Abu Dhabi, viernes 21 de junio de 2013
Tiempo. Me falta tiempo. En viajes de estas características siempre se necesita más tiempo. Tiempo para pasear, para detenerse a mirar, a descubrir lo que a simple vista no se percibe. Para hablar con la gente que se mueve por la calle, para “perderse” y que nadie te encuentre hasta que tengas esa historia que te gustaría contar.
En el “día libre sin programa” estamos invitados a una comida tradicional en la sede del Ministerio de Cultura. Es festivo y se nota en la calle. También en el salón donde estuvimos hace dos tardes y que diariamente se utiliza a las cinco para tomar el té con el ministro, Mr. Nahyan Al Mubarak. No hay sitio. Se dan cita casi cien invitados. Llegamos puntuales, antes de la una. Acabamos de sentarnos cuando todo el mundo se levanta para seguir a la máxima autoridad. Cruzan la puerta y salen al exterior. Toda la comitiva, menos algunos occidentales. Los acompaño.
Recorren los jardines del ministerio a pie. Son una treintena, entre ellos algunos representantes de países árabes. Pido permiso. Los sigo, yo solo. Nuestro amable anfitrión se queda en el ministerio. Quiero captar esas imágenes. No tengo ningún problema. Atrás queda una colección de más de veinte automóviles. El ministro con sus acompañantes sale a la calle, todos caminando, charlando afablemente.
¿Policía, seguridad, guardias en la puerta de entrada, acompañándoles? Nada.
Para nosotros sería inaudito e increíble. Un ministro, dos embajadores extranjeros y personalidades locales y extranjeras caminando por la acera, sin prisas, sin escoltas, sin apartar a empujones al periodista, a pesar de que se pone junto a ellos para captar el momento. Estoy trabajando por eso puedo “pasar delante del ministro” y de sus dos invitados principales, que caminan en paralelo. El resto les sigue. Recorren tranquilamente más de cien metros hasta llegar a su destino, una mezquita cercana.
Continúo delante, detrás, con ellos hasta que entran en el interior del templo, donde ha comenzado el rezo y se congregan cerca de quinientos hombres. Cada uno ocupa su sitio, el que puede. Allí no se reserva espacio para nadie. Lo compruebo porque no me quedo fuera. El calzado en la puerta. Nadie me prohíbe la entrada, ni me señala, ni me increpa a pesar de que llevo la cámara en la mano. Solo importa escuchar las palabras del imán y rezar. No utilizo la cámara, por respeto, igual que no lo haría en una iglesia católica.
El ministro y sus acompañantes se pierden entre los fieles durante más de media hora. Observo a Mr. Nahyan Al Mubarak entre dos chavales que también salen de la mezquita, junto a todos los fieles. Recuperan su calzado de donde lo han dejado a la sombra, resguardado del implacable astro rey. Sin prisa pero sin pausa. Nadie muestra especial interés por el ministro. Cada uno sigue su camino. Nosotros el de regreso al ministerio, por la acera, sin prisas, sin miedo.
Ahmed me explica, sentados a una mesa en forma de u, el “menú tradicional”, que llena los manteles. Aperitivos y varias fuentes grandes llenas de arroz, con frutos secos cocinados y carne, de cordero en algunos sitios y de camello en otros. Me advierte. “Aquí no es como en España, que sabes cuando te sientas a comer pero desconoces a qué hora vas a terminar. El que habla mucho se queda sin comer”. Pocas voces en el salón, entonces. La comida dura 20 minutos. Después, el ministro, flanqueado en la mesa por los embajadores de Alemania e Irak y por diplomáticos del Reino Unido y Egipto, además de autoridades locales, se levanta. La comida ha terminado. Ahora todos pueden volver con sus familias para disfrutar del fin de semana.
Nosotros hacemos lo propio, pero sin familias. El Beach Rotana Hotel, mi cuartel general, me espera con un numeroso grupo de trabajadores cuidando de que no les falte ningún detalle a los clientes. Trabajadores, todos, de fuera de Emiratos. Como los que vemos a diario, bajo el sol, que evitan en todo momento que se pueda ver suciedad en las calles de esta ciudad, Abu Dhabi, y en las otras que hemos visitado, y que conforman unos Emiratos en constante construcción. Levantas la mirada y mires donde mires verás grandes grúas en lo alto de los edificios o a pie de calle, en puentes y calles.
Espero que los rascacielos que veo desde mi balcón cambien poco a poco de color. Se tornen verdes con el reflejo del agua a sus pies a media que el sol se pone, dando paso al brillo que emiten los millones de luces que pueblan la ciudad.
Tiene que ser hoy, es el último día. Hay que captar la otra silueta de los gigantes, dormidos ya. Un rosario de coches se adentran, como nosotros, en el Palacio de los Emiratos, que se vuelve aún más mágico de noche. ¿Cómo cambia la ciudad entre las sombras? El relato no estaría completo sin contar que familias enteras van a bañarse a las 10 de la noche en la playa tomada horas antes por las motos de agua.
Sin detenerse en La Marina, buscando a través del visor de la cámara, la mejor toma del sky line iluminado, sin pasear por la cornisa.
Por primera vez en cinco días escucho hablar en español. Más que palabras, una calida melodía que se vuelve vibrante, de las que te empujan. Son cuatro, dos chicas y dos chicos. Ellas de rojo, con vestidos idénticos. Ellos de negro, también iguales. Son un grupo cubano y trabajan en Abu Dhabi por temporadas. La suya termina en julio. Casi no les entiendo, acostumbrado el oído y la mente a prestar especial atención al ingles. Todos les escuchan, pero son pocos los que “mueven las caderas”. ¿Sosos, faltos de ritmo? No exactamente. Una pareja se anima y se “agarra” para dar los pasos obligados de la salsa, pero no les permiten las distancias cortas durante mucho tiempo. El encargado del bar del hotel donde estamos, muy amablemente, les explica que mejor “más separados” o de forma individual, pero sin muchos contoneos tampoco.
También es la primera vez desde que llegué que me tomo una cerveza, no porque no hubiera tenido oportunidad, sino porque simplemente no apetecía. Esta noche si, incluso dos. Mañana no hay que madrugar mucho para ir al aeropuerto. En mi memoria, bien guardada, la promesa de Ahmed; “Imagina el día que España gano el mundial de futbol. Las calles llenas de gente, de colores, de alegría, de vida, de fiesta. Eso ocurre aquí el día de la Fiesta Nacional en Noviembre. Aquí estarás para contarlo”.
Enlace:
Cuaderno de bitácora de Javier Barrio en los Emiratos Árabes Unidos