Rajoy, Toxo, Cándido Méndez, ya tienen su foto

El Señor, esquivo a dar explicaciones públicas, a mantener diálogos molestos, se ha dignado conceder audiencia a algunos de sus vasallos.

Rajoy-Toxo-Candido-Mendez-Moncloa Rajoy, Toxo, Cándido Méndez, ya tienen su foto
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y la ministra de Empleo y Seguridad Social, Fátima Báñez, se reúnen en La Moncloa con los secretarios generales de CCOO, Ignacio Fernández Toxo, y de UGT, Cándido Méndez; y los presidentes de CEOE, Juan Rosell, y de Cepyme, Jesús Terciado.

 

Y éstos, solícitos cortesanos -hemos visto como anteriormente se inclinaban ante el Rey, confraternizaban con empresarios, no dudaban en sentarse a la mesa en que los banqueros manejan, como auténticos grandes de España, el presente de los ciudadanos que en ellos depositan sus dineros y confianza- acudieron, bien vestidos y con maneras educadas como piden las reglas de la ordenada democracia, a la cita. Y las cámaras de las televisiones, los micrófonos de las emisoras de radio, las portadas de todos los periódicos de España, inmortalizaron el momento: Rajoy, Toxo, Cándido Méndez, ya tenían su foto. Se pronunciaron palabras tan vacuas como rituales, que ya se sabe la razón de ser del lenguaje en estos días: lo que importaba era el mensaje gráfico. Luego, ya con menos resonancia, cada cual escenifica el papel asignado en el reparto de la farsa que representan, unos y otros hablan a los suyos de acuerdo al poder que realmente tienen: con prepotencia, cinismo y obtusas palabras el gran Presidente, con demagogia barata en la que ni ellos mismos creen los pequeños cabezas de ratón que creen encarnar la representación de los súbditos, aunque solo se preocupen de sus burócratas asalariados, o de sus afiliados creyentes, muchos bienintencionados, que todavía consideran pueden continuar siendo el motor que mueve la historia.

Y mientras estos trascendentales acontecimientos -la canallesca, que así decían en tiempos pasados, sentenció- se desarrollaban, el incombustible Rubalcaba continuaba mendigando desde sus monótonas tribunas un lugar para él mismo y los suyos, en otra foto similar, con Rajoy, supremo Presidente de las no menos vasallas Españas.

Hoy vivimos bajo una censura, distinta, pero más eficaz, que la franquista

Parece una afirmación arriesgada pero es necesario conceptuar las afirmaciones. Tiempos diferentes, formas de expresión que en nada se parecen, medios de comunicación mucho más expansivos y sugerentes. Hemos pasado de la autarquía del pasado al oligopolio del presente, del caudillismo a las multinacionales. Y la cultura del ocio depende, hoy mucho más que ayer, de la información, espectáculo visual, que de la lectura o la palabra escrita. Por eso la censura es, en nuestros días, más nociva que en tiempos de Franco. Tiene un mayor alcance, resulta más difícil combatirla por el poder de concentración que posee y los métodos más atractivos y al tiempo alienantes que desarrolla en ciudadanos que terminan convirtiéndolos en dogma de fe. No olvidemos que también viene arropada por el espectáculo y la publicidad. En una dictadura fascista como era la franquista, la censura era simplemente brutal, no necesitaba esconderse en subterfugio o disimulo alguno. Contaba con sus periódicos, radios, jueces y tribunales, la Iglesia (ésta siempre, jamás falta a la cita) y la suprema razón de la cárcel y la tortura. En una democracia como la que nos envuelve hoy día, absolutamente corrompida, la censura es sutil y envenena con su melosa opacidad y colorido a todos los ciudadanos, les engaña, e incluso consigue que muchos de aquellos que tienen acceso a la comunicación, la opinión, o la creación, participen en el juego cuyas reglas ella misma marca y delimita, juego que a veces es simplemente para ellos egoista, y otras no duda en utilizar prebendas y corruptelas o sinecuras con lo que llama valores del mercado, de la oferta y la demanda. Censura y autocensura conviven así junto a quienes son silenciados y yacen en el olvido o la marginación porque intentan combatir la estulticia y depravación política, social y cultural en que vivimos. La corrupción, el burocratismo y el conformismo tienen atadas las manos y sellada la boca de los que son considerados opositores -más de carnet que de  pensamiento-. Algunos son simples canallas surgidos del fascismo que solo buscan mediar en las cloacas del poder, otros, como los camaleones, no dudan en cambiar su discurso cuando se necesita para adaptarse a nuevas exigencias políticas. La transición no fue sino una traición en la evolución de una sociedad que intentaba regenerarse del pasado y no instalarse cómodamente en un puesto, por ínfimo que fuese, de las covachuelas del nuevo poder surgido del franquismo que iba a blanquear -con algunos logros sociales, culturales y humanos que no dejan día a día de perderse- el presente.

