Mi padre

(De mi libro sin publicar. “Memoria de veranos, pájaros y estrellas”)

Lucas León

Delgado, menudo, seco. Serio, severo, austero. Ajeno a cualquier lujo. Frugal. Dispuesto.

Trabajar todos los días y a todas las horas. Dormitar sobre la mesa. Leer el periódico todo el día de cualquier día libre. Esperar, en vano, que cayera el odioso régimen. Confiado en los maquis, en los aliados, en la reacción del pueblo. En vano.

Republicano, albañil, carpintero, funcionario de carrera por oposición, depurado por “desafecto al régimen”.

Lucho en el frente de Madrid. Espíritu del Sur –odiaba el frío- estuvo tres meses en el frente del Ebro con mínimas de -20 º C.

Blasfemo empedernido, odiaba medularmente a Franco, a los curas y a la Iglesia. Admirador de los profesionales de “su” oficio y de las herramientas, atribuía el progreso a estas.

Arrojado desde su infancia al trabajo en el campo, admiraba las máquinas, las cosechadoras, los molinos eléctricos, los tractores…

Sólo le interesaban las “noticias”, el periódico y la radio. Oía a escondidas “la Pirenaica” y admiraba a Azaña, Negrín y Largo Caballero. A Modesto, Dolores y Durruti. Solís le sacaba de quicio y una docena de blasfemias.

Nunca supo lo que era un hotel. O un restaurante. Y para él sólo existían las fondas.

Su felicidad era rajar una sandía en verano o abrir un melón y juzgarlo sumariamente. Si no superaba la prueba era condenado a ser picado, como un vil pepino, en el gazpacho.

El primer gobierno socialista de la democracia le reconoció su condición perdida de funcionario y al viejo bolchevique le blandenguearon las ideas. Se hizo valedor y votante de aquellos del capullo y la rosa. Nunca se lo perdonaré.

Delgado, menudo, seco. Mi padre.

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