Amaneció muerta en Jueves Santo (…) La enterraron en una cajita que era apenas más grande que la canastilla en que fue llevado Aureliano y muy poca gente asistió al entierro (…) ese mediodía hubo tanto calor que los pájaros desorientados se estrellaban como perdigones (…)
(De Cien años de soledad)
Al igual que Úrsula Iguarán, su personaje principal de la novela Cien años de soledad, Gabriel García Márquez nos dejó el pasado Jueves Santo. Al igual que ella, sus restos reposan en una pequeña cajita, puesto que fue incinerado. Al igual que ella, su sepelio se produjo con un calor sofocante, pero, al contrario que en la novela, a su despedida asistieron miles de personas. Se le han rendido honores casi de Jefe de Estado, y lo tenía merecido, pues se le podría nombrar Jefe de las Letras.
El marco de la despedida ha sido el magnífico Palacio de Bellas Artes en México DF. Una joya arquitectónica que se empezó a construir en 1904 (a cargo del arquitecto italiano Adamo Boari) en el solar donde estuvo el Teatro Nacional, y que no se pudo acabar hasta 1934 (a cargo de Federico E. Mariscal).
En este adiós, los mexicanos se han volcado con un fervor casi místico. La casa donde ha vivido, situada en una bella colonia (El Pedregal) del sur del Distrito Federal, ha estado permanente adornada con flores amarillas, llevadas a diario por sus admiradores; esas que García Márquez llevaba siempre prendidas en la solapa, porque creía firmemente en que ese color le daba suerte. La fachada que resguardó su intimidad también tiene flores, pero no son amarillas. Son rosadas, y se llaman azaleas.
En la explanada de Bellas Artes, hombres, mujeres y jóvenes, mucha gente joven, han pasado varias horas perfectamente ordenadas, en fila, esperando que se abrieran las puertas para dar el último adiós a Gabo, un apelativo cariñoso que casi era el único que se oía en las conversaciones. Y en la espera, mucha gente mitigaba el cansancio y el calor enfrascados en la lectura de alguna de sus obras. Cientos de regazos acogían flores amarillas, cuyo destino era la urna (sencilla, de madera sin labrar) con sus cenizas que se exhibía en el vestíbulo del Palacio, donde la viuda, Mercedes Barcha, los hijos (Rodrigo y Gonzalo) y sus cuatro nietos daban la bienvenida a todos los ciudadanos. A nadie se le impidió entrar.
El presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, y el colombiano, Juan Manuel Santos, junto con el máximo responsable de Conaculta (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes), Rafael Tovar, han estado al frente de la representación oficial. Por cierto, quien no ha estado aquí, pero si dio el pésame a la familia, fue el expresidente Carlos Salinas de Gortari. Estuvo en la residencia familiar el sábado pasado, sobre las 3 de la tarde y, a la salida, atendió a los medios que hacen guardia en la calle desde que se supo el deceso. Según comentó El Informador, Salinas les contó que el Premio Nobel tuvo un papel importante como mediador en la crisis de los balseros de 1994, que involucró a los gobiernos de Cuba, de México y de Estados Unidos.