XI legislatura en España: entre todos la mataron

Y ella sola se murió, digo la undécima legislatura, la más corta de la democracia. Según el PP, la culpa es de Sánchez; según el PSOE, la culpa es de Pablo Iglesias; según Podemos la culpa es de Felipe González y Albert Rivera y según C’s la culpa es de todo el mundo menos yo.

Todos sabemos que la culpa de que no tengamos gobierno es, fundamentalmente, de los jefecillos de cada formación que han puesto por delante de los intereses nacionales sus plumas multicolores y las que dice el alcalde que el pueblo no sé qué.

Hay cuestiones no menores que han influido en el reparto de escaños: por ejemplo, la circunscripción electoral provincial ya que si fuera única, nacional, lo mismo valdría un voto en Zarzaquemada de la Hoya que en Goiuri-Ondona y tendríamos gobierno porque se habrían puesto de acuerdo sí o sí con los mismos votos contados cabalmente. O el peso de la barrera porcentual de votos en la provincia que hace casi imposible que un tercer partido entre en liza; o la pérdida infamante de casi dos millones de sufragios que habiendo sido emitidos desaparecen en el limbo de la ley electoral, cosa que sería simplemente distinta con un reparto de escaños basado en cualquier propuesta matemática sensata –que me perdonen los herederos de Víctor d’Hont, pero este hombre sabía mucho derecho y poca estadística- y ya no digamos si las listas fueran abiertas: algunos se asustarían de que Errejón, Soraya o Iceta obtuvieran más apoyo que los capos del cartelón.

Ahora vamos a otra convocatoria. Si votar es una fiesta, los españoles empezamos a votar por encima de nuestras posibilidades: oigo aquí, allá y acullá que el problema son los 170 millones de euros que costará la nueva jarana: me parto la caja, sinceramente, con todo el PP en los Panama Papers –los que no están ahí van ya caminito de la trena, ay que pena, con un desfalco mancomunado que alcanza ya niveles de PIB de país tercermundista-, muchos de los capitostes que en España han sido –el hundidor de PRISA, el comisionista de Irak, el amigo de Repsol, el comisario europeo, la hermana del rey jubileta…- y muchos que ni habiéndolo sido se dan postín paseando el Süddeutsche Zeitung con su nombre en la portada por más que si de inglés andamos justitos por estos andurriales, no quiero ni contarte cómo vamos de alemán.

En fin, alguien que conocí de joven ha sido suspendido a divinis por el mismísimo ministro y ya no puede seguir haciendo de notario ladrón y a cada paso que doy voy viendo que muchos de los ennoblecidos en la vida hispana coetánea reflejada en Sálvame o el Hola no son más que chorizos con trajes caros.

Se lleva alardear de tener una off shore porque “si tú pudieras también tendrías una y pagarías menos impuestos”, Bertín –ya tienes edad para que te llamen Norberto por más que el nombre es feo con ganas- Osborne dixit; vamos, que eso de pagar impuestos está bien pero escaquearlos está mucho mejor.

Entiendo el dilema del contribuyente, claro: si puedo hacer esto y aquello y lo de más allá y luego compro esta empresa, vendo aquella otra, me hago con la calle serrano, construyo dos hoteles en Castellana y me refugio en la casilla de Suerte a la espera de los tres turnos sin tirar que pasaré en la cárcel –Mario Conde, Bárcenas, Barnad, Diaz Ferrán, Granados, Iñakín, Mata-, en apenas unos añitos incluidos los que pasaré en el trullo –no importa, será breve y leve: soy amigo íntimo de la jueza Prado Torrecilla, a partir de ahora jueza Prado Chaletazo- saldré como un probo ciudadano, forrado hasta el corvejón e incluso bienvenido en cualquier TDT filofranquista, photocall con rubia tetona o programa presentado por Jorge Javier Queásquez.

Sí, vamos hacia la legislatura XII, par y falta, en la que los corruPPtos parece que volverán a ganar –habida cuenta de las dimensiones del listado Mossack/Fonseca deben estar casi todos los siete millones de votantes del PP. Aquí es de aplicación otro refrán para cerrar con broche de oro: dime con quién andas y te diré quién eres.

Manuel Pascua
Analista político y económico. Mis armas son las palabras y mi razón mis convicciones. Me gustan los números y la economía a la que, sorprendentemente, hasta entiendo. Sé que hay otros caminos para nadar las aguas negras de la vida y que el que nos imponen -comer basura, tragar inquina y vaciarnos los bolsillos- es el resultado de mezclar ineptos gobernantes con espabilados banqueros. Soy filólogo, soy letraherido y he vivido en Suiza, en Inglaterra y en Colombia. En España he vivido en Barcelona, en Madrid, en San Sebastián y en Cádiz y mi alma y mi carácter son castellanos: seco y claro, aunque con un sentido del humor ácido y las más de las veces corrosivo cuya primera víctima soy yo y la segunda la realidad estrambótica que me rodea. Mi ley es la opinión y prefiero construir a destruir, sumar a restar, el ruido al silencio, la furia a la calma del camarón dormido en la corriente. Amo nuestro siglo de Oro y no creo que otro mundo sea posible: estoy absoluta y completamente seguro de que es así.

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