¡Ojalá que no «haiga» problemas!

He sido un crítico de aquellas personas que se dedican a hablar de lo que no saben, que lo hacen por el simple hecho de aparentar erudición, una erudición de la que están muy distantes. Ese comportamiento tiene sus riesgos, pues cualquier individuo con modestos conocimientos puede hacer quedar a aquellos que se recrean en la fantasía de ser grandes maestros, que por lo general siempre andan buscando fallas en donde no las hay.

En el ámbito del lenguaje escrito y oral abundan los sabidillos (y sabidillas, también), que se arrogan la autoridad de cuestionar todo aquello que no les parece. Lo risible de eso es que no leen antes de criticar, por lo que nunca tienen éxito en su propósito.

He perdido la cuenta de las que, sin que hayan leído lo que he escrito, algunas personas me han hecho observaciones de forma directa e indirecta, y hasta se han horrorizado, pues «cómo es posible que una persona que se dedique a hablar de correcciones e incorrecciones lingüísticas, incurra en errores elementales». Lo curioso es que los equivocados han sido los que han pretendido dictarme cátedra». ¿Por qué? ¡Porque no leen!

Muchas veces he expresado y lo sostengo: no soy catedrático ni pretendo serlo; pero por amor propio he dicho que los casi treinta años durante los que me he dedicado a escribir sobre las impropiedades en el uso del idioma español, me han deparado solvencia y solidez para escribir medianamente aceptable; y además, para orientar a otros a disipar sus dudas. Para escribir bien y hablar de mejor manera, no es necesario ser miembro de la Real Academia Española. ¡Eso deben tenerlo muy claro!

Hace poco fue publicado un texto, supuestamente de la autoría de Daniel Escorza Rodríguez, investigador y académico del INAH, México. Digo supuestamente, porque en estos menesteres, aparte de los sabidillos, están los «especialistas» en atribuirse lo que es de otros. No digo que ese sea el caso, aunque para los efectos de este artículo, lo del autor es irrelevante.

Lo que me inquieta es el contenido y el efecto que ha causado, dado que muchos lo han tomado como patente de corso para legitimar el uso de algunas palabras que son comunes en personas de un bajo nivel de preparación. Para los que no lo saben, INAH es el acrónimo del Instituto Nacional de Antropología e Historia, que «investiga, conserva y difunde el patrimonio arqueológico, antropológico, histórico y paleontológico de la nación (México), con el fin de fortalecer la identidad y memoria de la sociedad que lo detenta». Aclaro que el entrecomillado es mío, y lo usé para indicar que es una anotación textual, con lo cual se verifica uno de los dos usos fundamentales de las comillas. Los paréntesis también son míos.

Según el texto citado, las palabras «haiga», «vistes», «naiden», etc., no se deben tachar como errores gramaticales, dado que «son simplemente formas de hablar que vienen de muy antiguo, y por lo tanto, quienes aprendieron a usarlas, fue porque se originaron en poblaciones donde alguna vez así se habló; era un español antiguo». Eso es cierto y a la vez no lo es; les daré el porqué, y como recomienda semanalmente en su columna el colega y compatriota venezolano Grossman Parra Pinto: «…sigan leyendo».

El hecho de que esas palabras provengan de un español antiguo, es una muestra de que el idioma español evoluciona constantemente; pero no es un aval para que personas con un alto nivel de preparación y con un rol preponderante en la sociedad en la que se desempeñan (comunicadores sociales, educadores y otros profesionales), las usen corrientemente.

Dudo que el uso actual de las mencionadas palabras sea consciente. Sería aceptable que el que las use, lo haga con la intención de causar un efecto; pero si ese no es el caso, entonces es una muestra de descuido, de desconocimiento y de cualquier otro aspecto que deja mucho de qué hablar, sobre todo si el autor es alguien que por lo menos culminó sus estudios de educación primaria.

Nadie podrá prohibir que se diga «haiga», «vistes», «naiden»; pero hay espacios y momentos para hacerlo. Se dice que el ilustre venezolano Andrés Bello escribía «jente» en lugar de gente, y lo hacía a manera de chanza en comunicaciones personales. Me imagino que él estaba seguro de que al hacerlo de manera pública, generaría confusión, y lo que es peor: dudas sobre su erudición, de lo cual nadie en su sano juicio podrá tener un ápice.

David Figueroa Díaz
David Figueroa Díaz (Araure, Venezuela, 1964) se inició en el periodismo de opinión a los 17 años de edad, y más tarde se convirtió en un estudioso del lenguaje oral y escrito. Mantuvo una publicación semanal por más de veinte años en el diario Última Hora de Acarigua-Araure, estado Portuguesa, y a partir de 2018 en El Impulso de Barquisimeto, dedicada al análisis y corrección de los errores más frecuentes en los medios de comunicación y en el habla cotidiana. Es licenciado en Comunicación Social (Cum Laude) por la Universidad Católica Cecilio Acosta (Unica) de Maracaibo; docente universitario, director de Comunicación e Información de la Alcaldía del municipio Guanarito. Es corredactor del Manual de Estilo de los Periodistas de la Dirección de Medios Públicos del Gobierno de Portuguesa; facilitador de talleres de ortografía y redacción periodística para medios impresos y digitales; miembro del Colegio Nacional de Periodistas seccional Portuguesa (CNP) y de la Asociación de Locutores y Operadores de Radio (Aloer).

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