Defensora de la paz, de la justicia y del pensamiento crítico, Ursula K. Le Guin se marcha a los 88 años. Atrás deja un legado lleno de misterio, ficción e ilusión, de eso que nos permite, si la releemos, encontrar en la fantasía; en su fantasía, aquello que tiene que ver con la vida.
Finalista del premio Pulitzer en 1997, un logro inaudito para una escritoria de fantasía, criticaba todo lo que tenía que ver con lo comercial y los llamados bestseller. Ganó el premio honorario nacional del libro en 2014 con 84 años cumplidos y fue premiada con los premios Hugo y Nebula; principales galardones de la categoría de ciencia ficción. También obtuvo la medalla Newbery; máximo galardón de la literatura infantil de Estados Unidos.
Para ella, escribir y publicar era sinónimo de libertad; no de recompensa ni de ganancia por vender más y mejor. Sus obras más conocidas fueron los relatos de Terramar que vendieron millones de copias en todo el mundo y fue traducido a 16 idiomas. Ursula hablaba para los jóvenes del mundo; para los niños a los que les dedicaba cuentos y también sedujo con sus letras en forma de ensayo o poesía a los padres que la seguían indicutiblemente. Amor, confianza, libertad; siempre libertad.
Un icono literario; una mujer que quizá en otro tiempo hubiera sido algo más de lo que hoy es. Su nombre significa libertad ciertamente; su pensamiento, ahí queda y en sus letras, siempre encontraremos el sentido de la vida en la ficción; esa que nos permite alejarnos por un momento de este mundo; de este tiempo; quizá de la sinrazón contra la que ella desde su humildad y su máquina de escribir, luchó.
Gran madre y mejor amiga, sus conocidos la recuerdan en este enero que no nos deja indiferentes. Ursula, como cita el New York Times, trajo la elegancia de la literatura y la sensibilidad de una mujer a la ciencia ficción y a los relatos de fantasía; dibujó millones de lectores de todo el mundo.
Acaso eso, tan solo eso, descanse en paz.