Una semana en Córcega, la película que dirige Jean-François Richet, con François Clouzet y Vincent Cassel al frente del reparto, pone el acento en algo que bien podríamos llamar la tontería vacacional en un entorno paradisíaco, y a riesgo de parecer moralista, dado el tema, tengo que decir que la encontré exasperante y aburrida.
Dos generaciones juntas, dos hijas con sus respectivos padres, ambos separados. Y lejos de lo que pudiera esperarse en este entorno y en este contexto, se lía gorda. Estamos en el paraíso, ya verás cómo llega alguien y lo estropea. Así es. También podía haberse titulado Dos padres perfectos, parodiando aquella de Anne Fontaine sobre el incesto titulada Dos madres perfectas, pero no, aquí sólo es un padre el que flaquea y no precisamente por iniciativa propia.
Pero a lo que iba. Es tan repugnante la imagen del adulto que, borracho, se deja seducir por una menor, y que luego es incapaz de salirse del atolladero (ella es una manipuladora de cuidado y la hija de su mejor amigo). Porque no es que ella (Lola Le Lann) se enamore, sino que todo sucede porque ella se aburre y tiene ganas de provocar y de jugar y de crear situaciones comprometedoras.
Para ella es un juego y un capricho, y él es incapaz de resistirse y salir de la trampa por sus propios medios. Le tienen que sacar otros -un jabalí, una escopeta de caza, los arrebatos de locura de su mejor amigo-, he ahí el motivo de la desesperación y el hastío como espectadores.
Bien está que es amigo del padre de la criatura y, en calidad de tal, está allí en la Isla de Córcega pasando una semana de vacaciones en la casa familiar, pero… Es el papel que interpreta Vincent Cassel (El monje), que aquí parece más bien un «monje bobo».
Y qué decir del padre de «la deshonrada». Cuando por fin se aclara todo y el aplazado escándalo estalla, las ganas de abofetear se van derechas hacia ese padre que ha soportado todo el enredo vodevilesco junto a sus trofeos de caza mayor y sus rifles apuntando amenazadores, sin «enterarse» de lo que pasaba con su hija. De manera que cuando por fin entona el llanto por su honra perdida, parece que están todos «pasados», y los diálogos con terceros donde expone sus cuitas de mal padre, ansioso de vengar a su pequeña, crispan los nervios y sólo se sostienen porque es François Clouzet quien los declama. Sólo él puede mantenerse en ese pedestal sin venirse abajo. Su pelo ya no da más de sí y ni el viento de la preciosa Córcega puede agitarlo un poco más.
Tal parece que la película esté financiada por Turismo de Córcega, ya que todo transcurre en un entorno de ensueño con playas paradisíacas, aguas azules de postal en las que la canción francesa facilita y anima la navegación y unos acantilados a los que sólo llegan las águilas. Las casas solariegas, que permanecen cerradas durante todo el año, se abren en verano a sus moradores e invitados para iniciar desde allí jornadas de caza y pesca, buceo… Pero en este entorno aparecen también las discotecas, y sus desmadres favorecen la proliferación de experiencias como esta que se nos narra y que no sé si llamar «realista», donde todo se mezcla y nadie es lo que parece. Y a la cabeza de la confusión, las adolescentes.
Ejemplo de bondad, la hija del seducido y arrastrado (Alice Isaaz) a la que, entre su padre y su mejor amiga, han arruinado las vacaciones y que no cae, sin embargo, en la venganza,. Y no sólo no se le ocurre sino que es incapaz de delatarlos con una rabieta.
Leo que la película es un éxito arrollador en Francia y que quieren consagrar a la seductora en este papel, como si fuera la consagración de la primavera en las jóvenes de ahora.