El jurado del Premio Princesa de Asturias de las Letras ha concedido el galardón de este año al escritor norteamericano Richard Ford por una obra “que se inscribe en la gran tradición de la novela americana del siglo XX”.
“El cuidado detallismo en las descripciones, la mirada sombría y densa sobre la vida cotidiana de seres anónimos e invisibles –dice el acta del jurado- conjuga en la desolación y en la emoción de sus relatos. Todo ello convierte a Ford en un narrador profundamente contemporáneo y, al tiempo, en el gran cronista del mosaico de historias cruzadas que es la sociedad norteamericana”.
El hombre medio americano
Richard Ford fue para mí uno de los descubrimientos literarios más gratificantes cuando a finales de los noventa leí “El día de la independencia”, cuyo protagonista Frank Bascombe lo había sido también de su novela hasta entonces de más éxito, “El periodista deportivo”.
Con frecuencia, los medios nos advierten de la aparición de la nueva gran novela americana, una etiqueta utilizada habitualmente para vender mejor la obra literaria de un autor estadounidense desconocido. No recuerdo si este tratamiento se le dio a alguna novela de Richard Ford, pero de haber sido así no habría sido una exageración. La obra de Richard Ford es una de las más sólidas e innovadoras de la literatura anglosajona del último medio siglo.
Richard Ford (Jackson, 1944), hijo de una familia de clase media baja, tuvo una adolescencia difícil después de la muerte de su padre, en la que se mezcló en todas las peleas de barrio y llegó a cometer pequeños delitos como robos de coches. Después de su paso por la Universidad para estudiar Derecho decidió hacerse escritor tras un curso de redacción literaria en la Universidad de California.
En sus primeras novelas “Un trozo de mi corazón” y “La última oportunidad” ya apuntaba maneras, pero para vivir necesitaba de unos ingresos fijos que buscó en la práctica del periodismo deportivo en la revista “Inside Sports” hasta su cierre. Esta experiencia le sirvió para escribir la novela que lo llevaría al éxito literario en 1986, “El periodista deportivo”, en la que, entre la realidad y la ficción, cuenta el dolor de un periodista fracasado tras la muerte de su hijo y su itinerario para encontrar la felicidad.
Algunos críticos incluyeron “El periodista deportivo” en la nueva narrativa americana del llamado “realismo sucio”, que estaba causando furor en América con Breat Easton Ellis y Raymond Carver, aunque lo que reafirmó su obra en esta etiqueta fue una recopilación de cuentos que publicó con el título de “Rock Springs”.
Frank Bascombe, el protagonista de “El periodista deportivo”, lo fue también de “El día de la independencia”, con la que ganó los Premios Pulitzer y Faulkner y se situó entre los mejores escritores de la nueva generación americana.
Richard Ford continuó dando el protagonismo de sus novelas a Bascombe con “Acción de gracias”, que publicó en 2006 y en las novelas cortas del ciclo “Let me be Frank with you”, aunque cambiando su profesión (de periodista a agente inmobiliario) y manteniendo su residencia en Nueva Jersey.
“Acción de gracias” cierra una trilogía que termina con la muerte de su protagonista, a quien le diagnostican un cáncer de páncreas. Con él se muere también una América que ya no será la misma después de los sucesos del 11-S.
Con “Canadá” (2013) el protagonista ya es Dell Parsons, alguien que busca un refugio fuera de su propio país para superar una experiencia negativa en Montana. Se trata de un canto a la esperanza en forma de la búsqueda de una segunda oportunidad.
El pasado mes de diciembre Richard Ford pasó por España para presentar su última novela, “Francamente, Frank” (título en español de “Let me be Frank with you”), por eso el narrador vuelve a ser Bascombe.
El secreto del éxito de las novelas de Richard Ford está en describir la vida monótona y sin grandes acontecimientos de un personaje que pudiera ser cualquiera de sus lectores.
Bascombe es un vendedor que trabaja para una inmobiliaria, que se casa y se divorcia y tiene varios hijos, que pierde a uno de ellos sin que llegue a recuperarse nunca de este trauma y que, entre la soledad y un cierto desarraigo, es testigo de los acontecimientos que se producen a su alrededor y en los que no puede intervenir, de la misma manera que lo hace un americano medio en el tránsito entre los siglos XX y XXI.
