Como dice el narrador en la presentación de esta historia descabellada, en los cuentos de hadas todo es posible y, en todo caso a quien le importa en Estados Unidos.
En esta primera secuela de Ted –anti-fábula que en 2012 consiguió una más que destacada aceptación entre freeks, amantes de comic-con y algunas otras especies marginales, no descarto que haya nuevos intentos de resucitarle-, el osito vuelve con una exigencia por lo menos novedosa: necesita que la justicia le legalice como “persona” para, a falta de pene (órgano del que siempre carece este tipo de juguete) aunque evidentemente dotado de testosterona, poder acceder con su novia a la inseminación artificial.
En realidad se trata de su mujer, porque previamente hemos asistido a una boda religiosa entre la exuberante Jessica Barth y el muñeco que tiene sentimientos y habla (de forma muy procaz y bastante soez). Los tribunales ya han emitido una primera sentencia declarando que Ted es una “propiedad”, un bien material exactamente igual que un mueble o una camisa (debería decir unas bragas, para estar a tono con el lenguaje de la película).
En realidad, es precisamente el lenguaje lo que convierte a este cuento infantil –con el mismo guionista y director que la primera parte, Seth MacFarlane, y el mismo protagonista humano, Mark Wahlberg, el amigo inseparable del osito de peluche, el que un día deseó que su juguete se convirtiera en un auténtico compañero de juegos, y lo consiguió, en un divertimento para adultos.
Al reparto inicial se suman en la secuela la guapa Amanda Seyfried, interpretando a la bogada que va a defender al muñeco ante el juez, y el veterano Morgan Freeman, en el papel de un famoso defensor de los derechos civiles. Porque, desde el punto de vista del guionista, estamos ante una película que defiende los derechos de una minoría muy particular, “la de los osos de peluche obscenos y enganchados a un porro de la noche a la mañana”: el objetivo, y el logro del abogado-activista, es demostrar que un oso de peluche, enganchado a la cerveza y la marihuana, tiene los mismos derechos que cualquier otro estadounidense enganchado a la cerveza y la maría”.
La opinión más generalizada entre la crítica de Estados Unidos, donde primero se ha visto esta película definida como de un humor “contracultural y grosero” hecha, con “chistes viejos por debajo de la cintura”, por “chicos blancos petulantes para chicos blancos petulantes”, es que “todavía es muy pronto para decir que MacFarlane no debería hacer cine, es muy joven, tendrá otras oportunidades…”