El comité organizador de los Premios Max de las Artes Escénicas ha dado a conocer este 29 de abril, Día Internacional de la Danza, el Premio Max de Honor 2014, que ha sido otorgado por unanimidad a la maestra y bailarina María de Ávila por ser una figura clave en la historia de la danza.
El comité decidió a comienzos de este año, antes del fallecimiento de la artista, la concesión del galardón, y el premio coincide con el 60º aniversario de la apertura del Estudio de Danza María de Ávila que se cumple este mes de abril, informa la SGAE.
Su hija, Lola de Ávila, recibirá el galardón el próximo 26 de mayo dentro de la ceremonia de entrega de la XVII edición de los Premios Max de las Artes Escénicas que organiza la Fundación SGAE y que se celebrará en el Teatro Circo Price de Madrid. Lola de Ávila ha declarado que el Max de Honor es: “Un premio que me emociona y que a mi madre le hubiera emocionado. Estoy muy agradecida por el galardón”. La bailarina, maestra y coreógrafa, que ha destacado de su madre “la tenacidad, la generosidad y mucho amor por la profesión”, ha subrayado que la danza en España “es María de Ávila”.
María Dolores Gómez de Ávila nació en Barcelona el 10 de abril de 1920 y falleció el pasado 27 de febrero, a los 93 años, en Zaragoza, donde residía desde hacía más de medio siglo. Fue allí donde en 1954 fundó la academia que lleva su nombre y que hoy dirige su hija, Lola de Ávila. En ella se ha formado un gran número de profesionales de la danza española como Víctor Ullate, Carmen Roche, Ana Laguna, María Jesús Guerrero, Arantxa Argüelles, Amaya Iglesias o Trinidad Sevillano, que luego se han convertido en reconocidas figuras internacionales.
Un legado inconmensurable
Víctor Ullate afirma que “María ha sido el todo”. “Gracias a ella conocí la danza clásica. Fue una gran maestra, nos enseñó la base para después ampliar conocimientos. Estuvo muy entregada a su profesión como maestra e investigó muchísimo. Consiguió que tuviéramos ese amor y ese rigor por la danza. Ha sido muy importante. Yo no estaría aquí si no hubiera sido por ella”, ha destacado. Por su parte, Carmen Roche ha añadido: “Me enseñó a volar. Fue imprescindible. Ha dejado un legado inconmensurable porque todos los que estamos haciendo lo que hacemos salimos de ella. De ella resaltaría su profunda humanidad. Tenía mucho carácter pero era muy humana, inteligente y perseverante”.
La bailarina comenzó sus estudios de danza clásica y española a los diez años de la mano de la profesora y coreógrafa del Liceu de Barcelona Pauleta Pamiés. En aquella primera etapa de aprendizaje ya pisó los escenarios para bailar la ópera Aída, donde aparecen niños. Alexander Goudinov, Antonio Bautista y Antonio Alcaraz fueron algunos de sus maestros entonces. La joven entró pronto a formar parte del prestigioso Ballet del Liceu, en el que al poco tiempo ya era primera bailarina (Prima Ballerina Assoluta), con Juan Magriñá de partenaire habitual, y protagonizando piezas como El Amor Brujo en 1939, junto a Vicente Escudero.
Posteriormente (1951-52) fue Bailarina Estrella de la Compañía Española de Ballets y de Los Ballets de Barcelona, así como en el Instituto del Teatro de la Diputación de Barcelona, donde fue profesora de danza. Aunque fueron años de gran actividad profesional, sin embargo María de Ávila no interpretó sus montajes en el extranjero debido a los tiempos convulsos y de guerras.
Después de rechazar un contrato para ir a Estados Unidos con los Ballets Rusos de Montecarlo en calidad de figura estelar, María de Ávila dejó el Liceu en 1948 para contraer matrimonio con el ingeniero zaragozano José María García- Gil. Con su hija de tan sólo un año hizo su última gira con los Ballets de Barcelona, antes de colgar las zapatillas y dedicarse a la docencia.
En la ciudad aragonesa fundó y dirigió el Ballet de Zaragoza, con alumnos de su escuela, y siete años más tarde presentó en Segovia el Joven Ballet María de Ávila. En 1983, María de Ávila asumió la dirección artística de las dos compañías de danza, amparadas por el Ministerio de Cultura (INAEM): el Ballet Nacional de España y el Ballet Clásico Nacional (hoy Compañía Nacional de Danza), donde hasta agosto de 1986 se encargó de sistematizar el trabajo interno del ballet, así como de abrir las puertas a coreografías como las de George Balanchine y Anthony Tudor.
Algunos de los galardones que la bailarina ha recibido a lo largo de su trayectoria han sido el Premio Santa Isabel (1965), concedido por la Diputación de Zaragoza; el Premio San Jorge (1974); la Medalla de Oro de la ciudad de Zaragoza (1982); la de las Bellas Artes del Ministerio de Cultura (1989); la de Oro del Círculo de Bellas Artes, junto a Alicia Alonso (1998), y la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo (2007). Fue elegida también miembro del Consejo de la Institución ‘Fernando el Católico’ de la Diputación de Zaragoza.
Anteriores premiados
En los años anteriores el galardón ha recaído en Ana Diosdado (2013); Julia Gutiérrez Caba (2012); José Monleón (2011); Josep Maria Benet i Jornet (2010); Miguel Narros (2009); Víctor Ullate (2008); Fernando Arrabal (2007); Pilar López (2006); José Rodríguez Méndez (2005); Francisco Nieva (2004); Alfonso Sastre (2003); José Tamayo (2002); Antonio Gala (2001); Adolfo Marsillach (2000); Antonio Buero Vallejo (1999) y en el Teatro de la Zarzuela (1998).
Tres premios especiales
Además de las 19 candidaturas a concurso a los Premios Max de las Artes Escénicas, se conceden tres premios especiales: Honor, Contribución a las Artes Escénicas y Aficionado. Organizados por la Fundación SGAE desde 1998, los Premios Max entregan un galardón diseñado por el poeta y artista plástico Joan Brossa (Barcelona-1919/1999), impulsor de uno de los colectivos renovadores del arte español de posguerra.
El comité organizador de los Premios Max está integrado por los autores Ana Diosdado, Ramón Barea, Mariano Marín, Miguel Murillo, Carme Portaceli, Ricard Reguant, Juan Carlos Rubio, Rosángeles Valls, Eva Yerbabuena y Antonio Onetti, presidente de la Fundación SGAE.