Han pasado ochenta años desde que unos terroristas al servicio del general Franco, asesinaron a Federico García Lorca
Apenas unos meses después de muerto Franco marché a Granada para escribir un libro sobre el hombre y el poeta y la circunstancia histórica. Porque Lorca no era sino una víctima entre las víctimas de aquel pequeño genocidio que inició la peor era conocida por la historia de España.
Ahora solo se habla de encontrar sus huesos, en controvertidos intereses familiares, sociales y memorísticos. A mi no me interesan las lápidas, las ceremonias rituales: sí la memoria histórica. Por eso insisto en el tema colectivo, -que otros hablen de lo más sensacionalista y oculten lo que desencadena las tragedias humanas-, cuarenta años después de mi búsqueda, los motivos de aquel trabajo que, al publicar el libro, me acarrearon amenazas de muerte.
Algunos periódicos dieron breves noticias de ellas, de los que a través del teléfono las proferían y dejaban grabadas y se llamaban «Nestares». Fijo que había muchos, por desgracia. Y no todos han desaparecido en nuestro presente histórico, ni las motivaciones de semejantes crueldades.
Fui, decía, a Granada, buscando las huellas de García Lorca, su asesinato. Y en la ciudad, en los pueblos, encontré algunas gentes que al fin rompían su silencio. De entrada me decían: «García Lorca, por qué se habla solo de García Lorca. Fueron muchos, muchos los asesinados, cientos y cientos de granadinos. ¿Cuándo se va a hablar de ellos?»
En Víznar, cuando nombraba a Lorca, muchos entornaban los ojos, quedaban en silencio. Reproduzco algunas impresiones sacadas en el año 1976.
20 de julio de 1936. La siesta alarga la tarde de la ciudad de Granada. Coches y camiones cargados de guardias civiles y de Asalto recorren de uno a otro extremo sus calles. Coágulos de sangre comienzan a romper la claridad de las ventanas. A las seis de la tarde Radio Granada da lectura a un bando de guerra. CNT cuenta 16 000 afiliados. UGT 12 000. Los responsables de la República no dan armas a quienes las solicitan. Pese a ello, en el Albaicín, se organiza la Resistencia. Durará tres días. El Ideal -los periódicos siempre fieles al interés económico y político que les mantiene y al nacional catolicismo que procura alimentarlos y dominarlos-, escribe: «Han sido reducidos los rojos atacantes de las tropas granadinas del Movimiento Nacional por la Patria y la República. Resultan algunas bajas y hubo que apelar a medios violentos».
La mentira se une siempre al crimen
Del 21 al 24 de julio los fusiles insurrectos no dejan de asesinar a granadinos en el Cementerio Civil del Cerro del Sur. 2137 personas aparecieron en los registros como sentencias cumplidas en Granada. Los testimonios personales elevan a 8000 los fusilados.
El comandante Valdés es el gobernador de la ciudad desde el 20 de julio. El capitán Nestares -ya apareció el nombre-, falangista encargado del «orden público» será señalado como el último responsable de la muerte de Lorca y otros ciudadanos granadinos. Colegas de aquellos trágicos sucesos, entre otros, el capitán Manuel Rojas que ya se había «entrenado» en la represión de los sucesos de Casas Viejas, Ramón Ruiz Alonso, tipógrafo, empleado en El Ideal, sobre el que escribirá Gil Robles, otro «ilustre» nombre en 1937: «Ruiz Alonso viene del taller, surge de las entrañas del pueblo, cuyos dolores comparte y cuyas aspiraciones vive», lenguaje que perdura en nuestros días, cuyas palabras le definen mejor que las de su exégeta, palabras que berrea por Radio Granada la misma noche en que se produce el asesinato de Lorca: «El secreto de las espadas es duro y está reciamente templado. Las gargantas de los traidores serán ahogadas en su misma sangre. ¡Pide paso la nueva España!». Nueva, vieja España. España de todos los tiempos, desde la Inquisición al PP de los Fernández.
