En poco tiempo nadie será capaz de auto-excluirse de la realidad migratoria. Ni tan siquiera adoptando una mirada etnocéntrica, dando a entender una definición sesgada del fenómeno migratorio al observarlo como anfitrión selectivo, y siempre desde el lado bueno de la valla.
La experiencia migratoria se puede transformar en un tránsito inacabado sobre una cultura-mundo abocada al nomadismo. Y estar determinados, todos y todas, por ese currículum nómada, compitiendo con la ventaja de quienes fueron migrantes antes, mucho antes o después, tanto hacia países de acogida como de retorno hacia los países de origen. No hay duda, se trata de un fenómeno pluridimensional, y sin finalizar, en tránsito.
Tómenlo, lo dicho, como una buena excusa en base a las cuestiones que se plantearon en la 3ª Jornada Anual “La infancia en movimiento: migración, asilo y refugio” de GSIA (Grupo de Sociología de la Infancia y la Adolescencia), que se celebró el pasado 6 de abril con distintas mesas de profesionales, entre éstas una dedicada a medios de comunicación. Mesa que debatió en torno a una pregunta troncal: aportaciones que se pueden hacer desde la profesión de periodista en la defensa de los derechos de los niños, niñas y adolescentes migrantes, refugiados o solicitantes de asilo.
La idea de la ‘infancia en movimiento’ contempla a los niños, niñas y adolescentes como actores protagonistas de los proyectos migratorios. Decidiendo sobre el mismo proyecto como estrategia de vida. Pero esta idea contrasta frente al relato de los medios de comunicación, entre otras en: el tratamiento de la información con niñas, niños y adolescentes; la falta de especialización en la prensa; el uso inadecuado de terminologías; y la falta de interés social por las cuestiones relativas a infancia y adolescencia. Son buenas o malas razones para frenar la transformación social que pide este relato.
La realidad no es una conversación aislada del mundo donde las experiencias suceden. Esto solo puede ser una réplica de otras experiencias. Pero los relatos no pueden ser copias de palabras sino el ‘pathos’ de quien mira al interlocutor protagonista de la idea o su experiencia, ya sea niño o adulto.
La denominada ‘crisis de los medios de comunicación’ ha obligado a economizar para la merma de los recursos de aquel otro periodismo. Convirtiéndose más en una información de expectativa y de mucho menos relato vital. No existen desplazamientos, o muchos menos, a los lugares donde se producen las noticias. No existe información en origen, a veces meramente la procedente de las ONG movilizadas a terreno. Evidentemente, nada es suficiente cuando las noticias reproducen el desgarro colectivo de migrantes refugiados como de niños y niñas apátridas. Residentes en las fronteras de los interregnos.
Si esta es la mirada informada pero excusada de la migración de los niños qué sumará la mirada no informada. Aquella que repite el prejuicio a mansalva, insistentemente, solo porque se puede redactar. Sin interés, tan solo por balbucear aquella expectativa de ser migrante o de ser niño, o de ser, a veces peor, ambas cosas a la vez. Aunque, jamás, sin entender la ventaja de ambas.