Las barreras arquitectónicas impiden que muchas personas mayores salgan a la calle por problemas de movilidad que, señala Carlos Miguélez Monroy en este artículo de opinión, dificultan su vida social así como el acceso a servicios que no se prestan a domicilio.
Carlos Miguélez Monroy1
Jesús lleva unos 13 años sin salir a la calle por culpa de una discapacidad y porque el edificio en Madrid donde vive no tiene ascensor. Su situación se agrava por problemas en su vivienda y por los obstáculos administrativos que ha encontrado para repararla. Aunque paga un alquiler de renta antigua, su pensión de menos de 400 euros apenas le alcanza para los gastos de él y de la hija con discapacidad de la que se hace cargo.
Maripaz vive en un 4º piso sin ascensor también. Aunque no tiene problemas de movilidad, en los últimos años se le ha deteriorado la vista, lo que le impide, de forma progresiva, salir de casa sin compañía.
Antonia, con 87 años, vive en un 2º sin ascensor. No sale de su casa desde julio por problemas de movilidad. Vive con Antonio, su hijo, que sólo puede caminar con la ayuda de muletas de vez en cuando por un accidente de moto. El Tribunal Médico no le reconoció ninguna discapacidad. Él se encarga de hacer la compra por Internet; una persona del Ayuntamiento acude una vez por semana para hacer algo de limpieza y una vecina les ayuda en lo que puede.
Ésta realidad impide que muchas personas participen en sociedad. Las barreras arquitectónicas son uno de los principales obstáculos para personas mayores con problemas de movilidad.
“Lograr ciudades inclusivas para las personas de edad significa crear oportunidades para su participación económica y social en entornos accesibles y seguros. También implica proporcionar viviendas asequibles y los servicios sociales y de la salud necesarios para que puedan envejecer en sus hogares”.
Ban Ki Moon, secretario general de Naciones Unidas, pronunció estas palabras el Día Internacional de las Personas con Edad que, este 1 de octubre de 2015, tuvo como lema «La sostenibilidad y la inclusión de las personas mayores en el entorno urbano».
Desde Naciones Unidas reconocen la importancia de forjar ciudades sostenibles que promuevan la equidad, el bienestar y la prosperidad para todos.
“Las personas mayores que viven en la ciudad tienen más probabilidades de generar ingresos, tener oportunidades de educación, y acceso a viviendas asequibles, instalaciones públicas y transporte seguro”, dicen.
Distintas organizaciones promueven el voluntariado social como eje para fortalecer las redes sociales de forma que las personas mayores no se conviertan en objeto de beneficencia. La sociedad puede beneficiarse de la riqueza que su experiencia de años supone. Además de paliar situaciones de soledad, el voluntariado puede promover las relaciones entre vecinos y otros vínculos entre personas de distintas edades. Las voluntarias y los voluntarios se convierten así en agentes para dar a conocer la realidad de personas como Jesús, como Antonia y como Maripaz.
Basta con dedicar unas horas a la semana para dar un paseo, compartir conversación o un rato de ocio. El voluntariado social abre la puerta para que las personas se mantengan activas por medio de actividades y valores solidarios. Por otro lado, permite acompañar a personas que viven solas y a denunciar dificultades que tienen para hacer efectivos derechos básicos.
Si bien estos programas refuerzan las habilidades sociales de las personas mayores y las mantiene activas, con frecuencia las personas voluntarias sostienen que este encuentro les aporta incluso más a ellas que a quienes dedican unas horas.
Por otro lado, existe una red mundial, de organizaciones que abren la puerta para que personas mayores y otras personas compartan vivienda.
En el caso de España, se dirige a personas mayores con un alto grado de autonomía que viven solas y que buscan apoyo y compañía en su casa para sentirse más vivas. Por otro lado, se dirige a universitarios que se incorporan al domicilio del mayor en una vida normal mientras progresa en sus estudios y comparte las tareas y los gastos en el domicilio de la persona mayor. Se construye poco a poco una relación de confianza, de aprendizajes compartidos y apoyo mutuo, en una convivencia que solventa problemas de soledad en los más mayores y de alojamiento en los más jóvenes, al tiempo que se construye una sociedad más pendiente de las necesidades y más integradora.
- Carlos Miguélez Monroy es periodista y editor en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)