compré una traducción inglesa para regalar a mi hermano indio, Ashwani Goyal. Se trataba de una versión publicada para la colección de clásicos de Penguin. Como siempre sentí curiosidad por ver cómo era el principio en el idioma de William Shakespeare… y la traducción me pareció tan buena que tardé varias semanas en enviar mi regalo.  Creo haber leído la mitad de aquella maravillosa traducción.

Somewhere in La Mancha, in a place whose name I do not care to remember, a gentleman lived not long ago, one of those who has a lance…

Puede que no corresponda literalmente a lo que leí, pero lo encuentro ahora así en internet.

Guardo unas pocas versiones reducidas, infantiles o juveniles, variadas. No todas están hechas con conocimiento, cariño y cuidado intelectual. Guardo una versión de la Ópera de París, bastante decepcionante por cierto.

Una profesora francesa de origen español, Sophie Iturralde me regaló su estudio cervantino titulado Don Quichotte et ses phantomes (2008) que leí (con menos atención de la debida) en un viaje a Tours. Prometo releerlo con mayor cuidado, pues lo escondo entre la mejor selección de mi biblioteca personal. Como una joya.

Dentro localizo ahora una nota que incrustó mi queridísimo amigo y profesor Claude Mons, que ha sido mi referencia gramatical en el francés más pertinente, donde Claude lanza una especie de provocación. Dice esto:

 –Enfin les féministes s’occupent du cas de D. Quichotte qui était un sacré macho!

En Una historia de la lectura, el gran Alberto Manguel, confiesa lo que sigue:

Cuando descubrí que Cervantes, por su afición a leer, leía «aunque fueran los papeles rotos de las calles» entendí perfectamente la necesidad que lo empujaba a esa pasión de basurero.

Así que hoy le debo agradecer a mi querido Luis González Carrillo, lector que nos instruye con lo que lee –y lee muchísimo–, que se pregunta de repente por qué no ha podido leer todavía el Quijote. Se lo agradezco porque me resulta chocante.

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Y la verdad es que me parece imposible en su caso. Estoy seguro de que se equivoca o estamos sencillamente ante una de sus divagaciones, mientras viaja en su nave estelar, por el espacio leganesino.

Creo que en realidad Luis –como Alberto Manguel, al final de su obra antes citada– sólo está tratando de imaginar cómo, qué hacer con don Quijote, y lo mejor posible, la travesía de La Mancha a Sierra Morena, de la cueva de Montesinos a Barcelona.

Mi amigo Luis –estoy seguro, aunque él lo ignore– fabrica su hambre con Sancho Panza, porque cabalga siempre junto al hidalgo. Y pienso que el Quijote –algún ejemplar cualquiera– quizá está esperándole en su mesilla de noche, sin que él lo sepa. Cuando lo descubra, sufrirá inevitablemente el mayor de los encantamientos.

No todo el mundo tiene la suerte de haber escrito capítulos del Quijote centenares de veces; al dictado, mientras llueve y llueve. Con un olivar al fondo.

Paco Audije
Periodista. Fue colaborador del diario Hoy (Extremadura, España) en 1975/76. Trabajó en el Departamento Extranjero del Banco Hispano Americano (1972-1980). Hasta 1984, colaboró en varias publicaciones de información general. En Televisión Española (1984-2008), siete años como corresponsal en Francia. Cubrió la actualidad en diversos países europeos, así como varios conflictos internacionales (Argelia, Albania, Kosovo, India e Irlanda del Norte, sobre todo). En la Federación Internacional de Periodistas ha sido miembro del Presidium del Congreso de la FIP/IFJ (Moscú, 2007); Secretario General Adjunto (Bruselas, 2008-2010); consejero del Comité Director de la Federación Europea de Periodistas FEP/EFJ (2013-2016); y del Comité Ejecutivo de la FIP/IFJ (2010-2013 y 2016-2022). Doce años corresponsal del diario francófono belga "La Libre Belgique" (2010-2022).

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