Maya Plisétskaya: una vida de leyenda

«Yo, Maya Plisétskaya» es un libro autobiográfico escrito entre 1991 y 1993 (lo empezó en España y lo terminó en Moscú) que fue presentado en la SGAE de Madrid en 2006 y que sólo su reciente muerte en mayo de 2015 me impulsó a leer. ¡Qué hallazgo de lectura apasionada! Qué vida y qué obra de leyenda y qué manera de contarlas, tan aguda, tan ágil, tan artística en una palabra.

portada-yo-Maya Maya Plisétskaya: una vida de leyendaNacida en Moscú en 1925 y nacionalizada española en 1993 (bailó El Quijote como ella había soñado que era España), Maya Plisétskaya murió en Múnich (Alemania) el 2 de mayo de 2015 con 89 años y tuvo una vida larga y de novela. Una vida dura y casi imposible de llevar adelante con tanto fruto si no hubiera sido por su compañero y compositor, el pianista Rodion Shchedrin, con quien se casó en 1958. El relato de su luna de miel en coche es tan apasionante como esto: cada noche ataban las provisiones fuera del coche, el cabo de la cuerda debajo de una pesada piedra y la otra punta atada a un tobillo. Por la mañana, nunca había nada. ¿Les seguían? Este libro se tradujo al español con el apoyo de la Fundación que lleva el nombre de ambos: Maya Plisétskaya y Rodion Shchedrin.

Difícil no enamorarse de ella y de su entorno leyendo este libro de memorias que abarca casi toda la historia de Rusia en el siglo XX y parte del siglo XXI, y muchas veces al cerrarlo, después de un capítulo intenso (todos lo son), me encontraba abrazando el libro como si con ello abrazara los dolores y gozos de su protagonista. Imposible no enamorarse de los artistas que lo pueblan y que formaron parte de su vida y de la de todos nosotros: Tarkovsky, Rostropovich. Sostakovich, Tchaikovsky, Stravinsky, el coreógrafo Jácobson… todos los hombres de los sesenta en Rusia buscaban la verdad en el arte (pág 379). Por otra parte, la nómina de sus conocidos muertos por cáncer o por suicidio pone los pelos de punta: fueron los nervios, las prohibiciones, las calumnias, las zancadillas y anónimos por celos y envidias, los causantes.

Pero ella tenía a su compñero fiel apoyándola en todo, hasta el punto de pasar a segundo plano por seguirla.

Pues bien, de Stalin a Putin, pasando por Breznev y Yeltsin hasta llegar a Gorbachov, todos los presidentes rusos marcaron su vida. El primero de ellos, Stalin, al matar a su padre; Putin, otorgándole la Medalla de Servicios a Rusia por sorpresa en 2005 (año en que fue también premio Príncipe de Asturias de las Artes, con tamara Rojo), cuando ella esperaba una prohibición (una más) para salir de Rusia.

La nómina de los que la ayudaron en su arte es inacabable: el bailarín Nureyev, los coreógrafos Maurice Béjart y Roland Petit (cuyas coreografías bailó), los modistos que prestaron sus modelos desinteresadamente para sus ballets (Ives Saint Laurent, Cardin, Coco Chanel), la actriz Ingrid Bergman que la quería sacar de la URSS, los fotógrafos que la retrataron (Avedon en la cubierta del libro), el pintor ruso Chagall que hizo su retrato y le auguró un futuro en París…

A pesar de ser hija de un «traidor», su gracia bailando era tal que fue admitida en el Bolshói a los siete años. (Muchos años después absolverían a su padre por falta de pruebas, por lo que les llegó una nota de disculpa: «no se encontró cuerpo del delito».)

Ingresó en la Escuela de danza del Bolshoi a los 7 años y rápidamente fue la mejor. Pronto su perfeccionismo en la técnica clásica y su gran fuerza expresiva consiguen convertirla en primera bailarina del Bolshoi. Su muerte del cisne se ofrecía como regalo a los visitantes ilustres del régimen, por lo que fueron miles las veces que la bailó.