Por eso, aunque nos repitamos -nunca se repite uno cuando frente a tanta verborrea y discursos vacíos de contenido esgrime conceptos y dudas verdaderamente existenciales- no podemos por menos que volver a denunciar esa censura y ese conformismo, con palabras de Albert Camus: Una época que, en 50 años, desarraiga, avasalla o mata a setenta millones de seres humanos (habla de Europa: España aportó su alta cuota de víctimas a ese genocidio) debe solamente, y ante todo, ser juzgada (…) Si el asesinato tiene sus razones nuestra época y nosotros mismos somos la consecuencia. Si no las tienen, vivimos en la locura, y no hay más salida que la de encontrar una consecuencia o desistir (…) El sentimiento de lo absurdo cuando se pretende  ante todo extraer de él una regla de acción, hace el asesinato por lo más indiferente y, por consiguiente, posible. No siendo nada ni verdadero ni falso, bueno ni malo, la regla consistirá en mostrarse el más eficaz, es decir, el más fuerte. Entonces el mundo no se dividirá ya en justos o injustos, sino en amos y esclavos- Debemos -instalados en la actitud absurda- prepararnos para matar, dando ese paso a la lógica por encima de los escrúpulos.

Y para los que callan ante la censura o prefieren autocensurarse, recordar estas otras palabras de Camus: La rebelión es el acto del hombre informado que posee la conciencia de sus derechos.

¿Cuántos intelectuales, hoy en España, comprenden y son consecuentes con estas justas palabras?

Porque los más prefieren no «acosar» con sus palabras o actos, a los herederos del franquismo, tengan el aspecto que tengan y empleen el lenguaje que empleen -mentir cien veces y usurpar el sentido auténtico de los conceptos de que se valen para desvirtuar el lenguaje y vaciar el pensamiento crítico de sus receptores o la capacidad de reacción ante los auténticos métodos y procedimientos legislativos o represivos que emplean, única función que como políticos les es encomendada por los gobernantes económicos, nacionales o trasnacionales-.

Blesa y sus millones y los acosados acusados

Otra vez la farsa. Uno de ellos, de los acosadores del pueblo español, es detenido. Ni más ni menos culpable que decenas de terroristas económicos de los que siguen su caminar por el nepotismo y la más salvaje explotación capitalista de los tiempos modernos. ¿Detenido? Unas horas. No tarda en ser puesto en libertad. Otras horas. Para ello ha de depositar una fianza de 2 millones y medios de euros (Solo algo más de 400 millones de pesetas) ¿Cuánto tardan «los suyos» en encontrar ese dinero? Unas horas. El tiempo que necesitamos nosotros para buscar algún billete para costearnos un bocadillo. ¡Pero qué sacrificio el de estos personajes excelsos para algunos, corruptos explotadores para otros, que han de sacrificarse unas horas con molestias imperdonables! Tanto le debe suponer a la sacrosanta banca, que el juez que lo ordenó no tardará en pasar al limbo. Y mientras, la Audiencia de Barcelona ha procesado a casi medio centenar de personas acusadas de «acosar»! a los políticos de la muy honorable e independiente Generalitat, con Mas a la cabeza, que hasta tuvo que usar un helicóptero para asistir a su reunión no fuera a ser que recibiera algún insulto en su bien cuidada y cínica sonrisa. Y para cada uno de estos terribles «acosadores» se piden más de cinco años de cárcel.

Horas, años, millones, céntimos, «amos y esclavos» que dice Camus

Y alguien se pregunta en voz alta, no demos su nombre, que los pensamientos son pruebas de delito: ¿cuándo el que escribe o habla planteará la necesidad no solo de denunciar, sino de arrinconar hasta hacerlo inviable el falaz sistema democrático en que vivimos? Reflexionar en voz alta afirmando que partidos, parlamentos, instituciones religiosas, económicas, jurídicas, sindicales como las vigentes, son inviables para los ciudadanos que no se resignan a ser esclavos. Son los ciudadanos conscientes quienes deben ocupar los escenarios en que se desarrolla su historia, desalojando de ellos a los que los han usurpado, desmontar la farsa e impedir que la acción de lo que ha de ser mayoría pueda ser silenciada por la minoría, aunque ésta posea los más poderosos medios de comunicación, porque también los medios de comunicación, si la mayoría se opusiera colectivamente a su función al servicio del poder, no podrían alimentarse y vivir sin su concurso.,

Andrés Sorel
Escritor, nacido en Segovia durante la guerra civil. Fue corresponsal de Radio España Independiente entre 1962 y 1971 y dirigió en París la publicación Información Española. A la muerte de Franco regresó a España y colaboró en diversos periódicos y publicaciones de izquierda, entre los cuales destaca la fundación en 1984 del diario Liberación. Ha sido durante muchos años secretario general de la Asociación Colegial de Escritores de España, y director de la revista República de las Letras.

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