Nacionalismo mexicano: desaparecido de la política

Teresa Gurza

En los últimos años la sociedad gringa ha roto muchos prejuicios y eso permitió que Barak Obama, fuera el primer hombre negro en llegar a la presidencia de Estados Unidos catapultado por su frase en una Convención del Partido Demócrata: “No existe una América liberal y otra conservadora. No existe una América negra y una América blanca, una América latina y una América asiática. Existen los Estados Unidos de América”.

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Hillary Clinton con Barak Obama en un acto electoral

Renegando precisamente de esa frase y de la historia del país al que su madre llegó como emigrada hace 86 años con 50 dólares, este noviembre Donald Trump puede convertirse en el primer hombre anaranjado en gobernar EU; si es que el Partido Republicano no lo sustituye antes, por un candidato que genere menos odio.

Otro prejuicio superado logró que por primera vez una mujer, Hillary Clinton, sea candidata a la presidencia por un partido con posibilidades de ganar; y los estadounidenses deberán elegir entre ella y Trump, no solo a su futuro presidente sino el tipo de país que quieren en el futuro.

Sin duda les iría mucho peor a ellos, a México y al mundo, si sale quien amaga con levantar paredes en los tres mil kilómetros que compartimos de frontera.

Lo que hará más difícil la vida de los compatriotas que trabajan allá y para quienes los ocho años de Obama, no fueron muy favorables; porque al tener el Senado en contra, sus promesas de una reforma migratoria no prosperaron y durante su mandato han sido deportados dos millones de compatriotas y se incrementaron las presiones para que México detenga a los centroamericanos que lo recorren, buscando entrar a EU.

Eso a pesar de que en su discurso de apoyo a Clinton, Obama advirtió que no hay muro capaz de detener el sueño americano; en lo que ella coincidió y prometió gobernar «sin muros ni miedos»; pero su historia indica, que no podemos hacernos ilusiones.

Pero tampoco hay que aterrarse si gana Trump; porque por bocón que sea, no podrá cumplir sus amenazas sin violar tratados internacionales; y si lo hace, su país tendrá que pagar las sanciones y costos previstos.

Lo que seguramente no les gustará a muchos de sus votantes, que constituyen para México un peligro real, porque crecieron matando japoneses en los Ataris y hoy están armados hasta los dientes y excitados con ese discurso antimexicano, racista, misógino y tramposo.

Peña Nieto respeta

Por todo esto, me parece muy desafortunado que el gobierno mexicano no haya reaccionado como la situación requiere; y que el presidente Peña haya expresado su “mayor respeto” por los dos candidatos, durante su visita del 22 de julio a Washington y anunciado que mantendrá buenas relaciones, con quien resulte electo.

Y para amolarla más su secretaria de Relaciones Exteriores, Claudia Ruíz Massieu, anda ya declarando que México está de acuerdo en renegociar el Tratado de Libre Comercio.

A lo mejor están siendo precavidos, pensando en que si sale Trump caerá más nuestra economía; porque por no haber dispersado las exportaciones en sexenios anteriores, hoy un 80 por ciento se va a EU; siendo las fábricas de automóviles, las empresas de productos agrícolas y las maquiladoras, las que resultarían más afectadas.

Además, claro, de los 22 mil millones de dólares que cada año envían los emigrados a sus familias y que son indispensables, en muchas zonas campesinas.

Pero aun teniendo ese dineral en cuenta, Peña debiera recordar que es representante del país al que más ha insultado Trump y de los mexicanos a los que ha llamado asesinos, ladrones y violadores.

Y es todavía más increíble, que no se hayan manifestado los dirigentes de los partidos políticos que siguen solo mirándose los ombligos, sin alterarse por lo que sucede fuera de sus inmediatos intereses; que desgraciadamente, son solo monetarios.

¿Dónde quedó el antiguo nacionalismo del PRI? ¿Y dónde la izquierda? ¿Tanto hemos cambiado, que aceptan sin chistar insultos y ofensas de parte de quien puede ser presidente?

Hablando de cambios, hace diez años nadie pensaba que un negro mandaría en EU y que sería Papa un jesuita argentino.

Y hemos visto que ambos, además de inteligentes y elegantes, son más normales, cercanos y parecidos a la gente que representan, que otros personajes mundiales.

El papa Francisco se ríe, come piza, ve futbol y tiene playeras de su equipo favorito; y Obama se carcajea, se emociona al bailar y besar a su mujer y no ha criado hijas “ladys; la más chica incluso, pasó sus vacaciones trabajando como mesera.

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