El fiero Breznev le confesó que estaba hasta el gorro del cisne pero que no había más remedio que seguir viéndolo. Volaba en escena según los que la vieron, pero le aterrorizaron los ojos de Stalin cuando los vio de cerca bailando el cisne con ocasión de la visita de Mao… Supo lo que era el miedo.

Tras largos años de veto para salir al extranjero, consigue bailar en EEUU, Francia, Reino Unido, Italia (donde fue directora del ballet de la Ópera de Roma), y España (donde dirigió el Ballet Lírico Nacional de Madrid), país que consideraba su casa (aunque dominada por las intrigas de corte), por lo que prorrogó su contrato hasta 2 años y medio, y donde fue galardonada con el Príncipe de Asturias de las Artes en 2005, año en que se editó este libro.

Sus continuas giras internacionales (salvo 6 años de prohibiciones por rebelde y muchos pasaportes caducados arbitrariamente) le han permitido conocer a las grandes personalidades del siglo XX y obtener el reconocimiento generoso del público. Valiente, generosa, desgarradoramente sincera, su voz es la de una verdadera escritora que relata con inteligencia y pasión la historia del ballet soviético del pasado siglo, la represión política y cultural vivida en carne propia, su lucha, sus sueños y decepciones.

Esta autobiografía ofrece el retrato único de Maya, su triunfo en la defensa de su arte, su búsqueda estética y espiritual y sus experiencias de más de 60 años de carrera profesional. Prima ballerina assoluta y coreógrafa, es hoy un símbolo indiscutible de la danza clásica mundial.

Un cisne nacido en una familia de cisnes pero rodeada de chismosos, filisteos, celosos y zancadilleros que hacían difícil lo fácil y que entre esfuerzos y nervios, podían acabar con lo que tanto entusiasmo se creaba. Acabaron con muchos, no con ella.

Uno de los capítulos lo dedica a explicar por qué no huyó a Occidente: ella veía cómo vivían en Occidente los artistas, todo honores y abundancia, y cómo vivían en Rusia, todo miserias y zancadillas. Pero los que huían, además de la represión sobre sus parientes y amigos en Rusia, podían despedirse para siempre de la vida, condenados a la paranoia «absolutamente real» de ser seguidos en sus mínimos movimientos por los agentes del Kremlin, para siempre traidores solitarios vagando por Occidente porque el que se relacionara con ellos quedaba tachado de por vida… Por qué acabó su vida lejos de Madre Rusia, en Múnich, donde murió. Todo lo cuenta con claridad deslumbrante.

El enigma de los personajes de Chéjov la entusiasma. Cuando habla de «La dama del perrito» dice que aún no se sabe si son comedias o dramas con el aburrimiento burgués como fondo. Todo transcurre en un verano en las costas de Crimea, donde tenían su dacha los que se podían permitir el lujo de aburrirse, de desperdiciar su vida en el siglo XIX. y da detalles valiosísimos para un dramaturgo de cómo concibió la puesta en escena de «Anna Karenina», «La gaviota» o «La dama con perrito», la forma de enfrentarse al enigma Chéjov.

Pide justicia para su marido al que la crítica consideró su acompañante, siendo como es un gran músico que decidió apoyarla, cuando ya no era joven para seguir con El Cisne, componiendo ballets adaptados a ella (El caballito jorobado, Carmen suite, Karenina, Gaviota, Señora con perrito). «Compuso estos ballets sencillamente para ayudarme, para liberarme del peso de la edad» (pág. 375)

El libro llega sólo hasta 1993, cuando se dispone a celebrar en el Bolshoi sus 50 años con la danza… Pero hay fotos que van más lejos: la que aparece saludando esa misma noche vestida de cisne con Rostropovich a su lado, otra con Putin en el año 2000 para la Medalla por los servicios a Rusia, también en el Bolshoi, y otra más en 2005 por su 80 cumpleaños. Quería bailar «hasta los 107 años como mínimo».

Así acaba el libro que presentó en la SGAE el 14 de junio de 2006 con Shchedrin acompañándola inseparable.

