Conocí a Cortázar más telefonicamente que en persona. Había llegado a París a fines de los 60 con una beca y una carta del pintor Luis Seone. Lo llamé por teléfono para entregársela y ese hecho creó una especie de ritual telefónico. Le agradaba saber de sus amigos pero estaba en una nueva relación con Ugné, a quien luego conocí, y para el escritor, los recuerdos del pasado lo incomodaban.
Sin embargo, me preguntaba sobre Buenos Aires, lugares, nombres, gente, amigos, hacía años que vivía en Europa y recordar Argentina le gustaba. Me pedía que lo llamara y así lo hacía. En cada llamada, volvía a evocar Buenos Aires, como algo lejano y a la vez ensoñando.
Yo había sido alumna de Borges en la Universidad y recordar a Borges y la Facultad de Filosofia y Letras le agradaba mucho, me contó que Borges le había publicado su cuento Casa Tomada y yo le conté que en la Facultad habíamos analizado su cuento, eso, le agradó considerablemente.
También hablamos de cine, aunque no había visto ninguna de mis películas, sabía de algunos actores y era amigo del director Manuel Antin, quien realizó su cuento Cartas a Mama, en cine, con el nombre de La cifra impar, un film memorable que a Cortázar le gustaba especialmente. Me comentó la diferencia entre escribir un guión y escribir una novela o cuento, que el cine lo atraía mucho y esa experiencia con Antin lo había entusiasmado.
Finalmente lo encontré en algunas recepciones en París y la carta se la mandé por correo a la dirección que me indicó. En ese entonces, su vida habia dado un giro muy grande, viajaba mucho, era un escritor estrella y su interés sobre la política latinoamericana se acrecentaba.
La vida quiso que conociera a su segunda pareja, de la que fui amiga: Ugné Karvelis, directora de una importante editorial francesa y gestora de una idea muy interesante, la creación de la Casa-Museo de Cortázar, en París, con la obra y la colección de cuadros de Julio. Viajó con ese fin a Buenos Aires donde traté de ayudarla en su gestión, segun ella me contaba, esta idea tenía el apoyo de André Malraux pero no logró consolidar el apoyo argentino.
Tuvimos charlas muy bonitas en los cafés de Buenos Aires, entre citas y entrevistas o paseos por la ciudad. Se sorprendía que Cortázar nunca le hablara del Río de la Plata, siendo tan majestuoso: “los argentinos parecen darle la espalda a su rio”- me decía. También me comentaba la pasión de Cortazar por el jazz y la melancolía por el tango, y como en la vida de Cortazar aparecían los recuerdos infantiles y adolescentes de un Buenos Aires que ella no podía reconocer en este viaje. Con cierta tristeza, pensaba que el encuentro de Cortázar con Carol Dunlop, su segunda esposa, fue, de alguna manera, el enamoramiento con la muerte.
Ugné me pedía que le leyera fragmentos de la obra de Cortázar mientras ella me grababa. Recorrimos parte de la obra de Cortázar y aprendí a conocer otros aspectos mas sociales y políticos del autor, aspectos que Ugné había impulsado considerablemente. Me hablaba de ese cambio en la vida del autor, de los viajes a Cuba, Nicaragua, Chile, la preocupación por los derechos humanos, de esa etapa de politización de Cortázar. Yo insistía en la literatura, en el equilibrio suicida de sus narraciones entre la realidad y la irrealidad, en la magia de Rayuela, en el humor de los cronopios y en ese hechizo que produce su prosa poética, algo que Ugné admiraba sinceramente.
Nos carteamos un tiempo, la ayudé en una gestión de derechos de autor de Cortázar, pero al consultar el abogado de Argentina, poco se podía hacer frente al testamento que Cortázar habia dejado al morir. Luego volví a verla cuando se iba a Lituania, su tierra natal y donde fue nombrada Ministro de Cultura.
Se agolpan estos recuerdos y mis lecturas del escritor argentino, al cumplirse cien años de su natalicio en Ixelles, el 26 de agosto de 1914. Actualmente, cuando estuve en Argentina, fueron varios los homenajes, entre ellos el tributo en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires y la performance de la artista plástica argentina Marta Minujin, quien realizó una serie de Rayuelas gigantes en los alrededores del Museo Louvre, en Paris, acompañada de los pintores argentinos Antonio Seguí y Luis Tomasello. Fundió en color y forma ese extraño mundo lúdico de Cortázar, ese mandala intelectual que se desbordaba en una prosa envolvente, en situaciones absurdas y en juegos cercanos al surrealismo.
Sus libros son el mejor regalo que pudo dejarnos: Bestiario, Final de juego, Último Round, Historia de Cronopios y Famas, Rayuela, entre pensamientos sobre literatura y causas sociales, poesía y prosa, narración y cine, una obra vasta, innovativa, que abrió perspectivas a la literatura latinoamericana y que comenzó tempranamente, en la juventud de su natal Argentina y que lo acompañó toda su vida, porque la literatura fue su pasión y su razón de ser.
Enlaces.