Reflexiones acerca de la psicología genocida

Enigmática y paradójicamente, subyacen a la presencia histórica del genocidio las palabras «nunca más», esta vez sí, esta vez sí, a modo de epitafio que aspira a zanjar definitivamente la cuestión, e impresas y automatizadas como irreflexiva respuesta en el subconsciente colectivo de la humanidad.

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n la imagen un osario de Siem Reap (Camboya) con víctimas del genocidio de los Jemeres Rojos

Las siniestra ironía del «Arbeit macht frei» de Auschwitz se proyecta sobre los visitantes como una sombra agorera, lejana, hija ilegítima de un pasado indigno de ser recordado, tal y como los osarios de víctimas anónimas de Ruanda o como la mirada aterrorizada de los retratos que aún cuelgan de las paredes de S-21, la prisión de los Jemeres Rojos en que las víctimas, antes de ser torturadas lentamente hasta que la muerte acudía en su rescate eran fotografiadas por las razones que esgrimía un estado paranoico.

Los oxidados, tétricos y sombríos eslabones históricos del ser humano se ciernen por doquier en cualquier geografía que éste haya frecuentado, ya sea en pasados lejanos o cercanos, encadenándose hasta habitar hostigando con su presencia en su presente, como un elemento recurrente, difícil de escindir de lo «humano», apologeta del «Soy humano y nada delo humano me es ajeno» de Publio Terencio.

La ironía radica en su pretensión de olvido, en la recurrente aspiración de sepultar un oscuro y repulsivo pasado «para que ya no se repita nunca más» y en la creencia de que esta vez (sí) se habita en una cotidianeidad totalmente ajena y aséptica a la alienada putrefacción de aquel pasado hoy por fortuna tan aparentemente lejano. El debate que se plantea es el de zanjar de raíz la cuestión y el de afirmarse categóricamente en un «esta vez no y la siguiente vez tampoco»; la masacre indiscriminada de seres humanos por parte de otros seres humanos se va a seguir repitiendo en nuestra historia (a pesar de).

El genocidio es una parte constituyente del Homo Sapiens, y su ausencia se delata hoy por hoy como la frustrada aspiración de cualquier ser humano más evolucionado que el resto de la sociedad mecanizada que le rodea; mientras en la humanidad no se manifiesten unas pautas evolutivas de empatía para con el otro, no existirá monumento ni museo de los horrores alguno que le pueda dar sepultura en el baúl de los olvidos ni impedir que sus zarpas continúen cercenando las vidas de los más vulnerables.

Etimológicamente, el término procede de la conjunción del término Griego génos (γένος) (tribu, gente, familia) y cide del Latín (occidio queriendo decir masacrar, exterminar). Expuesto de manera explícita, cruda y sin embargo objetiva significa la malévola barbarie de un asesinato con premeditación, crueldad y alevosía llevada a cabo por un grupo de seres humanos hacia otro grupo de seres humanos.

El comportamiento genocida no surge de súbito, sino que solapada, astuta y paulatinamente se infiltra empapando los tejidos elitistas que ostentan el poder de la sociedad, emperejilándoles con el hacer de que se sientan diferentes al resto, con el hacer de que rezumen el que cumplen un objetivo para el que solamente ellos se hallan elegidos.

Se trata de una vieja historia y que nunca está de más el recordarla, sobre todo para que cuando vuelva a repetirse, aquellos a quienes no les sea ajena, sepan identificar su comportamiento antecedente, su prognóstico y aquellos comportamientos alternativos que pudieran atenuar el apocalíptico fragor de su inercia.

Es el genocidio hijo de la diferenciación, de la fragmentación social en los unos y los otros. Unos son herejes, otros son creyentes, unos son Vrag Naroda (los enemigos del pueblo de la Union Soviética de Stalin), otros son los fieles al partido, unos son Tutsis, otros son Hutus, unos son aborígenes Australianos, otros son colonos blancos, unos son del eje del mal, otros son los que les van a aportar su valores «civilizados», unos son los portadores elegidos de una justicia derivada de una democracia globalizadora impuesta a base de sangre y otros son los incrédulos recipientes de su barbarie.

Por supuesto, esta diferenciación no ocurre espontáneamente, sino que antecede una deshumanización progresiva del prójimo. Al hereje poseído que va a arder en la hoguera se le corta el labio superior para que al dejarle así expuesto se le vea mas diabólico, a los judíos hacinados no se les permite lavarse para que huelan mal como una prueba de su inferioridad, el oficial SS que les grita a las puertas de la cámara de gas para que entren más rápido rehúye mirarles a los ojos para no adivinar en ellos la semejanza de su humanidad y la suya, el negrero hacendado sureño habilita una cuadra para que sus esclavos («no humanos») convivan con el ganado, o el caído en desgracia ante sus compañeros del partido en la antigua Unión Soviética es inmediatamente repudiado como «enemigo del pueblo» y ejecutado con un tiro en la nuca para ser arrojado a las turbulentas aguas del Neva.

En un presente en que la brecha entre las clases sociales se ha llegado a polarizar tanto en que las clases medias parecen destinadas a desaparecer, se hace imperativo recordar las enseñanzas de la historia, porque es muy posible que ese pequeño porcentaje de la humanidad que ostenta la mayor parte de las riquezas y los recursos del planeta pueda tener o estar en el camino de tener una agenda e ideología propia, propia de los «elegidos»; solamente así es posible entender la absolutamente despreocupada indiferencia de esas clases desmesuradamente privilegiadas hacia sus congéneres que se debaten en la pobreza extrema o en la esclavitud de una deuda creada artificialmente por los artífices de los mecanismos financieros.

Entre tanto, al pueblo se le mantiene en la ignorancia, ensimismado en las redes sociales, prisionero de su teléfono móvil, partícipe de programas televisivos carentes de relevancia o imbuido en la defensa de su equipo deportivo favorito. Solo de esta manera es posible que entre las ovejas se pueda colar el lobo con piel de cordero y permitir su presencia sin que ninguna emita la alerta.

Solamente a un pueblo aturdido se le puede engañar contándole tonterías acerca de una crisis inventada para favorecer los intereses de los más ricos utilizando un confuso batiburrillo desbordante de datos económicos carente de toda lógica y cuyos resultados se reflejan en la reciente y masiva transferencia de capital por parte de los menos privilegiados a las elites que ostentan el poder o en la simple observación de que , consecuente al empobrecimiento de unos sucede el enriquecimiento de los otros.

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