¿Qué podríamos hacer la gente que leemos libros, que compramos libros, para evitar que se cierren las librerías buenas, las que se dedican a que leamos y compremos libros? ¿Y qué para darle la misma visibilidad a la apertura de una librería que a su cierre? No todo son preguntas.
¿En qué nos convertimos cuando leemos?
Como forma de perder el tiempo no tiene parangón, la literatura. Leer. Escribir quizás también. O como forma de perderte en el tiempo, mejor. O de perderle el miedo al tiempo.
Cuando los objetos que contienen aquello que escriben los escritores superan la calidad de lo escrito, malo. Cuando lo que escriben los escritores no encuentra un acomodo cabal en un objeto, malo.
Los libros. Con lo que cuesta escribirlos. Con lo que cuesta editarlos. Con lo que cuesta publicarlos… Y el poco caso que se les hace.
Existen escritores como Javier Pérez Andújar, uno de esos genios vivos que escriben sobre la realidad como si la realidad fuera verdad.
¿Te molan esos autores que de vez en cuando ‘te preguntan al oído’, según lees, «testásdandocuenta», esos autores que te recuerdan constantemente que estés alerta, que hay algo que te obliga a prestar una atención muy por encima de la que deberías prestar a una lectura, que están permanentemente haciéndote ver que lo que no tenía importancia más atrás en el mismo libro es imprescindible ahora que estás enfangado en él?
¿Te molan esos autores que te hacen saber cuando los lees que lafamacuesta y que leer es un esfuerzo que raya en el sufrimiento y en el combate entre tu sueño y su astucia?
¿Te molan los autores que están endiosados como inaccesibles autores sóloparaentendidos, autores exclusivos de los guardianes de la Literatura, autores como el que estoy leyendo yo en estos días cuando me voy a dormir y lo que menos necesito es a gente que cree que la Transición se hizo para que Felipe González tuviera un yate?
En cualquier caso, no lo olvidemos nunca: un escritor siempre tiene un lector, al menos.
El día 5 de marzo de 2017, a las 8:26, escribía esto en Facebook sobre una novela que leía por aquel entonces y cuyo título prefiero omitir por respeto a su autor muerto:
Leo estos días una novela de esas que quienes son los dueños de la Literatura tienen por magistral, una de esas que retorcidamente quiere ser retorcida porque a su autor no le interesa más que el Olimpo de la Literatura y para aquellos dioses escribe, y leo y estoy a punto cientos de veces de abandonarla, de decirle a la novela nopuedomás, túnomequieres, pero hay algo en ella y en el prurito de lector olímpico por el que inexplicablemente a veces me tengo que me impide irme de ella y acercarme a otro autor de esos que me tratan con cariño y me dicen de vez en cuando en sus libros ¿estásbien? en lugar de lo que este autor que leo con el espesor del esfuerzo a menudo ingrato me dice cuando le leo a él, que es algo así como nadiedijoquestofueraaserfácil.
Eso creo.
Por cierto, comenzaba marzo (de 2019) y Luis Landero, que ‘sale’ en mi último libro, acababa de publicar una nueva novela de esas suyas que es de las que te reconcilian con la utilidad de la literatura como el arte que logra hacerte sentirte vivo y feliz mientras te mienten con las palabras que conoces. Algo tengo escrito sobre esa novela: puedes leerlo en ESTE ENLACE. [Lo de ‘mi último libro’ no es una apuesta, espero que pudiera haber añadido ‘hasta ahora’.]