La narración de Maya Plisétskaya tiene también momentos de una gran ironía y un humor negro: «Estábamos en 1953. Ahora ya no teníamos un Comité para asuntos artísticos sino un Ministerio de cultura. Con ministerios era más fácil avanzar, llegaríamos antes». (pág 157). O cuando comenta que de no haber sido Yeltsin tan irresponsable, no hubiera acabado tan felizmente el golpe contra la perestroika de Gorbachov.

La perestroika le viene muy bien para que no le retiraran el pasaporte de forma tan arbitraria como antes, pero cuenta cómo se traducía este aperturismo en avances realmente esperpénticos que sólo suponían pérdida de tiempo y burocracia añadida. Por ejemplo, en que cada dos por tres se pasara un papel de recogida de firmas de apoyo a tal gran director, y el que no firmara… Y es el triunfo entonces de «Grigórovich, el más inútil y malvado director perpetuo del Bolshoi: Ahora, vaya donde vaya, en una compañía u otra, siempre hay tránsfugas del Bolshoi, lejos del aire viciado, del aburrimiento creativo, de las garras de Grigórovich.» (419)

Precisamente durante el reinado de este sádico inútil, tuvo lugar la muerte de Maris Liepa, su compañero de baile, su conde Wronski en el ballet «Anna Karenina: «los servicios de seguridad no permitieron la entrada de Liepa al teatro con el pretexto de que le había caducado el pase, Liepa se echó a llorar y tuvo un ataque al corazón. Liepa murió al poco tiempo de un infarto. Un corazón entrenado, sólido como una roca» (418).

Como colofón, dos anécdotas:

Cuando en Madrid, en el año 1988, bailó su «María Estuardo»: «la severa duquesa de Alba vino a mi camerino con una orquídea de dimensiones inusuales y me dijo secamente: Señora, María Estuardo es de mi linaje, y si usted se hubiera contentado con unos giros, unas piruetas, la habría llevado a juicio para que prohibieran esos experimentos frívolos, pero me ha llegado al alma, es tan trágico y hermoso»…(pág. 400)

(Por cierto: Maya Plisétskaya es defensora a título personal de que los sonetos y la obra de Shakespeare, toda la obra pero sobre todo Romeo y Julieta, tuvieron que salir de alguien como María Estuardo y no de alguien que nunca hubiera estado en Verona, como Shakespeare.)

La segunda anécdota cuenta cómo cruzando las Montañas de Armenia, comen ella, Shchedrin y Arno el chófer en una taberna todo hombres. De repente, una melodía triste y un camionero achispado se pone a ejecutar las piruetas y giros de los bailes tradicionales armenios delante de su mesa. «No tenía elección. Me levanté. Observé atentamente los movimientos de mi inesperado caballero y comencé a darle respuesta. Señora Maia, ¿dónde aprendiste nuestros bailes armenios?» (pág. 404)

Repito: me sorprendí abrazando el libro al final de cada capítulo.

  • Yo, Maya Plisétskaya
    Ed Nerea Barcelona
    Año 2005
    444 págs.
    32’69 euros
Nunci de León
Doctor en Filología por la Complutense, me licencié en la Universidad de Oviedo, donde profesores como Alarcos, Clavería, Caso o Cachero me marcaron más de lo que entonces pensé. Inolvidables fueron los que antes tuve en el antiguo Instituto Femenino "Juan del Enzina" de León: siempre que cruzo la Plaza de Santo Martino me vuelven los recuerdos. Pero sobre todos ellos está Angelines Herrero, mi maestra de primaria, que se fijó en mí con devoción. Tengo buen oído para los idiomas y para la música, también para la escritura, de ahí que a veces me guíe más por el sonido que por el significado de las palabras. Mi director de tesis fue Álvaro Porto Dapena, a quien debo el sentido del orden que yo pueda tener al estructurar un texto. Escribir me cuesta y me pone en forma, en tanto que leer a los maestros me incita a afilar mi estilo. Me van los clásicos, los románticos y los barrocos. Y de la Edad Media, hasta la Inquisición.

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