A finales del año 2019, la escritora argentina Mariana Enríquez publicó su novela Nuestra parte de la noche.
Yo escribí hace unas semanas en Facebook esto:
«Mariana Enríquez, Nuestra parte de noche. Lo estoy leyendo: no sé si parar un rato. Algunos libros descomunales me parecen y me resultan descomunales. Hay que reconocerle a Enríquez su enorme talento literario, su sabia escritura, su amenazadora narración».
Cuando el escritor David Pérez Vega me habló en Facebook sobre su lectura de la novela de Enríquez, y me dijo que le tenía loco (literalmente), yo le contesté, a la vista de todos, como él había escrito a la vista de todos:
«Estamos parejos, yo también voy por la mitad y sólo puedo decir dos cosas: UNA, me parece una escritora fantástica, en el pleno sentido de la palabra, y creo que DOS, voy a detenerme, a dejar reposar su absorbente, su inquietante, su densa presencia fantasmal y voy a leer otros libros de ficción antes de retomarla para tratar de terminarla. Los novelones necesitan ser obras maestras para encandilarme».
“!Qué podía ser raro si Juan estaba cerca¡”
En esta novela, en la que «en los campos latía una belleza antigua», Juan, uno de sus principales protagonistas, dice que «enamorarse no tiene nada que ver con la belleza».
Es este libro, en esta novela de terror encasillable en ese género pero que pretende volar por encima de los reduccionismos, la Oscuridad es el légamo sobre el que todo tiene el sentido sinsentido de la ficción y la realidad terrible de la Argentina de hace unas décadas es el ámbito mortal en el que los personajes de Nuestra parte de noche se convierten en seres humanos llenos de desolación y deseo.
«No hay palabras en este mundo para la entrada en la Oscuridad, para el último bocado», acaba su monólogo el doctor Bradford.
«No hay que mantener vivo lo que está muerto», le dice Juan a su hijo Gaspar, y le añade:
«Los fantasmas son reales. Y no siempre vienen los que uno llama”».
Sentimientos. «No sentimos con la piel, hijo. Sentimos con el cerebro. El dolor está en el cerebro».
Fantasmas, fenómenos raros, la Oscuridad como un ente fascinante, deseado, temido, la belleza, el amor. El miedo. La lectura sometida a la tensión del miedo al terror. Mariana Enríquez consigue por momentos subyugarnos a la deliciosa ternura de la dolorosa belleza del trauma expresada en los términos artísticos que buscan en nuestras almas el imperceptible deleite de lo desconocido, de lo reconocible también: de lo desconocido dentro de lo que creemos saber.
Un personaje imprevisto de esta larguísima novela es Omaira. ¿Te acuerdas de Omaira, la niña colombiana a la que pudimos ver morir todos en directo a través de las televisiones hace décadas?
Vicky, amiga de Gaspar, vivirá obsesionada por aquella exhibición inaudita del dolor:
«Las noches en las que caía agotada, después de mucho estudio o mucho estrés, solía soñar con Omaira en el agua, agarrada a una rama, que le sacaba una lengua tan negra como sus ojos mientras se moría en el barro».
No era lo único que «le hacía recordar a Omaira parada sobre la cabeza de su tía y todo ese barro de la muerte en Colombia».
El tiempo, claro, hacinando en una historia intensa y muy extensa a los personajes alobados, humanos y desaforados, de esta novela inaudita: «cuánto duraba el ahora, cuánto tiempo era el presente», piensa Gaspar.
Y en el mientras tanto de la novela, Argentina, la de 1981, la de 1986…
Es Nuestra parte de noche a su manera, no sobre todo, o quizás sí, una durísima alusión al auténtico terror, al de los convulsos tiempos de la dictadura, pero también al de la prevalencia de los derechos de los más acomodados, de aquellos que amasaron fortunas a costa de esquilmar a los indefensos:
«¿Cómo se hicieron ricos? Lo habitual: saqueo, sociedades con otros poderosos, entender de qué lado estar durante las guerras civiles y aliarse con políticos poderosos».
Y continúa hablando la madre de Gaspar, Rosario, de familia riquísima… «Todas las fortunas se construyen sobre el sufrimiento de los otros y la construcción de la nuestra, aunque tiene características únicas e insólitas, no es una excepción».
La Orden (no necesitas saber qué es la Orden si vas a querer leer el libro de Enríquez) sabe que la Oscuridad conoce cómo preservar la conciencia y así superar a la mera inmortalidad. La Orden, ese grupo en el que el lema es ‘conocer, atreverse, desear y guardar silencio’.
Para Rosario, su esposo, Juan, el padre de Gaspar, tenía el aspecto «de algo que solo estaba de visita en el presente, algo salvaje y desolado».
Algo salvaje y desolado. Como Nuestra parte de noche, que es más bien algo salvaje y desolador.
Una periodista escribe que «lo que pasó esa tarde, y la siguiente es imposible». Es ahí donde flota la novela. Eso es imposible. Aquello fue imposible.
También la Argentina de los golpistas contra la democracia recuperada y la respuesta de la sociedad civil argentina, en ese mientras tanto en el que se enclava el fantástico relato que ha escrito Mariana Enríquez. Fantástico, de fantasía.
Gaspar, el joven, que ha de «concentrarse en recordar aquello que no había aprendido». Gaspar, quien tiene el aire de poseer todo «el poder de una experiencia oscura». Él, que pensará que únicamente habría de «ir hacia los que le buscaban, había un corazón negro que lo necesitaba».
Es esta, sí, una novela de corazones negros. Cuando vivir requiere renunciar a los muertos de uno. Cuando no se sabe dejar ir a los muertos.
¿De verdad «nos parecemos a los dioses que adoramos», como decía el padre de Gaspar?
Sí. Es Nuestra parte de noche un libro descomunal. En el mejor y en el peor sentido de la palabra: bárbaro, enorme, voluminoso, extremo, monumental, gigantesco. Excesivo.
«Como un corazón exhausto».