Horacio Aguirre, maestro del periodismo

Joaquín Roy [1]

El fallecimiento de Horacio Aguirre (Nueva Orleans 1925-Miami 2017) es una pérdida notable para el periodismo latinoamericano en general, y específicamente para el hispano en Estados Unidos. Los que hemos colaborado en las páginas de su Diario las Américas (fundado en 1954, en la emblemática fecha del 4 de julio) lo sentimos íntimamente.

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Horacio Aguirre con un ejemplar se su periódico, foto publicada por Roberto Koltun en el Nuevo Herald

Los millones de lectores que tuvo el diario durante su administración ya habían experimentado su especial nostalgia cuando Don Horacio (como se le conocía, con ese toque tan latinoamericano de referirse a figuras políticas e intelectuales) se jubiló en la dirección del rotativo y luego lo vendió a unos empresarios venezolanos.

Personalmente, la pérdida es multidimensional. Tuve el privilegio de ser profesor de dos de sus hijos, Helen (ahora directora de asuntos hispanos en entramado de prensa de Donald Trump), y Alejandro, quien también ejerció como editor del diario, cuando su padre disminuyó su trabajo.

Ambos me llegaron a temer por mi exigencia de que manejaran correctamente la ortografía del español (específicamente, los diabólicos diacríticos) en los cursos, pensados para «hispanohablantes», en mi primera etapa docente de la Universidad de Miami.

Mi colaboración en el diario fue de las más largas de mi experiencia en eso que llamo «intrusismo tolerado», que se conoce de distintas maneras (columnista, colaborador, analista, incluso «periodista»).

Las páginas de la prensa son la canalización de un interés, cierta vanidad, y obligación social y política que unos sienten más que otros. Don Horacio lo sabía y cobijaba en sus páginas una gama variada de perspectivas que quedaban insertas en lo que pudiera llamarse un diario escorado hacia la derecha, de lealtad hacia el Partido Republicano, y de oposición frontal ante el régimen castrista.

Pero también los comentarios eran implacables con las dictaduras de todo cuño en América Latina, especialmente las militares, y críticos también hacia las variadas presidencias de Estados Unidos.

Recuerdo en que algunas ocasiones recibí comentarios (muestras maquilladas de envidia) de colegas que decían no entender cómo yo publicaba en un diario bastión del conservadurismo.

Contestaba que si no lo hacíamos los que pensábamos de otra manera y consecuentemente analizábamos con otro prisma la actualidad de ambos continentes, ese espacio pudiera ser ocupado por el pensamiento único.

Don Horacio lo sabía bien y de esa manera ejercía desde su poder omnipresente (dueño, accionista mayoritario, editorialista) su más correcta ideología de «liberal», en su sentido europeo y latinoamericano. Uno de los problemas graves de América Latina es no haber podido desarrollar un pensamiento liberal que constituyera un escudo ante las estampidas del autoritarismo y el extremismo, tanto de la derecha como de la izquierda impotente.

Aunque no contaba con la potencia económica de las imponentes empresas de comunicación del continente americano, la labor de Don Horacio es comparable a la ejercida por los dueños y directores de diarios como Clarín y La Nación en Buenos Aires, el Mercurio de Chile, El Espectador y El Tiempo de Bogotá, Listín Diario de Santo Domingo, El Heraldo de Barranquilla, Excelsior de México, El Comercio de Lima, e incluso El Universal de Caracas en la época prechavista.

Pero fue en Estados Unidos donde el ejemplo de Diario las Américas seguirá siendo una referencia, publicando en español para un público minoritario y unos lectores hipotéticos presionados por la lógica adopción del inglés como lengua preferida.

Entre las anécdotas que colaboradores, lectores y envidiosos repetíamos con sarcasmo (para satisfacción nunca disimulada de Don Horacio) nos referíamos a «Diario de Nicaragua (por el origen de su dueño) que publica hoy, con las noticias de ayer y la fecha de mañana».

Era la consecuencia de mantener un horario (abandonado por la inmensidad de los rotativos actuales) solamente empleado por los diarios vespertinos de antaño, que comenzaba por su composición en la mañana, su impresión por la tarde, presumiendo de la fecha del día siguiente.

Entre las peculiaridades del diario destacaba el hecho de cobijar artículos y pretendidos análisis de fuentes descaradamente partidistas, junto a impecables análisis y muestras de excelente ensayismo, en la mejor tradición latinoamericana. Los lectores avezados captaban perfectamente esa diferencia y numerosos espacios quedaban sin lectores.

Don Horacio probablemente se confesaba culpable de no respetar la regla del New York Times, publicando columnas de esa índole que respondía a intereses corporativos. Pero todos sonreíamos, a sabiendas de que el editor cumplía a rajatabla la prohibición autoimpuesta de censura.

Tan contundente era su modelo que fue imitado por otras empresas, con éxito diverso. Los restos del experimento de publicar diarios en español con alcance al ámbito local han quedado reducidos a dos ejemplos: El Nuevo Herald, bajo la cobertura económica de la imponente empresa que publica The Miami Herald y otros diarios, y La Opinión de Los Angeles, bajo el control de una familia de origen mexicano.

Tengo el honor y la satisfacción de haber publicado en los tres diarios, y todavía lo hago en uno, que espero tenga una larga vida, superando las innúmeras dificultades de todos los medios que no han sido reducidos a aparición digital.

  1. Joaquín Roy es catedrático Jean Monnet y director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami.
  2. Artículo distribuido por IPS

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