Roberto Cataldi¹
El camino del éxito, o de lo que se considera éxito, resulta complejo. A menudo la meta se alcanza en base a contactos o influencias, ya sea de la mano de la política o incluso del mercado. Por supuesto que no siempre es así. Como ser, en el mundo del deporte, quién puede discutir que Maradona fue un gran futbolista por derecho propio o que Messi es un magnífico jugador.
Pues bien, lo que sabe hacer un deportista es visto por todo el mundo, por eso la política y el mercado golpean la puerta de su representante en búsqueda del marketing político-populista, del negocio montado en la imagen del ídolo, o simplemente desean posar a su lado en una selfie que los legitime… Hoy por hoy, la imagen parece haber superado a la palabra.
Obtener el Premio Nobel de Literatura o un Oscar hollywoodense no significa realmente, como muchos creen, ser el mejor escritor o la mejor producción cinematográfica, detrás siempre está el negocio, quizá por aquello de que la vida no es más que un negocio donde se gana o se pierde. Está claro que muchos que han recibido la distinción del Nobel lo merecían, pero otros decididamente no. Bástenos el hecho de que Tolstoi, Kafka, Joyce, Virginia Woolf o Borges jamás recibieron el Nobel, y no pocos de los premiados reconocieron sus influencias. En cambio, Pasternak y Sartre, por diferentes motivos, lo rechazaron. Claro que tampoco es asunto de, siguiendo a los cínicos, rechazar los honores y las riquezas aduciendo que conviene despreciar esos falsos bienes, al fin y al cabo Diógenes vivía en un tonel y su maestro Antístenes vestía como un mendigo…
En los días que corren, para algunos el éxito es aparecer cotidianamente en los medios, estar presentes a toda hora en las redes sociales, en fin, que su nombre esté en boca de todos, y para ello apelan a cualquier maniobra, comenzando por una estrategia que nunca falla: el escándalo (siempre es noticia). También están los que quieren pasar a la historia a cualquier precio, incluso provocando una montaña de cadáveres humanos, lo que reafirma la tesis de Aristóteles, que si bien el hombre es el único animal racional, esto no significa que no sea capaz de actos irracionales. Veinticinco siglos después de esta afirmación, no tengo mayores dudas que la irracionalidad es lo que continúa predominando en el mundo, tanto en la dirigencia como en las masas.
Hoy sabemos que con mucho dinero se pueden hacer cosas que antes eran inimaginables, al extremo que hay ricos con fortunas similares al PBI de un país, que compran instituciones, financian golpes de estado, sueñan con la inmortalidad o exploran el espacio exterior en busca de un planeta que permita la vida de los seres humanos, porque parece que aquí cada vez es más difícil sobrevivir. Eso sí, ni hablar de dar vuelta la historia combatiendo en serio y con verdadero altruismo el hambre y la pobreza, en un mundo plagado de ficciones y falta de oportunidades, donde el hartazgo de millones de seres humanos es una realidad creciente pero desoída. Pienso que también sería importante meterse de lleno en buscar la manera de activar la producción sin dañar el planeta.
Yo no entiendo nada de arte, y mucho menos puedo definir qué es el arte, pero a pesar de que el arte es considerado «inútil» en un mundo que solo acepta lo útil, el arte tiene la virtud de sensibilizarnos, de hacernos sentir que frente a él somos humanos, aunque a los cinco minutos nos olvidemos y volvamos a actuar como si estuviésemos descerebrados o fuésemos los psicópatas desalmados de Kraepelin. El horror no tiene límites, aunque es cierto que en las tragedias, constantes en la vida humana, surge lo mejor y lo peor del ser humano: los abnegados voluntarios, los delincuentes oportunistas y las infaltables mafias.
Comenzó la Feria del Libro de Buenos Aires, ahora presencial, y el discurso de apertura del escritor Guillermo Saccomanno fue calificado de explosivo por el periodismo.
Hace años que no concurro. Recuerdo la primera feria armada con unos puestitos de libreros en la Avenida Santa Fe y la evolución material que experimentó con los años. En la década de los años noventa fui expositor en dos mesas redondas, y en este siglo me tocó ser panelista en una donde por primera vez me pagaron. Digo esto porque Saccomanno exigió que le paguen una importante suma de dinero para dar su discurso, y dijo que solo el prestigio no le sirve para pagar la compra del supermercado: «Esta es una Feria de la industria, y no de la cultura aunque la misma se adjudique ese rol». Añadió que en todo caso es la manera de entender la cultura como un comercio, donde el autor percibe apenas el diez por ciento del precio de tapa de cada ejemplar…
Como autor entiendo su postura. Sin embargo, el comercio, más allá de sus claroscuros, también torna posible la cultura. Según leí en los periódicos, hizo una serie de manifestaciones acusatorias acerca del país que incomodaron a los organizadores, las que si bien no habrían faltado a la verdad según mi opinión, fueron políticamente incorrectas. No dudo que hay cosas que deben decirse, que alguien tiene que decirlas, pero hay que saber cuándo y cómo decirlas. Saccomanno sin duda domina el arte de la escritura, pero no el de la oratoria.
Él fue invitado a un evento literario para hablar de literatura, si bien es cierto que podía permitirse alguna licencia para referirse a algún asunto importante, pero para eso hay que tener estilo oratorio, ser sutil, empleando las palabras para motivar la reflexión y no para agraviar. Ahora varios se refriegan las manos porque en unos días Mario Vargas Llosa dará en la Feria su conferencia, quien tiene una postura ideológica contraria y, esperan así sentirse reivindicados (los medios acompañarán a Vargas en su cruzada como ya es habitual).
Lo cierto es que estamos empeñados en no salir de la sempiterna trampa de las ideologías. Ni Saccomanno ni Vargas son intelectuales genuinos, son escritores, pues, distan mucho de Emile Zola o Albert Camus. En efecto, necesitamos de intelectuales que le muestren a la gente la verdad y la ayuden a pensar con su propia cabeza. Todos sabemos que la vida es un teatro, donde cada uno representa el papel que escoge o que le asignaron contra su voluntad. Unos dicen que es obra del destino, otros de la lotería social o de la suerte, francamente no sé… El mundo está plagado de misterios. Mi editora me ha dicho que mis libros están en un stand, se lo agradezco. Y para ser justos, como autor también entiendo las vicisitudes de muchos editores independientes, así como de distribuidores, libreros y, sobre todo de aquellos lectores que cada vez tienen menor poder adquisitivo y se ven privados de comprar un libro.
Nadie sabe cómo será el nuevo orden del mundo, estamos viviendo la transición, pero todo nos lleva a pensar que en él no habrá lugar para el mérito, tampoco para el trabajo a conciencia, mucho menos la ética de la responsabilidad, el altruismo, o el reconocimiento de aquellos valores que dieron y todavía dan sustento a la humanidad.
El pensamiento único, el concepto de unanimidad, los abusos y el miedo, apuntalan la esclavitud encubierta, y desafortunadamente están a la vera del camino.
- Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)