Luis de la Torre era médico de Víznar Alfácar desde 1934. Apenas tuvo trato con Nestares y otros implicados en los crímenes de Granada. Me cuenta en 1976:
«La muerte de García Lorca, contra lo que se ha dicho, no trascendió. En estos lugares no era conocido. Hubo otras muertes, en cambio, que si se comentaron en el pueblo. Por ejemplo, el fusilamiento de Paquito García Labella, catedrático que había militado en Izquierda Republicana. Le obligaron a que desde el Ayuntamiento de Víznar dijera unas palabras de apoyo a los fascistas y luego le fusilaron. O la de Vila, el rector. Le fusilaron a él, y a la mujer y hermana, alemanas huidas de Hitler, algo que Pepe Nestares no podía perdonar. Los tres primeros meses fueron horrorosos. Lorca fue uno más. Mataban al que querían matar, bastaba una simple denuncia, un informe de la Falange. Había dos procedimientos: uno, semioficial, a través del Gobierno Civil de Granada, escuadrones negros y simple paseo el otro.
Pasaría tiempo hasta que las gentes de Viznar y Alfácar supieran que el escritor García Lorca se encontraba también en el barranco. En los días en que a él le mataron ocurrió un hecho que causó sensación. Una mañana fusilaron en el cementerio de Viznar a seis hombres. Pero dos no murieron. Y cuando llegaron los enterradores se habían escapado. Desangrándose se arrastraron por los barrancos hasta Alfacar. Aquí vinieron por ellos, y más muertos que vivos, les fusilaron de nuevo.
La mayor parte de los enterramientos se hacían en el barranco, a la derecha según se viene de Viznar a Alfacar, en un pequeño montículo que años más tarde se sembraría de pinos para que las raíces sujetaran la tierra impidiendo los corrimientos que hacían aparecer huesos y cadáveres… Que yo sepa, como Jefe de Sanidad en 1943, solo se hizo una exhumación. El resto del pueblo tiene miedo a hablar de estas cosas, remover el pasado. Sabían, pero callaban.. Era frecuente escuchar los disparos después del amanecer. Las primeras noticias sobre la muerte de Lorca, yo las tuve en Granada… Luis Trescastro, estudiante de Derecho, era en el fondo un cacique de Alhama, y como compañero de Ruiz Alonso, participó en estos hechos».
Publiqué mi libro «Yo, García Lorca», en 1977 en la editorial Zyx. Y en Interviú un largo trabajo titulado: «Granada, las matanzas no se olvidan». Luego, durante semanas, recibí por teléfono las amenazas de muerte.
Han pasado 40 años. La memoria del asesinato de García Lorca es la memoria de los crímenes del terrorismo franquista. Más que buscar unos restos debe desenterrarse el pasado de aquellos terribles sucesos para tener siempre presente lo que las ultraderechas, cuando alcanzan el poder, realizan: es esa violencia terrorista que no puede quedar impune, al menos en el pensamiento y en los escritos, en la sensibilidad de los ciudadanos, si quieren que la ética y la civilización no desaparezcan para siempre.
«Se le vio caminando entre fusiles -por una calle larga salir al campo frío- aun con estrellas de la madrugada. Mataron a Federico -cuando la luz asomaba. El pelotón de verdugos no osó mirarle a la cara (…) el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!» Elegía a la muerte de Federico Garcia Lorca de Antonio Machado. A leer y releer, ese magnífico poema de Machado censurado en España durante los largos años de la dictadura fascista. ¡No a la impunidad de los crímenes franquistas!
Tenían que ponerlo en los libros de texto de todas las escuelas. Andrés Sorel
También se cree que su último amor fue Rafael Rodríguez Rapún, pero no es cierto. Pasó inadvertido para la historia, pero hay que hacerle justicia en algún momento. Yo conocí al que de verdad se puede considerar como tal. No lo supe hasta su muerte, y así lo conté; http://cartadelasculturas.blogspot.mx/2012/11/juan-ramirez-de-lucas-el-ultimo-amor-de.html